Dos sábados atrás, y a raíz de la
rueda de prensa convocada por Monago para tratar de explicar no sólo la
legalidad, sino la licitud de sus viajes a Canarias, y defenderse del
linchamiento del que, no sin razón, se sentía víctima, terminaba mi artículo Falso
culpable diciendo: Y como lo que no mata engorda, el mal trago le ha hecho
crecer renovando fuerzas y confianza. Habrá que estar atentos porque parece que
el segundo acto de este drama no ha hecho más que empezar. Pues después de dos
semanas, en que la función ha quedado limitada a conversaciones en el ambigú
cada vez más mortecinas, este pasado jueves ha finalizado el segundo acto de
este sainete (convertido, por la torpeza de su protagonista, en culebrón), con
la comparecencia del susodicho en sede parlamentaria, dizque a petición propia
cuando más bien fue porque a la fuerza ahorcan. Después de unas primeras
preguntas de relleno, algo así como un calentamiento de motores, vino el plato
fuerte. Fernando Manzano, a la sazón presidente de la Asamblea y, por tal,
primo de su chófer, trató de explicarnos el mecanismo de la función. Con su
habitual torpeza expresiva y su absoluta incapacidad pedagógica hizo de la
aclaración de lo sencillo un galimatías tan obtuso como sus entendederas. Me
sigue asombrando, cada vez que lo escucho, la capacidad envidiable que desarrolla
para hacer patente sin rubor, en un alarde continuado de inconsciencia, su
inanidad intelectual. Ignoro las virtudes ocultas, más bien recónditas, que
atesora para ocupar el puesto que ocupa. A no ser que no debamos hablar de
virtudes, sino de cuotas provinciales, prebendas partidistas u otros motivos
más espurios en los que el mérito y la capacidad nada tengan que ver con su
elección. Sólo así me puedo explicar que esté donde está y sea lo que nunca
tenía que haber sido.
Ciudad sin sueño, llamó el
compareciente a su discurso, copiando el título de un poema de Federico García
Lorca y su Poeta en New York. Es éste un poema definitivo, desgarrado, pleno
de imágenes surrealistas, en el que Federico nos habla de la deshumanización de la gran ciudad y de la
angustia, la soledad y la frustración de sus habitantes, rodeados de alimañas y
robotizados e indefensos ante la indiferencia que conlleva un anonimato
compartido. El presidente adulteró con solemnidad impostada algunos de sus
versos utilizándolos de forma aberrante como preámbulo de su intervención,
quizás en un intento patoso de epatar, con esta pedestre manipulación plena de
un lirismo romo y recargado, a sus contrarios. Lo que consiguió, en lo que a mí
se refiere, fue revolverme las tripas viendo cómo se destrozaba, alegre e
impunemente, un poema tan distinto y tan distante de lo que allí se trataba. Y
la falta de respeto hacia el autor y su obra que esa utilización rastrera
supone. Después citó a Juan Ramón, porque la cosa parece que iba de poetas. Me
gustaría recordarle a él y, sobre todo, al equipo pluri o unipersonal que le
pueda escribir los discursos, que este poeta dijo refiriéndose a la poesía:
¡No la toques ya más / que así es la rosa! Pues háganle caso, no me sean
sobones, y no magreen con descaro tan lúbrico lo que es intocable, que eso sí
que creo yo motivo más que justificado para una moción de censura.
¿El discurso? Pues a lo que
últimamente nos tiene acostumbrado el personaje. Mitad de autobombo y mitad de
victimismo. Un “déjà vu” monótono y esdrújulo, trufado con abracadabras varios
que sonaban a pólvora mojada. En cualquier caso y a pesar de su escasez, fue
suficiente. Porque, como decía aquél a su hermano ante la madre moribunda, si
“crees que madre está mal, ya verás padre”. Y el padre estaba muerto. La
intervención del portavoz del PSOE (¿por qué no intervino Fernández Vara?), fue
igual que el cardado de su tupé: vacía, inconsistente y, en lo poco que
improvisó por el descoloque que le provocó el discurso con truco de Monago,
desorientada. Empecinado en pedir su salida con un argumentario inconsistente
y, en algunos momentos, tramposo. Y todo ello con una dicción atildada y
peripuesta acorde con su pose de “¡mecachis, qué guapo soy!” que, al menos a
mí, no me convence. Repito, ¿por qué no intervino Fernández Vara? El
atropellado portavoz del Prex-Crex, más de lo mismo. Vehemente y, al menos,
dando sensación de que se creía lo que decía, se enrocó en pedir la dimisión con
los argumentos manidos que ya venimos oyendo todos estos días. Y Escobar,
curiosamente el único de los tres que ha revisado los 400 folios de
documentación de los que Monago alardea para justificarse, ni condenó ni
absolvió. Ahí deambuló en tierra de nadie mientras daba muestras, en el momento
de su intervención, de ser el mejor parlamentario de los cuatro a la hora de
expresarse y de comunicar. Y, por último, la homilía del portavoz del PP, que fue una guinda de traca, una tabarra alucinante y empachosa por demás. Una cosa es apoyar a tu jefe de filas y otra llevar la veneración al líder
hasta los extremos más hiperbólicamente ridículos y grandilocuentes. ¡Qué verbo
cálido, qué énfasis laudatorio, qué arrebato de pasión, qué atiborre de incienso y azahares! Mientras la escuchaba, cerraba los ojos y, en mi delirio diabético, se me aparecía García Carrés, con su camisa azul, perorando las excelsas virtudes de un Generalísimo amodorrado. Menudo trago me hizo pasar el hagiógrafo.
Las réplicas y contrarréplicas
fueron, en algunos momentos, una suerte de reproches y ‘contrarreproches’ digna
de una discusión de comadres, de un especial de Sálvame o de una pelea de patio
de colegio hablando de pandillas y de amigos. Impagable la imagen de Monago
diciéndole al portavoz del PSOE que a él no le dejaría los papeles
justificativos de su Visa “porque son míos, porque no quiero y porque no me da
la gana”. Sólo le faltó añadir aquello de “porque además tú eres mi peste y
contigo no me ajunto”. Patético. Pero efectivo. Al final, los llevó hasta su
terreno, se los zampó sin masticar y no escupió ni los huesos. Pues que vayan
aprendiendo.
1 comentario:
Muy bueno el comentario.
Un abrazo.
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