Hay libros de poesía y libros de
poesía. Quiero decir que los hay en los que te sumerges sin alboroto, buceas a
través de sus páginas y, dejándote
llevar por su corriente plácida, vives la emoción de sus hallazgos de
una manera dulce, acaso melancólica, con una languidez que no altera ni
incomoda, que incluso relaja y te hace amigo del ensueño. Y hay otros
que, al poco de empezarlos, presientes que esconden relámpagos que acabarán
deslumbrándote. Ante ellos debes armarte
con toda la sabiduría lectora que puedas almacenar para que no jueguen contigo destartaladamente, para que no te zarandeen de sentimiento a
sentimiento, de poema a poema, de caricia a bofetada, como si fueras un pelele.
Si lo consigues, si puedes vencer esa dialéctica bélica e incruenta, si,
conforme avanzas por ellos, llegas a acostumbrarte a las heridas que puedan producirte, si te
sobrepones a su dolor lírico, asumiéndolo o sublimándolo, disfrutarás de ese
gozo que producen las emociones encontradas, en lo que esta palabra tiene de confluencia
y de enfrentamiento, de cruce de caminos. Y uno de estos libros señalados es Pisar
cieno, de Rocío Hernández Triano, ganador
del XXXIV Premio de Poesía Ciudad de
Badajoz que el Ayuntamiento de nuestra ciudad, felizmente empecinado, sigue
convocando año tras año para que tengamos la oportunidad de conocer y de dar a
conocer nuevas creaciones y, de ese modo, emocionarnos por partida doble.
Porque este poemario es, sin duda,
un hallazgo conmovedor y definitivo con pocas concesiones al alivio, con una
lírica dura y afilada que, arteramente, se cuela por la pequeña grieta por la que entró noviembre y a medida que vamos
descubriéndolo, verso a verso, él va haciendo lo mismo con nosotros: nos
destapa, descorre las cortinas de nuestro corazón e ilumina y despierta
rincones que la vida había dejado a oscuras o en penumbra, dormidos u
olvidados. Inventario de ausencias, de silencios, de vidas, rebosante por
momentos de pericia poética, unas veces desde el grito, otras desde el susurro,
nos lleva hasta el terreno de su sangre hasta hacernos sentir que el pulso que
la mueve se hermana y se acompasa con el nuestro.
Antes, para situarnos en su punto
de mira certero e implacable, después de poner el grito en el cielo y que este
le devuelva su disparo de pájaros,
nos cuenta su
PRESENTE
Mis
padres no envejecen.
No
se ensucia su aliento ni se pudren sus ojos,
no
olvidan lo accesorio,
ni
colocan sus dientes en un vaso de agua.
Mis
padres no se vuelven
oscuros,
silenciosos, huraños, escondidos
detrás
de las paredes,
ni
huelen a cerrado, ni incumplen sus promesas.
Mis
padres son volátiles,
fugaces
aerolitos, como pompas de espuma,
tan
leves como hadas.
Mis
padres se me escurren en mis manos de agua
y
apenas tienen rasgos.
Solo
son un concepto.
Mis
padres ya no mueren.
Pero
yo
vivo,
huérfana.
Sin dar casi respiro,
apabullándonos, a golpe de desgarros como este, Rocío Hernández Triano nos da
cuenta de todo. Porque este libro es como el cuadro escrito de su vida, una
vida poblada de recuerdos, amables o llorosos obituarios que recrean el tiempo
de aquellos que se fueron para no volver nunca. Y nos dejaron huérfanos.
2 comentarios:
Tras leerte, presiento que este libro tiene que ser por fuerza desgarrador e intenso
Deseando zambullirme en ese mar para ahogarme entre versos.
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