Recuerdo que en mi infancia leía
unos cómics editados por la Editorial Novaro que, bajo el título genérico de
Vidas ejemplares, nos ilustraban sobre las hazañas y proezas de una serie de
personajes históricos que habían sobresalido, incluso a costa de su propia
vida, por su abnegada entrega al
prójimo, por su generosidad sin límites
o por la defensa inquebrantable de su fe
religiosa. Dirigida por el jesuita José A. Romero, el elenco de protagonistas
estaba mayoritariamente formado por santos y beatos, aunque también tenían
cabida aquellos no entronizados que, a criterio del director, reunían virtudes
suficientes para figurar en este martirologio ilustrado. Así, podíamos conocer
de forma amena a la par que instructiva, las biografías de, por poner un ejemplo
de cada categoría, santa María Francisca de las Cinco Llagas, del entonces
beato Marcelino Champagnat, “apóstol de la juventud” y fundador de los Hermanos
Maristas, o de Eva Lavallière, “la
estrella pecadora arrepentida”. Ya saben, ¡o tempora, o mores!
Valga este pequeño exordio como un
intento, quizás fallido, de que se pueda comprender la sensación que he sentido
leyendo, espoleado por mi curiosidad, un buen número de entradas en el blog,
El cuaderno de Guillermo, que nuestro
presidente-consejero mantiene abierto en Internet. Cada una de ellas va
encabezada por la fecha a que corresponde, seguida por la frase “el DIARIO de
mi vida”, con la palabra “diario”, no sé
con qué oculta intención, escrita así, en mayúsculas. Ignoro por qué me asaltó
esta extraña “traspolación” de evocaciones, lo que sí sé es que, terminada la
lectura, saqué dos conclusiones inmediatas. La primera, bastante clara, fue la de que nuestro bloguero debería cuidar
un poco más su sintaxis, en algunos momentos significativamente sui géneris,
por decirlo de una forma benévola. La segunda, era clara al tiempo que confusa.
La claridad viene de la evidente sensación de aburrimiento que me fue
invadiendo a medida que leía, jornada tras jornada, la actividad del
protagonista. La confusión, de no saber distinguir con nitidez si el tedio que
me embargaba era consecuencia natural de la propia actividad; de la prosa
monótona con que era descrita; de la estructura del blog, articulado más como
dietario que como diario y que, salvo alguna licencia que otra, viene a ser una
sucesión fría e impersonal, de agenda, donde se da cuenta de las audiencias,
citas, asistencias y compromisos sociales del día; o, por último, del contagio
de su propio aburrimiento. Dado que las cuatro posibilidades que se me ocurren
no son excluyentes, es muy posible que la causa de mi modorra fuera, con toda
seguridad, una mezcla perversa de todas ellas. No soy aficionado a dar consejos
a nadie, pero debo decir que eché en falta un poquito de sangre; un ¡viva
Cartagena! intercalado de vez en vez; una transgresión, siquiera leve, de lo
políticamente correcto; algún asomo de entusiasmo… que una cosa es que, según
propia confesión, el presidente-consejero no quiera exhibirse y otra muy
distinta que se esconda tras una relación fría y rutinaria de eventos que
despierta tanto interés como una lista de la compra antigua.
Dado que la lectura del diario la
hice en sentido inverso, acabé leyendo lo publicado el día 12 de noviembre,
jueves. Y ahí fue donde no sólo salí del sopor, sino que me desorienté
completamente. De entrada porque en el título figuraba 12 de octubre, jueves.
Un ligero despiste sin importancia, (octubre por noviembre), pero que, sumado al mío, crónico y galopante,
me produjo un cierto tambaleo cronológico. Aunque lo más grave estaba por
llegar, porque después de darnos información de su agenda del día anterior,
miércoles 11, pasa a describirnos la del día de la fecha, 12 de noviembre. Y,
entre otras cosas, nos habla del satisfactorio encuentro habido con empresarios
a primera hora de la mañana de ese jueves. Para terminar diciendo: Se reúnen
cada viernes, antes de comenzar la jornada laboral. Entonces sí que me invadió
el desconcierto y la zozobra. Y la angustia creciente y atropellada de no saber
ya en qué día de la semana y del mes estábamos; ni si el mes era octubre o
noviembre; ni si mi casa era mi casa; o si amanecía, atardecía, y yo estaba
dormido, despierto, soñando o en duermevela. ¡Qué mal trago, mamasita! Al borde del vahído, corrí en busca del
auxilio de mi santa y, con la mirada perdida y el rostro desencajado, le
inquirí en qué día estábamos. Tras sacarme de la duda iba a preguntarle también
si aquello era real o estábamos durmiendo. Pero no lo hice. Temí que, ante lo
absurdo de mi cuestión, le diera a ella también un sopitipando. Y eso ya sí que
no, primo.
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