|
(Fuente: elconfidencial.com) |
Debo empezar confesando que la
patulea de cocineros de la llamada ‘nueva cocina’ me revuelve las tripas tal
que si me hubiera comido alguno de sus churriguerescos menús. Con la
complicidad de ciertas cadenas televisivas, el beneplácito de una audiencia sumida
en la estulticia modorra de la mitomanía doméstica, una mercadotecnia
perfectamente programada, el desparpajo propio de los desahogados y la labia
embaucadora de los sacamuelas, han conseguido encaramarse a las alturas de un
Olimpo gastrónomico tan ficticio y artificioso como el nombre de la mayoría de sus platos. Lo explica a las
mil maravillas el ‘profesional de la comunicación gastronómica’ José Juan Iglesias del Castillo y Díaz de
la Serna, de nombre artístico Pepe
Iglesias, en un magnífico y esclarecedor artículo titulado Nueva Cocina, de la evolución a la aberración, pasando por la extravagancia, en el que, entre otras suculentas cosas,
dice: “Hay muchos críticos que en su casa
comen prefabricados y, cuando salen a un comedor, no pueden comprender que un
simple gazpacho bien hecho tiene mucho más mérito que esa pamplina con trufas
que acaba de presentar Sergi Arola, porque el Tuber Melanosporum se vende ya en
cualquier tienda, pero unos tomates de huerta hay que buscarlos con
teleobjetivo… Creo que la cocina de estos próximos años irá en la línea de
aprovechar todo lo bueno que la tecnología y la evolución han aportado al
sector, pero hacerlo para el disfrute del consumidor, no para extasiar a
críticos funámbulos ni para salir monos en las revistas del corazón”.
Espero que se cumplan sus deseos, pero por el momento lo que tenemos en la
élite de la gastronomía española es a esta partida de diosecillos engreídos,
más pendientes de la imagen que de la chicha, pontificando cursilerías y
vendiéndonos humo como si fuera una deconstrucción de salmón ahumado.
Por si lo anterior no fuera
bastante para que me repelan, esta semana nos enteramos de las condiciones
deplorables que tienen que soportar los ‘becarios’ que muchos de estos reyes
del cuento acogen en los fogones de sus negocios. La media es que supongan el
50% de la plantilla de cocineros de estas estrellas Michelín. A cambio de
rancho y, en algunos casos, catre, con un horario de 8 a 16 horas diarias, sin
sueldo ni seguridad social, trabajan solo a cambio de
aumentar su currículo mientras ellos se ahorran el coste que les supondría
incluirlos en nómina. Con el añadido de que, además, deben estar agradecidos por ser explotados en el
negocio de un fuera de serie y no de un ‘cualquierilla’. Cuando el asunto
apareció en la prensa, (bien por David
Brunat), los aludidos salieron al
retortero a defenderse con mayor o menor torpeza. Pero el que lo ha hecho con
mayor énfasis ha sido Jordi Cruz, guaperas televisivo de pomposa
melena y dueño del restaurante Àbac
en
|
(Fuente: elconfidencial.com) |
Barcelona. He de reconocer que desde que lo vi por primera y última vez en
televisión, me acordé de aquel Cantinflas
que, acosado en El analfabeto por
un fiscal tan petimetre como el cocinero que nos ocupa, balbucea: “Me cae
gordo, me cae gordo. Se cree muy rock and roll y muy supérfulo”. Por eso, en aras
de aparentar objetividad, ese ente de razón tantas veces invocado en la prensa,
prefiero que sean sus palabras las que den cumplida cuenta de la ruindad del
interfecto: “Un restaurante Michelín es un negocio que, si toda la gente en cocina
estuviera en plantilla, no sería viable. Tener aprendices no significa que me
quiera ahorrar costes de personal, sino que, para ofrecer un servicio de
excelencia necesito muchas manos”. Y si son gratis, miel sobre
hojuelas, le quedó por decir. Y si la gratuidad me viene dada por la necesidad
de acumular méritos de los que necesitan salir del pozo negro del paro, a mí
que me registren, pensaría. Y esto lo dice un tipo que se acaba de comprar en
Madrid un palacete de 3.000.000 de euros. Ainda mais: “Aprendes con los mejores en un
ambiente real, no te está costando un duro y te dan alojamiento y comida. Es un 'tú me das tus manos y yo te enseño'. Es un
privilegio”. Aunque serlo ya lo es, para que el régimen de esclavitud
que invoca este impresentable tuviera marchamo oficial solo le faltaría exigir
el certificado de propiedad de sus aprendices. Que, visto lo visto, no es
ningún dislate.
|
(Fuente: elconfidencial.com) |
En fin, decir que me produce
repugnancia toda esta porquería, toda esta puñetera cochambre edulcorada, es
quedarme corto. Y cuando leo que esta relación laboral añeja y anacrónica es
legal en España, mi asco va también para quienes la hicieron y para quienes, en
pleno siglo XXI, la permiten. A ellos, cocineros bendecidos y legisladores
cocinillas, mi desprecio les importará un bledo. Pero a mí no, primo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario