La tarde-noche del pasado martes
estuvo movidita. El rey, después de saber que Rajoy iba a darle nuevas calabazas si volvía a
designarle candidato, optó por la decisión lógica, que era la de dar
oportunidad al segundo partido más votado en las pasadas elecciones, el PSOE,
cuyo líder había dado muestras evidentes de estar deseándolo. A partir de que
la noticia tuvo confirmación oficial, hubo las correspondientes ruedas de
prensa y los cuatro líderes salieron al retortero, impulsados por esa palanca
invisible que mueve a los políticos a sacar pecho y, dado que ésta la pintaban
calva, largar su perorata a la menor ocasión. La mayoría de la veces, todo hay
que decirlo, para darnos el coñazo con frases hechas y coletillas, dichas con
el énfasis del que cree haber descubierto el no va más. Albert Rivera, estuvo
comedido y equidistante, incluso en su declarada incompatibilidad con Podemos;
Pedro Sánchez, al que se le notaban los esfuerzos que hacía por domeñar su
euforia y no dar rienda suelta a sus ganas de descorchar una botella de sidra
El Gaitero delante de las cámaras, suicida y terco en su negativa a propiciar
cualquier tipo de acercamiento al PP y, misterios del oxímoron argumentario,
dispuesto sin embargo a mirar a derecha e izquierda en busca de futuros acuerdos;
y Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, cada cual con su berrinche, disparatados. El
gallego impasible, empecinado de entrada en lo mismo de lo que acusa a su
oponente, anunciándole su voto en contra de todas, todas, y obnubilado,
barrunto, por el deseo fervoroso de que fracase y, así, deje la vía expedita a
sus quimeras; y el predicador violeta en su papel de rey del mambo generoso y
coherente, encantadísimo de haberse conocido, seguro de que el PSOE sin él no
es nada, acusando a Pedro Sánchez de ambiguo, inoperante, tardón e hipócrita,
al tiempo que descartaba a Ciudadanos de cualquier posible pacto y calificaba
su oferta como la única seria y sensata para formar un gobierno “de cambio y de
progreso”, jaculatoria que repitió del derecho y del revés hasta aburrir a las
ovejas.
Las declaraciones y movimientos
posteriores de unos y otros no han hecho más que acentuar, si cabe, la rigidez
monolítica de sus posturas. El único que está demostrando tener cierta cintura
política en medio de tanta esclerosis táctica y, lo que es más importante, una
visión de la situación más realista, es Albert Rivera, que se ha arrogado, o se
ha visto forzado a hacerlo, el papel de mediador entre PP y PSOE, tratando de
que ambos relajen sus mutuas inquinas y de desatascar una situación que lleva
camino de meternos a todos en un callejón sin salida. Mucho me malicio que sus
buenas intenciones van a servir de poco o nada, porque Rajoy sigue en sus
trece, con la incomprensible complicidad de un PP consentidor e inoperante en
su molicie, y Sánchez no pierde ocasión de proclamar su obstinación en no
negociar con el Tancredo compostelano. Y por si no tuviéramos bastante, en eso
se publican los resultados del último sondeo del CIS sobre intención de voto,
que nos anuncia una situación de parálisis muy similar a la que padecemos
ahora, por lo que parece que esta España de nuestros dolores entraría en un día
de la marmota recurrente que, como poco, puede acabar con nuestros castigados
nervios y nuestra paciencia fransciscana.
(Candonga de los colectiveros. Les Luthiers).
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