En alguna ocasión he traído aquí a
colación una de las muchas escenas desternillantes de esa película, ya mítica,
de José Luis Cuerda, titulada Amanece que no es poco: En la barra del mesón del pueblo, el
mesonero, Tirso, le está soltando a
don Alonso, el médico, una monserga
de aúpa sobre el amor y sobre la necesidad de “sobreponerse a ciertos
disturbios dialécticos en el fluir de la convivencia con la persona amada”. La
víctima de tal matraca, que había ido allí buscando ahogar en vino el espanto
de saber que su mujer, ya talludita, acaso por el hecho de sentir satisfacción
en el fornicio por primera vez en su vida, había parido mellizos a los diez
minutos de yacer con el intelectual del pueblo, no puede soportar el rollo que
el otro le está endilgando y le corta el sermón con un exabrupto irreprochable:
“Me cago en todos tus muertos, Tirso. Me
cago en todos tus muertos uno a uno. ¡La tabarra que me estás dando, Virgen
Santísima! Pero, ¿yo qué te he hecho a ti, vamos a ver…?”
Durante los últimos meses,
concretamente desde el 4 de diciembre del año pasado, esta escena ha venido a
mi cabeza de manera recurrente. Al principio de forma esporádica. Pero a partir
del 21 de ese mismo mes, con lastimosa insistencia. Y no es para menos. Porque
la que nos están dando desde esa fecha
los cuatro líderes políticos y sus adláteres, monaguillos y sacristanes,
está siendo de órdago a la grande. Lees periódicos, escuchas la radio, ves
telediarios, y dada la monotonía de sus oratorias, lo reiterativo de sus
discursos, el empecinamiento en propagar sus carencias, te sientes inmerso en
un bucle temporal mareante sin saber en el día en el que vives, si es ayer, la
semana pasada, el mes anterior o, rizando el rizo de la pesadilla, el día de
mañana. En algún momento de esta angustiosa y prolongada alucinación, por mor
de mis ramalazos hipocondríacos, llegué a pensar que, a pesar del estricto
cumplimiento de la posología prescrita, mis problemas de riego sanguíneo se
habían agravado y habían reverdecido las microisquemias en mi putamen, por
aquello de los colapsos de flujo. Pues la sensación de estar viviendo lo ya
vivido era palmaria. Porque estoy convencido de que a alguien que no esté
metido en el meollo de esta vorágine propagandística, siempre impostada y con
frecuencia panfletera y demagógica, de la campaña electoral, le colocas el
video de una arenga de esta o la anterior campaña o poscampaña, y no sabe
decirte si es de ayer mismo o de hace siete meses. Y a la viceversa.
Bien es verdad que quizás el único
de los cuatro que, a veces, ha conseguido situarme en fecha, ha sido Pablo Iglesias. Dada la capacidad
camaleónica que tiene para variar de opinión y argumentario de un día a otro,
dependiendo de hacia dónde sople el viento de las circunstancias, de hacerlo
con el descaro propio del que anda buscando encaramarse y pisar moqueta a toda
costa, y con la falta de criterio que caracteriza a aquel que no le importan
los medios para conseguir el fin que se ha propuesto, debo decir que él ha sido
el único que ha evitado que la
precariedad de mis goznes y de mis defensas ante este asalto inmisericorde de
tópicos, eslóganes y frases huecas acabara por derrotarme. Incluso cuando,
cansado de escuchar misereres silenciaba el televisor, el detalle de esa
corbata de quita y pon también ha aportado un referente que me centraba en el
calendario. Hay que reconocerle una capacidad de adaptación a las
fluctuaciones del hábitat y una variedad
de registros ideológicos extraordinarias. No puedo hacer otra cosa que
agradecérselo. Y lo confieso con la misma sinceridad que él ha demostrado día a
día, qué digo, año tras año, desde aquellos tiempos en los que oficiaba de
tertuliano díscolo en Intereconomía. Lo gordo es que el panorama que se
presenta no augura nada diferente. Las encuestas son con frecuencia engañosas, sobre
todo porque, igual que la cocina de los encuestadores, las respuestas de los encuestados casi
siempre así lo son, pero si tuviéramos que elaborar un resultado tipo con los
datos que todas nos aportan parece que la situación que nos espera es muy
parecida a la que resultó tras las elecciones del 20 de diciembre. Y otra vez,
no. Más coñazo, no. Más tabarra, no. Si estos desafortunados augurios se cumplen, no habrá más remedio que echar
mano de la justa insolencia que don Alonso le espetó a Tirso. Porque, Virgen
Santísima, ¿nosotros qué les hemos
hecho a ellos, vamos a ver…?
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