No deja de sorprenderme esa
percepción de indiferencia al pensar que estamos hablando de la institución que
tiene en sus manos, con mucha más impunidad y amparo que las otras dos, la
potestad, a través de sus jueces, de dar y quitar, directa a o indirectamente,
algo tan fundamental como es la libertad de cada uno de nosotros si alguna vez,
el destino no lo quiera, debemos pasar por sus horcas caudinas. Ellos se ponen
las togas con sus puñetas, te miran como si no estuvieras y a esperar a que
dicten qué serás a partir de entonces. A no ser, claro, que aquellos que tienen
en sus manos esa tantas veces sutil y caprichosa concurrencia que hace que
nuestro destino venga a ser el que es y no el que debiera, en lógica, haber
sido, sean personas tan razonables en su sinrazón como las tres que integran la
Sección Primera de la Audiencia Nacional. Y es que nunca ha de faltar un roto
para un descosido.
Este pasado jueves, en un alarde de
magnanimidad digna del mayor encomio, estos tres Salomones, Manuela Fernández
de Prado, Javier Mártinez Lázaro y Ramón Sáez Valcárcel, seguro que dignos
hijos de sus madres, han querido demostrar que las horcas pueden tornarse lazos
de guirnalda y la rigidez, urgente ductilidad, poniendo en libertad a dos
etarras: Alberto Plazaola, condenado en 1977 a 46 años de cárcel y Santiago Arrospide Sarasola, “Santi Potros”,
condenado a 3.122 años de cárcel en 11 sentencias como inductor de varios
atentados terroristas, entre ellos el de Hipercor (21 muertos y 45 heridos), y
el de la plaza de la República Dominicana (12 guardias civiles muertos y 32
heridos). Detrás de ellos, si nadie lo remedia y más antes que después, está
previsto que salgan Francisco Múgica Garmendia, “Pakito”, condenado a más de
4.500 años de cárcel, 2.354 de ellos por el atentado de la casa cuartel de
Zaragoza (11 muertos, entre ellos 5 niñas, y 88 heridos), y Rafael Caride
Simón, autor material de la masacre de Hipercor, por la que fue condenado a 790
años de prisión. Parece que esta vez la justicia, gracias a la celeridad de tan
dignos representantes del Olimpo procesal, ha echado por tierra la proverbial
lentitud de la justicia en España porque, de haber tardado 24 horas más en
decidir, les hubiera sido imposible liberarlos al entrar en vigor una ley que
pone restricciones a la triquiñuela legal a la que se han acogido para el
dislate, de modo que había que darse prisa. Y bien que se la dieron. “Las
prisas ‘pa’ los delincuentes y ‘pa’ los malos toreros”, decía Juncal. Y qué
razón tenía.
1 comentario:
Me encabrono de una manera tremenda cuando me entero de estas cosas.
Siento impotencia,rabia,dolor,pena...
Me ha gustado mucho el comentario.
Un abrazo.
Muli
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