(Fuente: Sofrodynamia) |
Como insinué en mi artículo pasado
y dado que el recorrido quedó a medias, quiero rematar en este la narración
sucinta del resto de mi vida laboral. Ya sé que es un tema demasiado personal
posiblemente carente de interés para un buen número de lectores, pero a veces me
resulta necesario exorcizar los adentros, limpiar según qué recuerdos y ajustar
cuentas con la vida para, así al menos, quedar conforme y en paz conmigo mismo
que es, sin duda alguna y al margen de consideraciones estéticas, la principal y mayor pretensión íntima de cuanto,
aquí o allá, escribo. Si al poner el punto final a este viaje virtual de casi
40 años me encuentro con la tranquilidad añadida de haber desechado, a golpes
de desnudez, un desasosiego emocional que aparece inoportuno por los rincones
de mi almario cuando más tranquilo estoy, habré encontrado lo que andaba
buscando. En cualquier caso además de expresarles mi gratitud sin dobleces, quiero
apelar a la comprensión de aquellos que, habiendo leído el precedente, estén
leyendo también este. Fundamentalmente por hacerles interpretar el papel de partícipes,
pasivos pero inocentes, de mis desahogos jubilares. Agradecimiento que hago
extensivo a quienes, desde la generosidad de estas páginas, me lo permiten.
(Fuente: Libre Mercado) |
El sábado anterior terminaba el
relato de mi itinerario introspectivo siendo cliente forzoso del Servicio
Extremeño Público de Empleo. Esta situación desconcertante me tuvo en ascuas
desde el 11 de julio del 2000 hasta el 27 de setiembre de 2001. Cuando
comprendí que las promesas de trabajo que se me hacían no eran más que embustes
y milongas que, viniendo de quien venían, aún ahora no soy capaz de comprender ni
su porqué ni sus intenciones, (o quizá sí), en el mes de enero de 2001 solicité
el reingreso en la UEx. De entrada tuve suerte porque, cuando lo hice, estaba a
menos de 2 meses de que mi excedencia se convirtiera en perpetua, como intentó
serlo el primer secretario de la Real Academia de las Artes y las Letras de
Extremadura, que ya es tener ansia de cargo hasta más allá de la tumba. Donde
la puerca torció el rabo fue a la hora de que mi solicitud fuera atendida. Parafraseando
a Yupanqui diré que ocho
meses me pasé / en partidas malogradas. / Nadie aseguraba nada / y sin plata me
quedé. Tras varios intentos baldíos de que me explicaran por qué teniendo derecho
y habiendo plazas libres se me denegaba una y otra vez la incorporación, me di
cuenta de que el busilis no estaba en mis derechos sino en la vanidad de un gerente
patán que, encaramado en su sillón de respaldo alto y tal vez tratando de
ajustar cuentas pasadas, esperaba mi visita en plan ‘randevú’ reverencial. Al
final, tal vez sintiéndose instado por un amigo vicerrector que sabía de mi
situación, fue él quien, seguramente muy a su pesar, acabó llamándome por
teléfono en fecha tan señalada como el 11-09-01. El mismo día que me incorporé,
el fulano apareció de improviso delante de mi mesa vociferando reproches por no
haberme pasado por su despacho para agradecerle mi reingreso. Cuando le
contesté que no creía deberle nada y, mucho menos, gratitud, salió de allí escupiendo
sapos y culebras como un poseso. Y hete aquí que, a los pocos días, un amigo en
la misma situación excedente de la que yo acababa de salir, vino a verme para
que le explicara cuáles habían sido mis pasos. Con un lenguaje escatológico que
no me atrevo a reproducir aquí no dudé en decirle que, si quería agilizar la
tramitación, además de presentar la pertinente instancia se pasase por el
despacho del bodoque a darle cuenta de sus deseos. Lo que en mi caso se demoró
ocho meses en el suyo no pasó de una semana. Eso vino a demostrarme que mi
juicio sobre el susodicho no era temerario en absoluto.
(Fuente: FECCOO Extremadura) |
Si en toda esta historia algo tenía
que salir bien, salió bien la que tenía que salir. Y a eso me agarro. Porque
fui a recalar, otra vez, a la Sección de Gestión Económica, muy diferente a
pesar de ser la misma en la que me estrené de novicio. Y he de decir que fui
recibido con cordialidad por Ignacia
(la jefa), Rosa y Martín. A pesar de que se encontraron
con un tipo de casi 50 años, resabiado, poco simpático de entrada y con fama de
cervecero cascarrabias. Y además tuve la suerte de que el maestro que debía introducirme
en los arcanos de mi nuevo trabajo, el citado Martín, era una persona paciente y con la suficiente mano izquierda
como para saber manejar mis titubeos y mi carácter poco fácil que, a pesar de
su carácter nervioso (inquieto, dice él), supo soportarme en mis carencias
informáticas con una generosidad que aún no termino de agradecerle. De quienes
me encontré allí al llegar, en el momento de mi jubilación solo permanecíamos
él y yo. Yo donde siempre y él ya como Jefe-Coordinador de la Sección.
(Fuente: Foursquare) |
Cuando salí hace pocos días por la
puerta de Rectorado camino de mi jubilación sentí el pálpito de que estaba abandonando
mi casa. Si unimos a eso que, como no me gusta despedirme, tampoco sé hacerlo,
para paliar esa impresión de huida y hacer aprendizaje de adioses no he tenido
más remedio que volver viernes sí, viernes también, al rincón-refugio de la
barra de la cafetería rectoral para tomar las cañas con la canallesca habitual
que allí se congrega. Y para despedirme una y otra vez, semana tras semana, de Martín, Juan Andrés, Javier, Lucía, Paco,
Ángel, Luna, Juan, Agustín, Coro, Manolito, el innombrable... Con Cele y Agustín del otro lado de la barra soportándonos solidariamente. De todos
ellos daré buena cuenta cuando llegue el momento. ‘Articulísticamente’ hablando, digo.
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