Cuando el caminar, la vida, viene a
veces como viene, con ese despotismo doloroso que nos maneja, nos zarandea y
nos hace peleles de sus caprichos, la única solución inteligente para que no
pueda acabar con tus defensas hasta inutilizarte, es dejarte llevar. Aprovechar
su corriente melancólica y ser capaz de sobrevivir sacando partido de su crueldad.
Cuando la angustia viene a enturbiar, de forma inesperada, injusta, el paraíso
engañoso de la vida diaria; cuando el paso imperceptible y malgastado de los
momentos que nos hacen ser y a los que hacemos siendo se distorsiona y, de
repente, tropiezas y, trastabillando en la penumbra, te desequilibras y caes en
el desánimo, debes, aun con el corazón desgarrado, buscar refugio para evitar su
triunfo. Porque el náufrago que trata de vencer las olas, imposible alegoría forzada
de la vida, la muerte y el silencio, siempre
sucumbe a ellas. Harto de bracear, exhausto entre la espuma de sus embates,
acaba por ahogarse. Y, así, sigue viviendo sin apenas saberlo, porque vivir se
vuelve una palabra que no define nada que no sea un mecanismo rutinario. Tan
solo un proseguir con las costumbres, los horarios, las luces y las sombras de
los días que siempre son y siempre están ahí, independientemente de sus ojos.
En una hermosísima milonga, El aromo, Atahualpa Yupanqui nos habla del sufrimiento de la Acacia caven, conocida en Hispanoamérica
como aromo criollo o espinillo negro. En su canción, el árbol, nacido en la
grieta de una piedra a la que parece que rompió para nacer de sus adentros,
situado en un alto inhóspito, es envidiado por enredaderas y otros árboles celosos
de que él, solo y florido, tenga tanta
tierra a su disposición. Pero Yupanqui, con la sencillez contundente de quien
sabe mirar más allá de lo evidente, nos desvela la verdad de su existencia. Y
canta:
Como no tiene reparo
todos los vientos le pegan,
las heladas lo castigan,
l’agua pasa y no se queda.
Ansina
vive el aromo
sin
que ninguno lo sepa,
con
su poquito de orgullo
porque
es justo que lo tenga.
Pero
con l’alma tan linda
que
no le brota una queja,
que no teniendo alegrías
se
hace flores de sus penas.
Eso habrían de envidiarle
los otros, si lo supieran.
Eso habrían de envidiarle
los otros, si lo supieran.
Intentaba decir al principio de estas
líneas, que han tomado un camino sonámbulo y algo destartalado, que la vida a
veces desencaja los goznes de los días, desajusta bisagras, altera, desconcierta,
te reta a que te enfrentes a ella en un duelo trucado en el que siempre llevas
las de perder aunque, engañosa, ella te haga sentir que le has ganado. Se
entretiene con la ventaja de tu incertidumbre. Hay que seguir viviendo así sin
más remedio, en su juego tramposo, ignorando el mañana de mañana. Yo aún tengo
la poesía como escudo. Y eso la desconcierta. Ya veremos…
3 comentarios:
¡No puedo leer algo tan bien escrito sin sentir remordimientos de ser una hierba inútil como la que describe y poetiza Atahualpa Yupanqui. Jaime, ¡qué bien escribes y cómo lo transmites! Espero soportar las lluvias escondido en la grieta de mi alma y soñando con las verdes praderas del Señor.
Precioso, Jaime. Besos para ti y para Trini.
Precioso artículo.tito Jaime.Sublime y entrañable.
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