Hace unos
días, cansado de culebras emboscadas y diarreicas, cerré en mi blog la puerta
de entrada a comentarios anónimos. Más que nada para que no fuera utilizada por
algunos indocumentados como evacuatorio de sus insultos y sus desahogos
fecales. Y así, el pasado sábado, día 7, me encontré con uno a mi artículo de ese
día en el HOY, que decía tal que esto: Efectivamente,
pena pepita pena lo que leo. El simplón comentario no es ofensivo, ni
insultante, ni destacable
en ningún sentido, porque cada cual es muy libre de apenarse por lo que mejor
le parezca. Lo publiqué, pues. Pero me picó la curiosidad de saber a quién
pertenecía corazón tan sensible. El críptico enlace que figuraba como remite
era "imasdymasymas". Cuando hice clic en él, me salió esta
información: El perfil de
Blogger solicitado no se puede mostrar. Muchos usuarios de Blogger aún no han
elegido compartir su perfil de forma pública. Y eso ya no me gustó, porque
quienquiera que fuese el dueño de sensibilidad tan acusada, la solapaba jugando
con las artimañas de un tahúr.
Inasequible
al desaliento y sabiendo que Google es el mayor chivato de todos los chivatos
del mundo mundial, descubrí que esa dirección me conducía, de espolique y a la
remanguillé, al ya extinto Centro de Investigación y Documentación del Festival
de Mérida. No cabía en mi cabeza que se hubiera producido un caso de
antropomorfismo tan verdaderamente inédito y espectacular como para que un
organismo oficial pudiera apenarse por algo o por alguien y, a mayor y absurdo
abundamiento, si ese organismo ya no existía. Pero Google siguió chivándose
para ayudarme a salir de mi confusión y desvelarme que, en su momento, lo había
dirigido Gregorio González Perlado. El siguiente chivatazo de este
gran delator me recordó que, en una entrada anterior de mi blog, había recibido,
en su día, el siguiente mensaje: imasdymasymas
dijo... Espléndida y considerable respuesta la tuya. G. G. Perlado. Y ahí
es donde la puerca torció el rabo, porque las piezas del puzzle encajaron. Enigma
resuelto. En un pispás pasé de la inicial curiosidad a la desopilante incredulidad
en la que aún me encuentro ante este anacrónico orí.
En cualquier caso,
el desenlace de este misterio me ha servido para reafirmarme en la opinión,
columbrada en tiempo bastante atrás, que sobre el pusilánime comentarista
habían ido confirmando no sólo las entradas, firmadas sin perlas, con
las que nos obsequiaba en Facebook, sino también sus oportunos u
oportunistas silencios. Y la verdad es que he sentido vergüenza ajena por la
situación y lástima sincera por su protagonista y su patoso intento de
birlibirloque trilero. No llego a comprender la idiotez de una conducta tan
torpe. O, pensándolo mejor, quizás sí.
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