Para que el ambiente se adecúe al color sepia retroactivo, el siguiente párrafo deberán ustedes leerlo, escuchando la sintonía de cabecera del No-Do, con solemnidad impostada tipo David Cubedo:
“El próximo día 29 del presente mes de
octubre, la Universidad de Extremadura va a vivir la fiesta de la democracia.
Al cabo de casi cuatro años de las últimas elecciones, la comunidad
universitaria volverá a tener la oportunidad de votar a la persona, y con
ella al equipo, que regirá sus destinos
durante otros cuatro años más. Hasta entonces, los dos catedráticos que han
formalizado sus candidaturas para ocupar el puesto de Rector (que, como
cualquier atento lector de estas líneas seguro que ya habrá descubierto, es la
recompensa que se dilucida en este incruento combate), estarán inmersos en la
vorágine de una campaña electoral intensa, en la que tendrán la oportunidad de
exponer a los electores su programa de gobierno y sus palpitantes propuestas,
innovadoras o renovadas, para que la docta institución siga caminando, al
tiempo que se engrandece, por la senda de la sabiduría, el conocimiento
compartido y la formación de esta nuestra briosa juventud que es la esperanza
del futuro regional e, incluso, patrio. Ambos candidatos saben que la
Extremadura y la España del mañana están en sus manos y, con vocación y
desprendimientos dignos del mayor encomio, se aprestan a la apasionante tarea
de convencer a un electorado ilusionado y riguroso para que la balanza se
incline a favor del latido de uno de los dos generosos corazones que, si bien
ahora y por mor de la pugna electoral se sienten circunstancialmente rivales,
son, sin embargo, confluyentes en el sacrificio altruista de la búsqueda del
progreso común y el desarrollo de nuestra querida y entrañable Universidad”.
Aunque les haya podido parecer
excesivamente caricaturesca la puesta en escena, la democracia universitaria,
en cuanto a la elección de Rector se refiere, resulta aún más cochambrosa que
la relamida perorata anterior. Y la calidad de la misma anda pareja con la
orgánica de Franco, aquella de Familia, Municipio y Sindicato. En el caso que
nos ocupa, para disimular la aberración, se ha sustituido el mecanismo
franquista por otro aparentemente más aséptico pero igual de engañoso y
discriminatorio. Estoy aludiendo al llamado “voto ponderado”, eufemismo
maquiavélico por el cual, a pesar de que el Rector sea elegido por sufragio
universal y directo, algunos votos son más universales que otros. Transcribo el
artículo 92.2 de los estatutos de la Uex, para que comprueben la magnitud de la
boñiga: “El voto para la elección del Rector se ponderará, por sectores de la
comunidad universitaria, en la siguiente forma: 51 por ciento para los
profesores doctores pertenecientes a los cuerpos docentes universitarios, 16 por
ciento para otro personal docente e investigador, 23 por ciento para los
estudiantes, y 10 por ciento para el personal de administración y servicios”.
Según esto, el día 29 se podría dar el caso, muy improbable pero no imposible,
de que votara un sólo PDI doctor y lo hiciera al postulante A, mientras que los
más de 21.000 electores restantes lo hicieran al postulante B. Aplicando el
birlibirloque trilero saldría elegido el primero al obtener el 51% de los
votos, o dicho en su jerga, “el apoyo proporcional de más de la mitad de los
votos a candidaturas válidamente emitidos, una vez hechas y aplicadas las
ponderaciones contempladas”. La
ponderación y la Ley Orgánica de Universidades es lo que tienen, y vienen a
poner las cosas en su sitio con total justicia y equidad porque de todos es
sabido que el voto de un doctor, cum laude por supuesto, es infinitamente más
valioso, dónde va a parar, que el de un administrativo o un conserje,
posiblemente sin capacidad de discernimiento y que bastante tienen con poder votar
sin que les escupan. Y, ahora que pienso, anda el redentor coletudo atizando a
la casta de su imaginario populista, cuando resulta que tendría que haber
comenzado por lo que le rodea en su lugar de trabajo como docente, empezando
por él mismo. Pero el tipo, ya se sabe, ve casta en cabeza ajena y no ve caspa
en la suya.
En fin, hace cuatro años, con
motivo de las anteriores elecciones, ya escribí un artículo en la misma línea
que éste que no pensaba escribir para no repetirme. Pero en habiendo empezado la
gestación de este paripé democrático, comenzaron las tripas a hacerme
chiribitas y he sido incapaz de contenerme. Y es que me resulta incomprensible
hasta la náusea que a las alturas en las que estamos de siglo y de
civilización, pueda seguir perviviendo este sistema clasista y repugnante en
los cimientos de una institución que debería ser ejemplo de todo lo contrario.
Y que a los rectores no sólo no se les caiga la cara de vergüenza por el método
discriminatorio, injusto y denigrante por el que son elegidos, sino que no
hagan nada, en esas sonadas reuniones de la CRUE en donde demandan subsidios,
para erradicarlo promoviendo los cambios legislativos que sean precisos. Quizás
es que, así, sólo tengan que centrar sus esfuerzos de campaña en satisfacer las
aspiraciones, generalmente cuantificables, de sus compañeros de departamento o
de centro, doctores como ellos y con un voto per cápita que es oro líquido, y
en donde la endogamia y el amiguismo resulta práctica común. Posiblemente los
demás votantes tan solo sean vistos por estos señoritos engreídos como figurantes necesarios, pero prescindibles, de esta
mascarada insultante. Pues eso, que conmigo no cuenten. Que los voten
sus iguales parnasianos o, en su defecto, su tía la del pueblo.
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