Ayer, si todo fue como tenía que
ir, tomó posesión
Donald Trump como cuadragésimo
quinto presidente de los Estados Unidos de América. Es algo que, evidentemente,
a la hora de escribir estas líneas no se ha producido, de modo que no puedo
hablar de las circunstancias que hayan concurrido en el acto, mucho menos del
talante de su discurso. Sin embargo, por las virtudes que adornan al individuo,
de las que ha dado muestras más que sobradas a lo largo de toda la campaña
electoral y ha confirmado después como presidente electo, seguro que lo que
diga no servirá para amortiguar la inquietud que me produjo que semejante
sujeto haya podido llegar donde ha llegado. Antes al contrario, lo más probable
es que la confirme o incluso la aumente. Según ha adelantado su portavoz,
Sam Spicer, la perorata, que durará
unos 20 minutos, es absolutamente personal, 100% Trump, ya que él la escribe,
la corrige y la edita. Y “no será un programa detallado, sino una reflexión
filosófica”. Otro motivo más de alarma, por otra parte no exenta de curiosidad,
porque soy incapaz de imaginarme a criatura tan tosca filosofando, a no ser que
estemos hablando de
Rosenberg.
Aunque me temo que tampoco, porque este nombre le sonará, si acaso le suena, a
marca de cerveza alemana o algo así.
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(Fuente: Posta.com.mx) |
En fin, a lo hecho, pecho, ya que a
estas horas, si se cumple lo anunciado por su vicepresidente electo, ya habrá
firmado varias órdenes ejecutivas, entre las que se encuentra el primer paso
para desmantelar el “Obaracare”, el plan de salud de
Barack Obama, desmantelamiento que podría dejar sin cobertura
médica a 18 millones de personas. Y suma y sigue: construcción del muro en la
frontera con México, que este país ya ha empezado a pagar anticipadamente con
la deslocalización de fábricas o líneas de
producción, (Ford, Carrier, General Motors…) en su territorio, y la
consiguiente pérdida de inversiones millonarias y de miles de puestos de
trabajo; supresión de la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA) y retirada
del acuerdo de París contra el Cambio Climático; levantamiento de las
restricciones al ‘fracking’ y al carbón; expulsión de once millones de ‘indocumentados’
o inicio de un enfrentamiento comercial y político con China. Cualquier cosa. Todo
bajo la égida de
“Primero Estados
Unidos”, el atavío de un lenguaje populista, burdo y simplón, y el
trasfondo de una ideología xenófoba y racista que, evidentemente, le ha dado
buenos resultados. Y el panorama se agrava si, como creo, el personaje, de
carácter infantiloide y caprichoso, es un megalómano inculto y déspota al que
el poder que representa el cargo que va ocupar puede descuajaringarle
definitivamente la sesera. Si a esto le añadimos que el ‘maletín nuclear’ y sus
códigos están ahora en manos de este patán irreflexivo y enfermizamente susceptible,
de este ‘broncas’ de chiringuito, es para que no estemos demasiado tranquilos.
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(Fuente: WordPress) |
En el año 2004,
Philip Roth publicó
La conjura contra América, una ucronía
donde se fabulaba sobre lo que hubiera podido ocurrir si, en las elecciones de 1940,
Roosevelt hubiera sido derrotado por
Charles A. Lindbergh. Héroe nacional
por haber realizado el primer vuelo intercontinental sin escalas entre América y Europa, aislacionista convencido, portavoz del comité
‘Estados Unidos Primero’, (nada es casualidad), antisemita y pronazi,
habría sido, así, el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos de
Norteamérica, que, aliada con la Alemania de
Hitler, no hubiera participado en la II Guerra Mundial, y en donde
los judíos hubieran sido despreciados, perseguidos, marginados y considerados
culpables de todos los males de la nación. Narrada a través del prisma de los ‘recuerdos’
infantiles de un anciano, (el propio Roth), nos hace partícipes del
desconcierto y los avatares de su familia y de lo que podría haber sucedido si la
historia hubiera sido esa. La novela, algo desangelada y poco equilibrada en
algunos momentos de su segunda mitad, al primar más la visión íntima y familiar
en detrimento de la general, lo que, al menos a mí, me produjo una cierta
decepción al no disponer de una perspectiva ‘histórica’ más desarrollada, es,
en cualquier caso, imprescindible y angustiosa. En el caso que nos ocupa, más.
Porque visto lo visto hasta ahora, bastaría con cambiar a judíos por
emigrantes, a Trump por Lindbergh y a Putin por Hitler, -dicho sea esto más por
analogías geográficas que ideológicas, porque en este sentido son perfectamente
intercambiables-, y, a poco que nos descuidemos, la ucronía puede transformarse
en realidad y la hipótesis en certeza. En fin, ya veremos a ver, como dijo el que
llevaba sus ojos en la mano.
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(Fuente: The New York Review of Books) |
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