sábado, 6 de febrero de 2016

CANDONGA DE LOS PRESIDENCIABLES

La tarde-noche del pasado martes estuvo movidita. El rey, después de saber que Rajoy  iba a darle nuevas calabazas si volvía a designarle candidato, optó por la decisión lógica, que era la de dar oportunidad al segundo partido más votado en las pasadas elecciones, el PSOE, cuyo líder había dado muestras evidentes de estar deseándolo. A partir de que la noticia tuvo confirmación oficial, hubo las correspondientes ruedas de prensa y los cuatro líderes salieron al retortero, impulsados por esa palanca invisible que mueve a los políticos a sacar pecho y, dado que ésta la pintaban calva, largar su perorata a la menor ocasión. La mayoría de la veces, todo hay que decirlo, para darnos el coñazo con frases hechas y coletillas, dichas con el énfasis del que cree haber descubierto el no va más. Albert Rivera, estuvo comedido y equidistante, incluso en su declarada incompatibilidad con Podemos; Pedro Sánchez, al que se le notaban los esfuerzos que hacía por domeñar su euforia y no dar rienda suelta a sus ganas de descorchar una botella de sidra El Gaitero delante de las cámaras, suicida y terco en su negativa a propiciar cualquier tipo de acercamiento al PP y, misterios del oxímoron argumentario, dispuesto sin embargo a mirar a derecha e izquierda en busca de futuros acuerdos; y Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, cada cual con su berrinche, disparatados. El gallego impasible, empecinado de entrada en lo mismo de lo que acusa a su oponente, anunciándole su voto en contra de todas, todas, y obnubilado, barrunto, por el deseo fervoroso de que fracase y, así, deje la vía expedita a sus quimeras; y el predicador violeta en su papel de rey del mambo generoso y coherente, encantadísimo de haberse conocido, seguro de que el PSOE sin él no es nada, acusando a Pedro Sánchez de ambiguo, inoperante, tardón e hipócrita, al tiempo que descartaba a Ciudadanos de cualquier posible pacto y calificaba su oferta como la única seria y sensata para formar un gobierno “de cambio y de progreso”, jaculatoria que repitió del derecho y del revés hasta aburrir a las ovejas.

Las declaraciones y movimientos posteriores de unos y otros no han hecho más que acentuar, si cabe, la rigidez monolítica de sus posturas. El único que está demostrando tener cierta cintura política en medio de tanta esclerosis táctica y, lo que es más importante, una visión de la situación más realista, es Albert Rivera, que se ha arrogado, o se ha visto forzado a hacerlo, el papel de mediador entre PP y PSOE, tratando de que ambos relajen sus mutuas inquinas y de desatascar una situación que lleva camino de meternos a todos en un callejón sin salida. Mucho me malicio que sus buenas intenciones van a servir de poco o nada, porque Rajoy sigue en sus trece, con la incomprensible complicidad de un PP consentidor e inoperante en su molicie, y Sánchez no pierde ocasión de proclamar su obstinación en no negociar con el Tancredo compostelano. Y por si no tuviéramos bastante, en eso se publican los resultados del último sondeo del CIS sobre intención de voto, que nos anuncia una situación de parálisis muy similar a la que padecemos ahora, por lo que parece que esta España de nuestros dolores entraría en un día de la marmota recurrente que, como poco, puede acabar con nuestros castigados nervios y nuestra paciencia fransciscana.

Los números no tienen vuelta de hoja y, según bien dice Rivera, para conformar un pacto de legislatura es necesaria la presencia del PP, no sólo porque su voto, en cualquier reforma constitucional que quiera hacerse, es necesario para conseguir la mayoría necesaria en el Congreso y salvar el veto del Senado, sino porque su aporte es imprescindible para cualquier acuerdo que se pretenda definitivo sobre los grandes temas de Estado como pueden ser la educación, la sanidad, la lucha antiterrorista, la presencia en Europa, la ley electoral o el sistema judicial, por poner algunos ejemplos. Pero parece que ninguno de los dos líderes tiene intención de vestirse de estadista y adquirir la suficiente altura de miras para, dejando a un lado rencores y miserias personales, tratar de oxigenar el aire viciado en el que nos han metido. Malo sea que no les ocurra lo que a los dos conejos de la fábula de Samaniego que, discutiendo si los perros que habían perseguido a uno de ellos eran galgos o podencos, fueron sorprendidos y devorados por ellos. Y en la política española, perros oportunistas los hay para caer malo, ya adornados con un muy honorable copete piloso, ya con una lánguida coleta violácea. Pues eso.

(Candonga de los colectiveros. Les Luthiers).

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