Tuve como profesora de Historia, en
aquellos gozosos años en que cursé el bachillerato en el Instituto Zurbarán, a doña María Bourrellier. Recuerdo sus lecciones magistrales en las que, con una infinita
paciencia y un lenguaje exquisito, trataba no sólo de que conociéramos la
Historia de España, sino también de espolear nuestra curiosidad por los temas
que a ella le apasionaban y así se abriera en nosotros el deseo de saber más.
No le debía resultar fácil a una educada mujer como ella, de lenguaje
correctísimo y poseedora de una elegancia antigua y atemporal, lidiar con una
pandilla de mozancones como nosotros. Pero creo que el amor a su vocación la
hacía inasequible al desaliento. Tengo frescas en mi memoria su imagen en el
estrado, muchas de sus enseñanzas y algunas anécdotas de las que fue
involuntaria protagonista. Y, especialmente estos días, ha destacado por entre
el batiburrillo de mi magín la disertación que nos dio sobre “Las meninas”, de
Velázquez, lienzo del que nos ofreció una radiografía precisa y detallada, al
tiempo que nos empapaba de sus conocimientos sobre los Austria y, en este caso,
sobre el reinado de Felipe IV. En aquella época sin ordenadores ni pizarras
electrónicas, para que pudiéramos seguir mejor sus explicaciones nos entregó, a
cada uno, una reproducción de la obra que, como es natural, debíamos devolver
al finalizar la clase. Así aprendimos cómo se llamaban los personajes que en
ella aparecen, su función en la Corte y su ubicación en el cuadro. De todos los
nombres el que más hilaridad nos producía, por su sonoridad trompetera, era el
de Nicolasito Pertusato, que es el enano que aparece a la derecha, junto a Mari
Bárbola y el mastín.
Evidentemente, como el avispado
lector ya habrá deducido, me ha aflorado este recuerdo de juventud gracias al
personaje de moda en la actualidad española, tocayo del enano velazqueño,
Francisco Nicolás Gómez Iglesias, bautizado en los medios como “El pequeño
Nicolás” y rebautizado en mi cacumen, quizás por un ataque de añoranza de
aquellos tiempos mágicos, como “El gran Nicolasito”, detenido el pasado día 14
por la policía acusado de estafa, falsedad y usurpación de funciones públicas.
A partir de ahí y en apenas diez días, hemos ido sabiendo de las andanzas y
engañifas del personaje. Ahora tiene veinte años pero, como poco, lleva
actuando desde hace por lo menos tres. Una carrera corta pero intensa porque en
ese tiempo se ha codeado y ha vendido la pluma verde a políticos, empresarios,
sindicalistas, policías e, incluso, a la Casa Real, que lo invitó a la
coronación de Felipe VI. El tipo es un portento, sin duda, que ha conseguido,
entre otras cosas, la cuadratura del círculo, como es la de engañar a políticos
y gerifaltes significados que han sido, y siguen siendo, expertos en el tema
del engaño. Se ha fotografiado con ellos, que ahora aparecen a nuestros ojos con
caras de tonto, emulando a los retratos sicológicos de Alberto Schommer, y haciéndoles
probar de su propia medicina. Si este asunto, al que muchos medios han dado un
toque de frivolidad picaresca que raya en lo anecdótico, es tan sencillo y
lineal, sólo me queda quitarme el sombrero ante el desparpajo de un tipo que,
lampiño y a partir de los diecisiete años, ha sido capaz de engatusar a nuestra
élite política, económica y social, y hacernos ver que este país es, cuanto
menos, un país escaso y corto por demás. Porque, según la versión oficial, Nicolasito empezó su carrera diciendo que era
de las juventudes del PP, consiguió las primeras fotos con unos incautos y
otros papanatas y, a partir de ahí,
subió como un suflé. Digo que si esto es así de simple y visto lo visto,
cuando el Estado Islámico quiera invadir Al-Andalus, sus integrantes tan solo
deberán afeitarse las barbas, quitarse el turbante y la mugre, enseñar unas
cuantas fotografías y decir que son de las juventudes del PP. Cuando nos demos
cuenta están en los Pirineos y nos tienen rodeados y, los que queden, todos zumbando
a la llamada del muecín.
Y es que en este asunto hay cosas
que no cuadran, que chirrían a poco que se escarbe en lo meramente folclórico:
¿Por qué fue detenido por la Unidad de ‘Asuntos Internos’ de la Policía, que es
la policía de los policías? ¿Por qué, tras un interrogatorio de siete horas y
por los detalles que les dio sobre el CNI, éstos llamaron allí para preguntar
si el elemento era uno de los suyos? ¿Cómo pudo colarse en la coronación de
Felipe VI? ¿Quién lo avaló, quién lo acreditó? Cuando se entrevistó con el
dirigente del sindicato Manos Limpias para interceder por la infanta, ¿cómo
pudo mostrarle unas grabaciones de sus conversaciones telefónicas? ¿Por qué la
empresa que lo hacía le pagaba un chalet de lujo en Madrid de a 5.000 euros
mensuales? ¿De dónde sacaba el dinero para el alquiler de los coches de lujo
que usaba? ¿Cómo pudo utilizar un coche policial para su viaje a Ribadeo con la
falacia de que iba a comer con el rey? Si el delito por el que ahora la
justicia le procesa ha quedado reducido a una simple estafa, ¿dónde fueron la
falsedad y la usurpación de funciones que también motivaron su detención? ¿Por qué el juez de instrucción que ha asumido
el procedimiento ha decretado el secreto de sumario? ¿Qué ‘información
delicada’ hay en la declaración de Nicolasito que no debe conocerse? En fin, demasiadas
preguntas sin respuesta.
La primera jueza que se hizo cargo
del caso dice en su auto: Vaya por delante que esta instructora no acierta a
comprender cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería, aparentemente con
su propia identidad, puede acceder a conferencias, lugares y actos a los que
accedió sin alertar desde el inicio de su conducta a nadie, por muy de las
Juventudes del PP que manifieste haber sido. Pues eso mismito digo yo.
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