Cada vez que veo a
Pablo Iglesias y le escucho perorar su
salmodia añeja y cansina, me vienen a la memoria mis años en la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense. Recuerdos en color sepia de
tertulias alrededor de una mesa situada al fondo de la cafetería, en las que,
imbuidos de las teorías marxistas, especulábamos sobre la revolución pendiente
con la contundencia fatua que nos proporcionaba el creernos en posesión de la
verdad absoluta. A pesar de estar convencidos de haber descubierto la raíz de
la maldad intrínseca del sistema capitalista y la estrategia para acabar con
él, no pasábamos, como mucho, de desentrañar los intríngulis de la sopa de ajo.
Más o menos lo que le pasa al interfecto. Con la diferencia de que lo nuestro
se quedaba en una charla cervecera y a menudo calenturienta, pero lo suyo, ¡ay
de nosotros todos!, tiene posibilidades de ser llevado a la práctica si las
urnas, nuestros votos, así lo deciden el próximo mes de junio.
Esta evocación de mis años mozos ha
sido más vívida tras la actuación que el líder redentor ha tenido en la reunión
anual que el Círculo de Economía ha celebrado este jueves en Sitges y a la que,
esta vez sí, ha sido invitado. Fue con corbata y sin chaqueta, quizás un guiño
metafórico e inconsciente a la volubilidad de su criterio. Y asistió a pesar de
que el año pasado, frustrados sus deseos de acceder a una invitación que no
recibió, declaró:
“A nosotros no nos van
a llevar a la reunión esta de Sitges a darnos caviar y vinos muy caros para
hablar con nosotros. A nosotros no se nos compra, no se nos amenaza ni se nos
dan instrucciones”. Entre las cosas que dijo este jueves, entresaco un par
de frases que vienen al pelo:
“Es un
placer, un honor y una obligación para cualquier candidato a la Presidencia del
Gobierno, hablar en el foro de Sitges… Nadie puede negar que hayamos sido
coherentes desde el principio”. No
hay más que verlo, sobre todo desde el año pasado a este. Y añade:
“Somos enormemente pragmáticos. Gobernar es
elegir entre opciones diferentes, también a la hora de recortar. A veces hay
que optar por alternativas distintas a las que figuran en los cuadros de un
despacho o las ideologías de una biblioteca”. Me ha recordado, digo, con
esta manera estudiada de nadar y guardar la ropa, a un integrante de esas
reuniones cerveceras de mi juventud al que llamábamos
el sueco. No solo porque se lo hiciera, que también, sino porque
era alto, rubio, elegante y ligón. El tipo era capaz de defender una teoría con
vehemencia, para, al poco, hacer lo mismo con su contraria. Y cuando le echábamos
en cara su falta de fuste ideológico y su incoherencia, siempre contestaba lo
mismo:
“No sé cómo tengo que decirlo: Yo
no soy
incoherente, joder, soy pragmático”. Y se quedaba ausente, con la
mirada perdida. Era un personaje este
sueco.
El día que teníamos asamblea, que invariablemente solía acabar con reparto de
estacazos por parte de la policía, nuestro amigo aparecía hecho un pincel, con
chaqueta, corbata y un maletín lustroso de su padre que le servía de atrezo.
Entraba de los últimos en el aula, se quedaba de pie, junto a la puerta, y en
cuanto que oía las voces y carreras que anunciaban la entrada de
los grises, salía tranquilamente en
dirección contraria a ellos, que al verlo tan formalito, repeinado y pulcro,
pasaban a su lado sin tocarlo. Ventajas del pragmatismo, ya ven.
Pues de mucho pragmatismo tendrá
que echar mano el candidato hueco para compaginar el discurso algo más prudente
de este jueves en Sitges con las resoluciones emanadas del último congreso del
PCE, principal partido de IU, coaligada con Podemos para las próximas
elecciones. Por citar algunas de sus ocurrencias, sus socios proponen: romper
con el euro y con la UE, nacionalizar los sectores estratégicos (banca,
energía, agua, telecomunicaciones, comunicación, gran distribución de
alimentos, educación, sanidad, servicios sociales…), crear una banca pública y
formar con los países periféricos de Europa un remedo de ALBA (Alianza
Bolivariana para los pueblos de nuestra América). Yo, a este personaje
evanescente lo creo capaz de, llegado el momento, tratar de vendernos la burra
de haber alcanzado lo inalcanzable. Porque de un tipo que nos dice sin que se
le despeine la coleta que “la desconfianza suele ser la antesala del
entendimiento y del acuerdo”, que es una perogrullada similar a decir que la
idiocia suele ser la antesala de la sabiduría, puede esperarse cualquier cosa.
Lo malo es que empiece a creerse sus patrañas. Porque ahí será donde la puerca
tuerza el rabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario