Esta semana me reuní con directivos
de la Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz, que han
tenido la gentileza de invitarme para que, el próximo mes de abril, dé una
charla en su sede con motivo del Día del Libro, acto que se encuadra en la celebración de los dos siglos pasados desde
su fundación en el año 1816. Al llegar a casa y brujuleando en Internet, ese
engendro cibernético chivato en el que si sabes buscar desechando fraudes y
atrevimientos de ignorantes, encuentras, aprendí y también refresqué
conocimientos sobre esta institución, la privada más antigua de Extremadura,
que ha estado presente en la sociedad badajocense promoviendo desde la creación
de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Badajoz y el primer Cine-Club de la ciudad,
al establecimiento de la Escuela Normal de Maestros y la de Maestras, o el
Instituto de Segunda Enseñanza, por poner unos muy pocos ejemplos de sus
logros. Una labor altruista posiblemente poco conocida por la mayoría de los
pacenses, pero sin duda ejemplar e imprescindible; con la cultura, el
humanismo, la educación y la libertad, -“Enseñando Fomenta” es su lema-, como
pilares fundamentales de una trayectoria siempre en pos de la modernización y
el desarrollo de la sociedad de Badajoz y, por ende, de Extremadura, y que tuvo
merecido reconocimiento institucional el año pasado, (más vale tarde que
nunca), con la concesión de la Medalla de Extremadura.
A medida que pasa el tiempo, los
recuerdos de mi pasado más lejano me vienen, a veces, con una nitidez
apabullante. Me pierdo en fechas, en nombres quizás, en detalles, pero revivo
sensaciones y vuelvo a ver la misma luz y a oír las mismas voces de entonces
con una claridad casi milagrosa. Mientras hablaba con ellos y a medida que les
relataba los inicios de mi relación con La Económica al final de la década de
los 60 del pasado siglo, parecía que mi cabeza había sido abducida por la
mítica máquina del tiempo de Wells. Porque ellos y yo estábamos allí, en la
cafetería en donde habíamos quedado, rodeados del murmullo de parroquianos que
desayunaban y camareros que iban y venían, pero mi memoria me devolvía, en un
escalofrío, las sensaciones de aquellos tiempos idos. Fue en el Día de la
Poesía de 1969 o, quizá, de 1970, cuando hice mi presentación en sociedad como
poeta, o, como a él le gustaba decir, cuando recibí la “alternativa” de manos
de
Jesús Delgado Valhondo, que, llegado su turno, me dedicó “Algo no anda
bien”, un poema sobrecogedor y hermosísimo que me dejó con el corazón encogido
y que, aún hoy, no puedo leer sin que las lágrimas me ganen mientras, prendido
a la melancolía, lo escucho, de nuevo, en su voz de aquella tarde mágica. Y
aquel mi primer recital fue en La Económica, en la antigua sede de la calle
Hernán Cortés, frente al bar Las Cancelas.
A partir de ahí se me abrieron sus
puertas con una generosidad que ahora agradezco porque aunque yo, con la
prepotencia propia de la inmadurez, me creyera digno por méritos propios de
codearme con ellos, era apenas un mozalbete aprendiz de poeta, un ignorante que
no sabía de la misa la media. Más o menos como ahora, pero en joven. Y así
empecé a asistir a “Los martes de La Económica”, una tertulia que era una
verdadera escuela de tolerancia y de respeto, en la que me encontraba más que a
gusto y en donde aprendí a dudar, a rechazar dogmas, a aborrecer el sectarismo
y a iniciar los cimientos de un sentido crítico e iconoclasta que aún perdura.
A ella acudían, (y eso sí que era un verdadero mosaico de diversidad
ideológica), entre otros, el propio Jesús, Federico García de Pruneda, Ricardo
Puente, Enrique Segura Covarsí, Manuel Pacheco, Juan Antonio Cansinos Rioboó,
Francisco Pedraja, Carlos Doncel y Arturo Martínez Carrillo. Y allí se hablaba
de lo divino, de lo humano, de literatura, de música... y cada cual opinaba lo
que mejor le parecía sin más límites que, repito, el respeto y la tolerancia
con el otro. La verdad es que aquello era un reducto de libertad, una bocanada
de aire fresco en el ambiente sucio e irrespirable de aquellos años. De modo
que cuando me llamaron para que diera la charla, a pesar de mi creciente
misantropía no pude ni quise negarme. Tal vez porque, misterios de la
nostalgia, intuí que en esa charla del próximo abril yo volveré a estar otra
vez, como entonces, en La Económica de la calle Hernán Cortés, frente al bar
Las Cancelas.
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