Aparecen debajo de las piedras,
detrás de las esquinas, emboscados tras de una columna periodística, en las redes sociales, en la
televisión, por los pasillos de la Universidad, en la sopa de fideos. Después de que
a partir del año 1982 se reinstaurase, casi sin solución de continuidad, el pensamiento único, hay en esta tierra una
cultura del clientelismo, del mamoneo, que ya es un estigma que sobrevuela el
aire del aire. Esta sociedad de aquí, la nuestra, la de andar por casa, tiene una tara genética que a ver quién es el guapo
que la rompe y la manda a las cloacas de la historia.
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(Fuente: Expansión) |
Tres prototipos, a mi corto
entender, forman esta fauna culebrera y sectaria: trepas, pelotas y chivatos,
siendo los primeros los más numerosos a pesar de que, para serlo, han de hacer
méritos. Hay quien los hizo llevando la cartera de un consejero, riendo las gracias
de un alcalde, represaliando un libro, dejando
de hablar al amigo “desafecto”, masajeando espaldas... Los hay que renunciaron
a su partido y a su ideología. Se encaramaron a la cola del pesebre y, una vez
que sintieron en sus espaldas la caricia seductora del sillón de respaldo alto
y palparon las pelusas de la moqueta, si te he visto no me acuerdo. Estos
conversos, furibundos, resultan los más patéticos. Han de hacerse merecedores
de la unción para que su pasado
descarriado no suponga un obstáculo a sus ansias. Y entran a saco en el
engranaje. Les da igual llevarse por delante a sus amigos, a sus sueños, a su
libertad. La palabra riesgo no existe en sus diccionarios. Todo sea por el
riñón, todo sea por la causa que les
permita vivir creyéndose lo que no son. Es fácil cambiar dignidad por
estabilidad. Al fin y al cabo, la integridad es un mito que acabó en El
Quijote. Y hay que huir del crítico como de un apestado, cruzarte de acera si
lo ves por la calle, no contemporizar
con estos puñeteros amargados, con los no uncidos, vaya a ser que alguien vea
y pida explicaciones. Y se arrellanan a
vivir. Les pierde el interés porque un trepa no tiene más ideología que el
trepar. Y servirán al amo mientras dure la bicoca.
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(Fuente: Diario Información) |
Pelota y trepa, ¿son el mismo
espécimen? Yo creo que no, aun siendo ambos de la misma familia. Porque aunque
el trepa siempre es pelota al hacer de la adulación su piolet para el ascenso, hay pelotas de línea dura, altruistas en su ceguera
modorra, que no buscan recompensa material y ejercen su peloteo sólo por
idolatría, como el que reza, como el que adora. El pelotillero puro daría la
vida por su dios de pacotilla y mataría por él. Es el más peligroso de todos
porque, creyéndose portador de valores inmutables, te pisa la cabeza como
mancilles el buen nombre de su caudillo. No espera recompensa alguna. Este
talibán se siente satisfecho defenestrando infieles, sin que le importe que su
nombre figure o no en parte alguna. Si
alguna vez coincide con su dios terrenal y éste le sonríe como quien mira a una
grulla, él guardará esa sonrisa como un viático. Es la tropa fanática, la minoría
genuflexa de los sin nombre.
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(Fuente: Inversor global) |
Por las razones aducidas, habría
que deducir que no todo pelota es chivato, pero a la viceversa, siempre. Cuando
se juntan estas dos características en alguien, ojo de chícharo con él porque estos bifrontes son hijos de mala madre. Desde chicos. Empiezan
con el peloteo y las chivadas en la escuela y ya no pueden parar. Es como una
droga que se les mete en el cuerpo y, cuando no ejercen, alcanzan tal crisis de
abstinencia que son capaces de llevarse por delante a Cristo bendito hasta
conseguir un chisme que llevarse a la boca y propalarlo. Incluso, en el colmo
de su paroxismo, endilgando a algún inocente falsas fechorías con tal de
meterse la dosis que los tranquilice. En la propia delación obtienen su doble
recompensa, satisfaciendo así, mientras babean de gusto, su inmoralidad bífida.
En el mundillo de nuestra ‘cultura
oficial’ conocí yo, mientras rigió nuestros destinos regionales “el gran
conducator”, a algún elemento que, mientras estaba encaramado en el machito, logró
reunir en su repelente cuerpecillo las tres características zoomórficas antes
descritas, sazonadas, a mayor abundamiento, con un veneno viscoso que ni la
víbora cornuda. Todo un portento que ahora, venido a casi nada, anda por ahí
pataleando rabietas egocéntricas. En fin, ya habrá ocasión más adelante, si se
tercia, de hablar de algunas situaciones más que patéticas de las que fui
testigo en aquella época oscura, protagonizadas por algunos de estos ejemplares
tóxicos.
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(Fuente: lavoz.com.ar) |
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