En 1966,
Arthur Penn rodó
The Case,
una película que en España titularon, esta vez con acierto,
La jauría humana. En ella,
Charlie
'Bubber' Reeves, (un primerizo
Robert
Redford), víctima de una sentencia injusta, escapa de la cárcel donde
cumplía condena y regresa a su pueblo del sur de Estados Unidos. La noticia de
su evasión pone en alerta al sheriff local
Cadler,
(un impagable
Marlon Brando), y a
los habitantes del pequeño pueblo. A aquel para detenerlo y devolverlo a
prisión, y a estos, cada cual por distintas razones a cual más miserable, para
cazarlo. Cuando la jauría entra en acción, el engranaje es imparable. Y, así, asistimos
atónitos y tan indefensos como Bubber al desfile desnudo de unos personajes mezquinos,
degradados, que vierten sus frustraciones y su resentimiento contra los dos
únicos héroes, y a la vez víctimas, de la historia: El preso fugado y el sheriff que trata de
salvarlo. Sin resquicios por donde atisbar algún signo de esperanza, llena de un
pesimismo, una violencia y una crueldad agobiantes fue, en su día, un fracaso
de taquilla. Posiblemente porque los espectadores no querían enfrentarse a la verdad
podrida y vergonzosa de una sociedad hipócrita, la suya, que la película desenmascaraba
y les arrojaba a la cara como un escupitajo. Desgraciadamente me acuerdo demasiadas
veces de esta cinta. Por desgracia digo porque, la mayoría de ellas lo hago a raíz
de la náusea que me producen noticias en las que nos informan de que los
gusanos de pudridero han salido de sus trincheras, ya sea en las redes sociales
o por las calles de cualquier ciudad, con frecuencia desde el anonimato,
siempre desde la cobardía, para darnos muestras de las vilezas de las que
pueden ser capaces. Durante este mes de enero que ya agoniza, hasta en dos
ocasiones me ha ocurrido.
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(Fuente: laopiniondemurcia.es) |
La primera, leyendo la noticia del
suicidio de
Lucía, una pequeña
murciana de 13 años que el pasado día 10, mientras su madre dormía la siesta,
se ahorcó con una correa atada a la litera de su dormitorio. El acoso que había
sufrido en el Instituto Ingeniero de la Cierva de Murcia por parte de sus
compañeros, que la hostigaban y la insultaban a diario, la dejaron indefensa:
“Mi vida es como una montaña rusa. Nunca sé
cómo va a ir... En el instituto Ingeniero de la Cierva no tenía a nadie. Sólo
me hablaban para insultarme. Empecé a odiarme a mí misma”, dijo en su carta
de despedida. Los cabecillas de la jauría, R. y D., dos menores de 14 años y
por tanto inimputables, tras la denuncia interpuesta por los padres de la
pequeña ante las autoridades educativas, fueron expulsados del instituto. Uno
de ellos, por cinco días. El otro, por uno. Ya ven. Y la niña fue trasladada al
Instituto Cascales. Algo inútil porque el mal estaba hecho. Lucía ya estaba
marcada por la fatalidad. Se había cansado de sufrir:
“Si queréis verme, tendréis que visitar mi tumba”, dejó escrito. Y
así ha sido.
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(Fuente: abc.es) |
Y la segunda, por ahora, las
contestaciones al tuit que
Miguel
Bosé publicó tras la muerte de su sobrina
Bimba: “
Buen viaje Bimba, mi cómplice, mi compañera, mi amor, mi
hija querida. Guíame”. Empezando por la del periodista
Antonio Burgos, inoportuna y patosa, que confundiendo, adrede o no, laicidad con
agnosticismo o ateismo, (si es que de eso se trata), decía:
“Buen viaje ¿dónde?
Vaya con el laicismo de la moda del ‘donde quiera que esté...”. Es de una
incoherencia apabullante. Una estupidez supina, vaya. A no ser que este
católico enrabietado, quizás en comunicación directa con su Altísimo, sepa dónde
está ese donde, que ya sería. Y a partir de ahí, vía libre a la bestialidad gratuita,
al horror anónimo. Creo que jamás había leído bazofia más repugnante como la
que le he leído en los nauseabundos tuits de esta jauría, escondida tras identidades falsas
de lo más estrambótico. Al menos el periodista firmó con su nombre, quizás
porque piense que la falta de caridad cristiana, la crueldad que ha demostrado,
se arregla con un ‘Señor mío, Jesucristo’ y unos cuantos golpes de pecho, que
es recurso muy utilizado por escribas y fariseos de su condición. (A pesar de
que esa estrategia, algo es algo, no le haya librado del escarnio y el
desprecio públicos). Pero la villanía de los otros, de las ratas de
alcantarilla, posiblemente quede impune. Al menos, si la policía investigara y
descubriera los nombres y apellidos de estos gusanos, sería bueno que pudieran
hacerlos públicos. Lo digo porque no vaya a ser que algún bicho de estos esté cerca,
nos crucemos con él a menudo y nosotros, ignorantes, incluso le demos los
buenos días. En vez de escupírsela, que es lo que se merece.
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