sábado, 23 de abril de 2016

PISAR CIENO

Hay libros de poesía y libros de poesía. Quiero decir que los hay en los que te sumerges sin alboroto, buceas a través de sus páginas y, dejándote  llevar por su corriente plácida, vives la emoción de sus hallazgos de una manera dulce, acaso melancólica, con una languidez que no  altera ni  incomoda, que incluso relaja y te hace amigo del ensueño. Y hay otros que, al poco de empezarlos, presientes que esconden relámpagos que acabarán deslumbrándote.  Ante ellos debes armarte con toda la sabiduría lectora que puedas almacenar para que no  jueguen contigo destartaladamente, para que no te zarandeen de sentimiento a sentimiento, de poema a poema, de caricia a bofetada, como si fueras un pelele. Si lo consigues, si puedes vencer esa dialéctica bélica e incruenta, si, conforme avanzas por ellos, llegas a acostumbrarte a  las heridas que puedan producirte, si te sobrepones a su dolor lírico, asumiéndolo o sublimándolo, disfrutarás de ese gozo que producen las emociones encontradas, en lo que esta palabra tiene de confluencia y de enfrentamiento, de cruce de caminos. Y uno de estos libros señalados es Pisar cieno, de Rocío Hernández Triano, ganador del  XXXIV Premio de Poesía Ciudad de Badajoz que el Ayuntamiento de nuestra ciudad, felizmente empecinado, sigue convocando año tras año para que tengamos la oportunidad de conocer y de dar a conocer nuevas creaciones y, de ese modo, emocionarnos por partida doble.

Porque este poemario es, sin duda, un hallazgo conmovedor y definitivo con pocas concesiones al alivio, con una lírica dura y afilada que, arteramente, se cuela por la pequeña grieta por la que entró noviembre y a medida que vamos descubriéndolo, verso a verso, él va haciendo lo mismo con nosotros: nos destapa, descorre las cortinas de nuestro corazón e ilumina y despierta rincones que la vida había dejado a oscuras o en penumbra, dormidos u olvidados. Inventario de ausencias, de silencios, de vidas, rebosante por momentos de pericia poética, unas veces desde el grito, otras desde el susurro, nos lleva hasta el terreno de su sangre hasta hacernos sentir que el pulso que la mueve se hermana y se acompasa con el nuestro.

Como queriendo explicarnos sus coordenadas vitales y afectivas, la autora lo ha dividido en tres partes que son, en nuestra vida civil, las tres columnas que nos identifican: Libro de familia, Carnet de identidad y Otros documentos nacionales. Y, burla burlando, nos lleva, de la mano o a empellones, a recorrer con ella su infancia y su familia, a saber sus terrores, a escuchar sus lamentos, a aborrecer la odiosa ceremonia funeraria que entierra entre adjetivos el nombre de los muertos, a pisar con sus pies el fondo cenagoso de un mar que no era mar, a conocer el aura bonancible de viejos de su barrio que intercambian achaques, a recordar el fin de ese temor infecto que ha parido la patria, a advertir que los jazmines guardan el olor de los muertos, y a gustar la ternura de una jota, infantil e invertida, una cóncava madre luminosa que acuna a la vocal como a un cachorro y apacigua el dolor con su esperanza.

Antes, para situarnos en su punto de mira certero e implacable, después de poner el grito en el cielo y que este le devuelva su disparo de pájaros, nos cuenta su

PRESENTE

Mis padres no envejecen.
No se ensucia su aliento ni se pudren sus ojos,
no olvidan lo accesorio,
ni colocan sus dientes en un vaso de agua.  

Mis padres no se vuelven
oscuros, silenciosos, huraños, escondidos
detrás de las paredes, 
ni huelen a cerrado, ni incumplen sus promesas.

Mis padres son volátiles,
fugaces aerolitos, como pompas de espuma,
tan leves como hadas.

Mis padres se me escurren en mis manos de agua

y apenas tienen rasgos.

Solo son un concepto.
Mis padres ya no mueren.


Pero yo
vivo,
huérfana.


Sin dar casi respiro, apabullándonos, a golpe de desgarros como este, Rocío Hernández Triano nos da cuenta de todo. Porque este libro es como el cuadro escrito de su vida, una vida poblada de recuerdos, amables o llorosos obituarios que recrean el tiempo de aquellos que se fueron para no volver nunca. Y nos dejaron huérfanos.

2 comentarios:

Manolo López dijo...

Tras leerte, presiento que este libro tiene que ser por fuerza desgarrador e intenso

PeBoRe dijo...

Deseando zambullirme en ese mar para ahogarme entre versos.