El pasado miércoles día 5,
siguiendo el calendario previsto, Segundo Píriz fue proclamado ganador de las
elecciones a Rector de la UEX, cargo que ocupará durante los próximos 4 años.
El comunicado de la Junta Electoral que lo hace público es escueto. Se limita a
reproducir los resultados provisionales, que eleva a definitivos, añadiendo la
coletilla de que dicha Resolución “agota la vía administrativa, por lo que
puede ser impugnada directamente ante el órgano competente de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa”. A veces, como en ésta, la parquedad en los mensajes
oficiales no se utiliza sólo para seguir las normas del lenguaje burocrático
que, como decía mi amigo Enrique, “debe ser conciso y congruente con las
pretensiones de la demanda”, sino también para ocultar detalles que, aunque no
hay obligación de revelar, sería conveniente dar a conocer para que el
administrado o, como en este caso, el elector, fuera consciente de todas las
circunstancias que han concurrido en el resultado final. Harto estoy de ver, en
convocatorias a plazas de cualquier tipo en el ámbito universitario,
información de las reclamaciones presentadas contra los resultados
provisionales, el veredicto estimatorio o no de las mismas, y las razones que
lo han motivado. Incluso conocemos nombre y apellidos de los recurrentes. Si
esto se hace así en procesos que afectan, generalmente, a un reducido número de
personas, ¿qué motivos existen para que en estas elecciones la Junta Electoral
no haya seguido el mismo criterio, ocultando a la comunidad universitaria, casi
25000 electores, las dos reclamaciones presentadas a los resultados
provisionales? Porque han sido al menos dos, que yo sepa, interpuestas por el
postulante en principio derrotado, Fernando Guiberteau Cabanillas, y por el
profesor de la Escuela de Ingenierías Industriales, Ignacio Herrera Navarro, disconformes
con los índices de ponderación aplicados y, por tanto, con el resultado final
del proceso. Es evidente que ambas han sido rechazadas por la Junta Electoral, con
razones y argumentos que tampoco han transcendido públicamente. Si el proceso, incluida
la desestimación de las impugnaciones, ha sido limpio y ajustado a la ley, ¿a
qué tanto ocultamiento, tanto misterio, tanto secretismo? Más si tenemos en
cuenta que su resolución no sólo afecta a los dos candidatos, sino sobre todo a
sus, repito, casi 25000 electores, que tienen todo el derecho a conocer, con
luz y taquígrafos, cómo se ha llegado a
ella, y así evitar la sensación que muchos puedan tener de haber sido
mangoneados. “El que algo oculta, algo esconde”, dijo alguien, posiblemente
Perogrullo, en similares circunstancias.
Al menos desde el año 2004, en la
Uex, estas cosas se han venido haciendo de la misma manera. O sea, chapuceramente.
Incluso, en su día, un integrante de la Junta Electoral, ante la advertencia de
un funcionario de que los votos en blanco debían ponderarse, justificó su descarte con el luminoso
argumento de que “el señor blanco no se presenta a la elecciones”. Muy
clarividente el individuo, sin duda. Si hasta ahora nadie pio, fue porque la
diferencia de votos entre los contendientes era lo suficientemente holgada como
para que el cómputo de los votos en blanco supusiera una alteración en el
resultado final. Pero en esta ocasión, con el escrutinio más apretado que un
chotis, si se hubieran ponderado se tendría que haber ido a una segunda vuelta,
pues ninguno de los candidatos hubiera alcanzado la mayoría absoluta requerida.
Y ahí es donde la puerca torció el rabo, porque los unos con el escroto en el
gaznate y los otros con la miel en los labios, vieron cómo su suerte cambiaba
por un puñado de votos.
El espectáculo posterior ha sido bochornoso.
Los que pasaron del acojonamiento a la euforia, exteriorizando su alegría con
poses exultantes rayanas en lo chabacano, y con unas declaraciones poco
afortunadas del Rector electo en las que ignoraba a su contrincante y manejaba
datos de forma burda y tendenciosa. Y el candidato derrotado, jugando a dos
barajas con depurado estilo de trilero sectario, pues mientras que con una mano
enviaba a la ‘élite docente universitaria’ un comunicado en el que aceptaba su
derrota con aparente pulcritud democrática de buen perdedor, con la otra
presentaba una reclamación impugnando los resultados. Todo muy edificante. Pero
en fin, ya se sabe, son las cosas de la UEX. Así que lo dicho, a quien Dios se
la dé –aun de aquella manera-, la Junta Electoral se la bendiga.
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