“No hay mal que por bien no venga”,
dicen que dijo Franco, dando muestra fehaciente de una altura moral aún menor
que la física, cuando se enteró de que su amigo Carrero Blanco había volado por
los aires a manos de ETA. Salvando todas las distancias, infinitas entre una
situación y otra, y dado que es frase hecha y sobada que lo mismo vale para un
roto que para un descosido, eso mismo podríamos decir, si lo analizamos con
mediana sensatez, del embrollo con todos sus pormenores que se nos ha venido
encima a partir del contagio por virus de Ébola de la auxiliar de enfermería
Teresa Romero. En unos pocos días ha habido tal acumulación de noticias,
sucesos, declaraciones, dictámenes, medidas, actuaciones y medias verdades que
no encontraba manera de aclararme ni de saber, con un poco de calma
desinteresada, si tenían razón los unos, los otros o ninguno de ellos. De modo
que para poder adquirir razón (si es que esto es posible en este caso) he
tenido que bucear en el maremágnum de una información apabullante -y tantas
veces sesgada por la ideología o el pesebrismo- intentando separar el trigo de
la paja. Y ni aún así creo haber salido airoso del trance. Pero, bueno, si de
este asunto, manipulado por aquí y por allá, han opinado (y ahí va mi primera
valoración) un consejero de Sanidad ceporro y disparatado, y una ministra del
mismo ramo insípida y berzas, por qué no voy a poder hacerlo yo.
Desde mi punto de vista y (recalco
para los cerriles) a partir del contagio de la auxiliar de enfermería Teresa
Romero, la primera víctima irreversible del desconocimiento o del cinismo de
las autoridades encargadas de gestionar la crisis ha sido el perro de la
enferma, Excalibur, al que han matado por si las moscas. Una vez que se supo
que la decisión estaba tomada, las movilizaciones que se organizaron para impedir
una muerte a todas luces precipitada les vinieron a los mandamases como anillo
al dedo, así desviaban el foco de atención desde su inoperancia hasta la
algarada callejera de unos desaprensivos que, etiquetados así por corifeos de
uno y otro pelaje, ‘valoran más la vida de un perro que la de una persona’, siendo
esto último absolutamente demagógico y falso, pues los manifestantes sólo
trataban de impedir una muerte en principio innecesaria. (Si se me permite la
digresión, puestos a elegir y dependiendo de qué persona estemos hablando, en
más de un caso yo me quedaría con el perro sin el menor atisbo de duda). Una de
las razones que se esgrimieron para la felonía fue que la Comunidad de Madrid
no dispone de instalaciones adecuadas para poner al animal en cuarentena. Leo
en “La Razón”, (y cito al medio sólo para evitar suspicacias paranoicas), que
en esa Comunidad, en Valdeolmos, existe
un animalario nivel 4, que depende del INIA-Ministerio de Economía y
Competitividad-Gobierno de España, capacitado para acoger a Excalibur. Se
negaron a hacerlo puesto que ya estaba dada la orden para su sacrificio. Pues
eso, ¡fuera bicho!, aunque muerto el perro no se acabó el ébola, valga la salida
facilona.
Siendo lo anterior grave, la cadena
de chapuzas, improvisaciones y despropósitos que ha llevado a que Teresa se
contagie y haya podido contagiar a otros, entra de lleno en el terreno de lo
criminal. Empezó mal, con el ingreso de los dos misioneros en el Carlos III a
cargo de un equipo médico que denuncia la falta de formación recibida y la
insuficiencia de las medidas de seguridad: Equipados con trajes de protección
nivel 2, cuando los indicados para estos casos son de nivel 4, obligados a
quitárselos en un cuchitril de 1x1,20 metros y, en el día en que presuntamente
la enferma se contagió, sin otra persona que la vigilara ni cámara grabando
como es obligatorio. Y siguió peor, con la surrealista situación de ‘vigilancia
pasiva’ a la que pasó después de la muerte de ambos misioneros, en la que se le
permite hacer vida normal, sólo obligada a tomarse la temperatura dos veces al
día y, si tuviera fiebre, a llamar al Servicio de Prevención de Riesgos
Laborales de La Paz. Así lo hace el día 29 de setiembre, pero como la
temperatura no alcanza los 38,6º que indica el protocolo sui generis de
Sanidad, y a pesar de que dicho Servicio tenía constancia de sus antecedentes
de exposición al virus, se le indica que vaya a su médico de familia, cosa que
ella hace al día siguiente sin contarle su situación al no pensar, quizás por
la pasividad del mencionado Servicio, que pudiera estar infectada. Le
diagnostican gripe y le recetan antipiréticos y analgésicos. En la madrugada
del 6 de octubre se encuentra peor y llama a Emergencias. Un epidemiólogo de
Salud Pública le hace telefónicamente la encuesta protocolaria y descarta el
riesgo de ébola. No obstante un médico de Emergencias la visita y, viendo su estado,
ordena su traslado en ambulancia al hospital Fundación Alcorcón. La ambulancia
es la habitual y los profesionales que realizan el traslado no adoptan ninguna
medida precautoria, dado que la alerta por ébola no está activada. Es en el
hospital de Alcorcón donde, tras conocer sus antecedentes, la aíslan y, tras
dos análisis, confirman el contagio por virus de Ébola. A todo esto la
ambulancia sigue realizando traslados, hasta siete, antes de ser desinfectada.
A partir de ahí, el vía crucis para Teresa, que lucha por salvar su vida, y la
inquietud para trece personas ingresadas en observación. Y la riada de
declaraciones mostrencas o silencios ominosos de los impresentables políticos
de turno, mamarrachos que con su inoperancia han puesto en jaque la salud y la
vida de un puñado de ciudadanos y para los que la destitución sería apenas un
regalo navideño.
Ojalá que Teresa consiga salir
airosa de esta lucha con la muerte y los demás ingresados salgan indemnes del
riesgo corrido, a pesar de que parece que nuestras incompetentes autoridades
sanitarias han actuado en contra de tan buenos deseos. Mientras tanto Rajoy, el
jefe de la tribu, levitando en su mundo virtual, nos comunica orondo que sus colegas
europeos le han felicitado por lo bien que España está gestionando esta crisis
esperpéntica. Seré generoso y pensaré que semejante idiotez es consecuencia de
su desconocimiento idiomático. Igual le han dicho inútil y pringue zorra y él,
impertérrito en su ignorancia, les ha contestado con un “zanquiu” mayestático.
Ya te digo.
1 comentario:
Muy bueno el comentario.Estoy de acuerdo contigo,menos en lo del perro.Creo que con este tema se han sacado las cosas de madre.
Un abrazo.
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