Este jueves pasado, a las 8:13 h de
la mañana, recibí un wasap remitido desde un teléfono desconocido para mí. No
era de alguien que yo tuviera en mi lista de contactos: “Angelito murió anoche
de repente. Hoy lo llevarán del Instituto Anatómico Forense al Tanatorio del Puente
Real”, decía. Por un momento no fui
capaz de comprender lo que estaba leyendo. Algo debió de bloquearse dentro de
mí, quizás en la parte del cerebro que tengamos para sortear a la vida cuando
no quieres aceptar los golpes que, inesperada y fríamente, te asesta; cuando
quieres escapar de esa crueldad indiferente de la que alardea en su afán de
hacer daño y de doler. Al leerla, la sencillez de esa primera frase, tan clara,
tan concisa, tan contundente, tan terrible, se enturbió tanto que se me hizo
indescifrable. No acertaba a saber. No quería hacerlo. Inútil, torpe intento el
mío porque el mensaje, cerrado, incontestable, no tenía escapatoria, ni una
tronera que dejara entrever un atisbo de luz.
Pero, a pesar de todo, tuve que
verle allí, a través del cristal -espejo sin azogue, transparente ilusión que
separa la vida de la muerte- para aceptar su pérdida. Tuve que verle allí,
distante y solo, dormido sin soñar, para sentir que nunca más vendría. Tuve que
verle allí, presencia ausente, callada y triste música imposible, para decirle
adiós. Mientras le contemplaba, inerte y pálido, prisionero en el mundo de la
nada, musitaba hacia adentro los versos de Vallejo: “Y el hombre... Pobre...
¡pobre! Vuelve los ojos, como / cuando por sobre el hombro nos llama una
palmada; / vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza, como
charco de culpa, en la mirada. / Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no
sé!”.
Porque dime, Angelito, amigo,
hermano, ¿qué hago con tus recuerdos si no estarás conmigo para vivirlos
juntos? No servirán de nada, nunca serán consuelo y siempre serán tristes aun
en medio de risas. A ellos nos aferramos en un baldío esfuerzo por volver a
vivir lo ya vivido, por resucitar muertos y espantar soledades, por conjurar
ausencias. A ti y a mí nos ha pasado al recordar momentos con Cosme, con Leoni,
con Goyo, con El Niño... Siempre acabábamos más tristes, más callados, más
dentro de nosotros. Y ahora, contigo ya del otro lado del espejo, me toca a mí
sufrir en soledad. Acompañado, tal vez, pero penando solo porque mi corazón
palpita ya repleto de silencios, porque la misma pena es otra en cada sangre.
Mientras paseaba con Alejandro por la explanada del Tanatorio, sorteando
lágrimas y fantasmas en el absurdo de un día luminoso y fúnebre, me lo dijo:
“Nos vamos quedando los viejos, Jaime”. Sí. Y nos quedamos cada vez más viejos,
más solos, con más desgarros que suturar.
Yo seguiré viviendo, mi tierno y
generoso Belvedere de aquellos días aciagos, y pasaré a menudo por donde me
esperabas cada sábado para tomar café. Pero no estarás nunca. Y volveré al
rincón del Deportivo y hablaré con Manuel para disimular el imposible anhelo de
que llegues. Y tú jamás vendrás. Y un día, tal vez pueda, cuando ya la resaca
de la pena haya pasado a ser parte del pulso de mis días, entraré en
Universitas. Y no podrás mirarme por encima de esas tus gafas mágicas, perdidas
y encontradas tantas veces. Porque tú ya te has ido para siempre. Y yo no sé
que hacer para aliviarme, porque no sé qué hacer para llamarte y conseguir que
vuelvas.
6 comentarios:
Jaime, eres un buen tío. Un fuerte abrazo.
Maldita sea!...Que tenga que ser en medio de un profundo y sangrante desgarro donde brote la esencia de tu alma en tristes y a la vez bellas palabras. Creo que Angel estudió magisterio en la misma promoción que yo pero en diferente especialidad, o es que lo veía mucho por allí....¿no, Jaime?
Lo siento. Un abrazo.
Se traspasan a los lectores tus pesares. Gracias por sentir tan hondo
Gracias por tu sentir tan hondo
Cuanto sentimiento. Mucho ánimo jaime
Gracias por hacerle este gran homenaje ami tío ángel mi "tití" como nosotros le decíamos era una gran persona se le hechara mucho de menos gracias por esta publicación Jaime
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