Según el diccionario de la RAE un
orejano es, dicho de una res, aquella que no tiene marca en las orejas ni en
otra parte del cuerpo, y que, añado yo, campa por sus respetos sin amo ni
dueño. Y hay una hermosa canción con música de Los Olimareños y letra del
uruguayo Serafín J. García, que yo conozco en la versión de Jorge Cafrune,
llamada así, Orejano. Es la confesión de un hombre libre, que no cabestrea a
los que mandan, al que nunca han visto lamber la coyunda y que cuando tiene
que cantar verdades, las canta derecho, no más a lo macho. Y, por eso, en el
pago le tienen idea.
Este pasado miércoles me acordé de
ella leyendo en el HOY la entrevista, magnífica, de Antonio Chacón a Tomás
Martín Tamayo. En ella, lo primero que se trasluce y, en cierto modo se
contagia, es la pasión incontenible que pone en todo lo se implica de hoz y de
coz. Y en lo que dice. Por utilizar el símil que él emplea, solo tiene el
periodista que enseñarle el pico de la muleta y él se arranca como un toro
bravo, sin hierro ni divisa que lo constriñan, soltando gañafones a todo lo que
se menea. Habla como escribe y escribe como piensa. Y piensa en libertad, con
criterio propio, peligrosa cualidad ésta en una sociedad como la nuestra en la
que, salvando honrosas excepciones cercanas, la independencia de opinión es
perseguida por tirios y troyanos. Unas veces, pocas, con indirectas sutiles, y
otras, las más, con verdadera saña. La vehemencia y el ímpetu que caracterizan
su forma de ser no son, sin embargo, impedimentos que nublen su claridad de
ideas y la fortaleza de una escala de valores bien asentada en unos principios
éticos sólidos. En fin, para que no piensen que yo soy su abuela, terminaré
diciendo que para mí es un lujo y un orgullo tenerlo como amigo, y para
Extremadura contar con él como narrador y como articulista, sin duda uno de los
más grandes de la historia periodística extremeña.
Por arrimar el ascua a mi sardina,
articulísticamente hablando, destacaré una par de preguntas con sus respuestas.
1. “¿Y quién es su Pepito Grillo, quién le susurra Memento mori? / No tengo
ningún referente. Me quito las postillas yo mismo. No te puedes hacer idea de
la cantidad de puertas que se me han cerrado a mí y a mi familia por ser Pepito
Grillo...”. Y 2. “Quizás porque tiene fama de mosca cojonera... / ...Yo no
quiero ir de ello pero lo que no he hecho nunca es morderme la lengua. Y decir
lo que se piensa siempre produce incomodidad”. La entrevista ha sido
profusamente difundida, comentada y elogiada en las redes, y me ha producido
vómitos verdes ver cómo muchos de los que lo han hecho son los mismos que en
los años más duros del talibanismo ibarrista, en los que el discrepante, el
disidente, el crítico, el orejano libre como Tomás era ninguneado, perseguido y
enviado a las tinieblas exteriores, actuaron como lacayos o sicarios de los
atropellos y desmanes perpetrados por el gran sátrapa. Que ellos fueron cómplices, por acción o por omisión, por cobardía o por convencimiento, de esas puertas cerradas y esas venganzas mezquinas de las que habla el entrevistado. Y ahora, como recién aterrizados del planeta Venus, aplauden y jalean esa libertad de pensamiento que ayer mismo perseguían y trataban de callar. No creo que sean tan incautos de pensar que, si tienen la virtud de formar gobierno en Extremadura, estos aplausos jesuíticos sirvan para condicionar sus críticas, porque 4 años de oposición no sirven ni para purgar sus tropelías y sus ataques liberticidas durante 30 años ni, mucho menos, para borrar y tratar de que olvidemos la pringue y la cochambre de su historia de querellas, ceses arbitrarios,
desprecios y persecuciones contra quienes discrepaban o, tan sólo, no se prestaban a engrosar, como mandilones, la lista pública de pelotas y tiralevitas de quien se creía, imbuido de furor patrimonialista, dueño de un cortijo que no es sino de todos nosotros. Lo cual que oír a estos fariseos hablar de libertad, me produce el mismo estupor que me causaría ver a Fernando Manzano presentando un libro. La repanocha, vaya.
atropellos y desmanes perpetrados por el gran sátrapa. Que ellos fueron cómplices, por acción o por omisión, por cobardía o por convencimiento, de esas puertas cerradas y esas venganzas mezquinas de las que habla el entrevistado. Y ahora, como recién aterrizados del planeta Venus, aplauden y jalean esa libertad de pensamiento que ayer mismo perseguían y trataban de callar. No creo que sean tan incautos de pensar que, si tienen la virtud de formar gobierno en Extremadura, estos aplausos jesuíticos sirvan para condicionar sus críticas, porque 4 años de oposición no sirven ni para purgar sus tropelías y sus ataques liberticidas durante 30 años ni, mucho menos, para borrar y tratar de que olvidemos la pringue y la cochambre de su historia de querellas, ceses arbitrarios,
desprecios y persecuciones contra quienes discrepaban o, tan sólo, no se prestaban a engrosar, como mandilones, la lista pública de pelotas y tiralevitas de quien se creía, imbuido de furor patrimonialista, dueño de un cortijo que no es sino de todos nosotros. Lo cual que oír a estos fariseos hablar de libertad, me produce el mismo estupor que me causaría ver a Fernando Manzano presentando un libro. La repanocha, vaya.
La entrevista también me despertó
el recuerdo de un cuento que, más o menos, transcribo según el leal saber y
entender de mi desconcertante memoria: Érase que se era un músico que era
conocido en todo el reino por su virtuosismo como compositor, como cantante y
como arpista. Tanta era su fama que, enterado el mismísimo rey, decidió
contratarlo para que deleitara con su arte la boda de su hija. Así que mandó a
sus emisarios en un lujoso carruaje para que lo llevaran a palacio. El músico aceptó la invitación real pero
declinó utilizar medio de transporte tan fastuoso, decidiendo acudir montado en
su vieja mula. Para llegar a su destino debía atravesar un bosque, en donde fue
asaltado por una banda de violentos ladrones que lo apalearon dejándolo
malherido y llevándose con ellos su vieja mula, sus partituras y su arpa. Al
poco, dieron en pasar por allí otros invitados a la boda real que, reconociendo
al artista, lo auxiliaron. ‘¡Te han robado tu vieja mula, tus partituras y tu
arpa!’, exclamaron. A lo que él les respondió: ‘Sí, pero no me han robado la
música’.
Así de este cuento deben aprender
unos y otros, tirios y troyanos, romanos y cartagineses, jacobinos y
girondinos, que, aunque sea apaleado y despojado de su arpa y de su partitura,
Tomás, como el viejo músico, seguirá cantando... las verdades del barquero.
Mayormente.
1 comentario:
Me ha encantado su comentario.
Admiro mucho a Tomás Martín Tamayo,como escritor y como persona.
Un abrazo,Sr.Buiza.
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