sábado, 14 de noviembre de 2015

VIDAS EJEMPLARES

Recuerdo que en mi infancia leía unos cómics editados por la Editorial Novaro que, bajo el título genérico de Vidas ejemplares, nos ilustraban sobre las hazañas y proezas de una serie de personajes históricos que habían sobresalido, incluso a costa de su propia vida,  por su abnegada entrega al prójimo, por su  generosidad sin límites o por la  defensa inquebrantable de su fe religiosa. Dirigida por el jesuita José A. Romero, el elenco de protagonistas estaba mayoritariamente formado por santos y beatos, aunque también tenían cabida aquellos no entronizados que, a criterio del director, reunían virtudes suficientes para figurar en este martirologio ilustrado. Así, podíamos conocer de forma amena a la par que instructiva, las biografías de, por poner un ejemplo de cada categoría, santa María Francisca de las Cinco Llagas, del entonces beato Marcelino Champagnat, “apóstol de la juventud” y fundador de los Hermanos Maristas, o  de Eva Lavallière, “la estrella pecadora arrepentida”. Ya saben, ¡o tempora, o mores!

Valga este pequeño exordio como un intento, quizás fallido, de que se pueda comprender la sensación que he sentido leyendo, espoleado por mi curiosidad, un buen número de entradas en el blog, El cuaderno de Guillermo,  que nuestro presidente-consejero mantiene abierto en Internet. Cada una de ellas va encabezada por la fecha a que corresponde, seguida por la frase “el DIARIO de mi vida”, con  la palabra “diario”, no sé con qué oculta intención, escrita así, en mayúsculas. Ignoro por qué me asaltó esta extraña “traspolación” de evocaciones, lo que sí sé es que, terminada la lectura, saqué dos conclusiones inmediatas. La primera, bastante clara,  fue la de que nuestro bloguero debería cuidar un poco más su sintaxis, en algunos momentos significativamente sui géneris, por decirlo de una forma benévola. La segunda, era clara al tiempo que confusa. La claridad viene de la evidente sensación de aburrimiento que me fue invadiendo a medida que leía, jornada tras jornada, la actividad del protagonista. La confusión, de no saber distinguir con nitidez si el tedio que me embargaba era consecuencia natural de la propia actividad; de la prosa monótona con que era descrita; de la estructura del blog, articulado más como dietario que como diario y que, salvo alguna licencia que otra, viene a ser una sucesión fría e impersonal, de agenda, donde se da cuenta de las audiencias, citas, asistencias y compromisos sociales del día; o, por último, del contagio de su propio aburrimiento. Dado que las cuatro posibilidades que se me ocurren no son excluyentes, es muy posible que la causa de mi modorra fuera, con toda seguridad, una mezcla perversa de todas ellas. No soy aficionado a dar consejos a nadie, pero debo decir que eché en falta un poquito de sangre; un ¡viva Cartagena! intercalado de vez en vez; una transgresión, siquiera leve, de lo políticamente correcto; algún asomo de entusiasmo… que una cosa es que, según propia confesión, el presidente-consejero no quiera exhibirse y otra muy distinta que se esconda tras una relación fría y rutinaria de eventos que despierta tanto interés como una lista de la compra antigua.


Dado que la lectura del diario la hice en sentido inverso, acabé leyendo lo publicado el día 12 de noviembre, jueves. Y ahí fue donde no sólo salí del sopor, sino que me desorienté completamente. De entrada porque en el título figuraba 12 de octubre, jueves. Un ligero despiste sin importancia, (octubre por noviembre),  pero que, sumado al mío, crónico y galopante, me produjo un cierto tambaleo cronológico. Aunque lo más grave estaba por llegar, porque después de darnos información de su agenda del día anterior, miércoles 11, pasa a describirnos la del día de la fecha, 12 de noviembre. Y, entre otras cosas, nos habla del satisfactorio encuentro habido con empresarios a primera hora de la mañana de ese jueves. Para terminar diciendo: Se reúnen cada viernes, antes de comenzar la jornada laboral. Entonces sí que me invadió el desconcierto y la zozobra. Y la angustia creciente y atropellada de no saber ya en qué día de la semana y del mes estábamos; ni si el mes era octubre o noviembre; ni si mi casa era mi casa; o si amanecía, atardecía, y yo estaba dormido, despierto, soñando o en duermevela. ¡Qué mal trago, mamasita!  Al borde del vahído, corrí en busca del auxilio de mi santa y, con la mirada perdida y el rostro desencajado, le inquirí en qué día estábamos. Tras sacarme de la duda iba a preguntarle también si aquello era real o estábamos durmiendo. Pero no lo hice. Temí que, ante lo absurdo de mi cuestión, le diera a ella también un sopitipando. Y eso ya sí que no, primo.

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