En los últimos años del franquismo
y primeros de la transición, uno de los grupos más violentos de la ultraderecha
era el de los Guerrilleros de Cristo
Rey, nacido de la mente enferma de un químico, Mariano Sánchez
Covisa, y hermanado con Fuerza Nueva, una agrupación de franquistas descerebrados
y fanáticos que dirigía el notario Blas Piñar, un tipo ridículo y engolado que
si no fuera por la vesania intransigente que rezumaba, o quizás por eso,
resultaría patético en cualquier escenario medianamente civilizado y racional. Una
de las actividades estrella de esta
caterva de cenutrios engominados era la de reventar, armados de bates y cadenas
y al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, los actos de protesta, las manifestaciones o
las asambleas universitarias. Incluso organizaban batidas por la zona de bares
de Moncloa y Argüelles, en Madrid, aporreando a cualquiera que les pareciera
sospechoso de ser un “rojo de mierda”. Todo esto contando con la pasividad
cómplice de la policía de la época, cuando no con su colaboración directa y
activa. Como cuando se entra en esta dinámica de violencia la mayoría de las
veces es imposible parar la fuerza de su inercia, los canallas acabaron
implicados en los sucesos de Montejurra y en el asesinato a tiros de dos
estudiantes, Arturo Ruiz García y Carlos González Martínez. Decir que estos sucesos
luctuosos fueron producto de la casualidad o hechos aislados sin relación
alguna con la historia anterior, son ganas de negar lo envidente, sin duda por
desvergüenza más que por ignorancia o por convencimiento.
Más o menos como ha sucedido con la
agresión de la que fue víctima Mariano Rajoy este miércoles pasado. Bueno está
que el agredido, elevando su pachorra ‘tancredista’ hasta un summum imposible,
haya restado importancia a la salvajada, rehusando denunciar al delincuente con
la recomendación explícita de no “extraer consecuencias políticas” de la misma.
Él sabrá, aunque a mí me parece que esa actitud errónea degrada la dignidad del
puesto que ocupa al mezclar torpemente la esfera personal con la institucional. Pero lo que resulta llamativo es la rapidez casi histérica con la que tantos
medios de comunicación, tantos comunicadores y tantos políticos, hasta ese
momento implacables con él hasta el ultraje, por una vez y sin que sirva de
precedente se han unido a la sugerencia presidencial y, en un ejercicio
vomitivo de hipocresía colectiva, se han apresurado a privar de cualquier
intencionalidad política no sólo al ataque, sino también al atacante, parece que una pobre criatura trastornada e
inestable sin más ideología que su militancia en la afición del Pontevedra Club
de Fútbol. ¡Madre del Amor Hermoso, qué frenesí el de unos y otros escurriendo
el bulto! No me imagino esta unanimidad en el diagnóstico si el victimario
hubiera sido un extremista de derechas y la víctima, por poner un ejemplo,
Pablo Iglesias, que dada la diferencia de complexión con Rajoy, posiblemente
hubiera aterrizado sin escalas, coleta incluida y mandíbula aparte, en la islas
Cíes. A estas horas estaríamos de caverna fascista, trío de las Azores,
neofranquismo, nunca mais, no a la guerra, no nos moverán, PP asesino, Gobierno
cómplice y otras lindezas similares hasta por encima de los nísperos. Como si
lo estuviera viendo, primo, que esta jarca es cansina hasta el empacho.
Pero vamos a ver que yo me entere.
¿El energúmeno le arreó a Rajoy porque no le gustaban sus zapatos o su careto;
porque pasaba por allí y le dio un repente; quizá porque venían de copas y no
pagó la última; para robarle el mechero; porque no es del Pontevedra C.F.;
porque es más alto que él; porque lo miró y no le gusta que le miren…? O lo
hizo porque, según se han encargado de pregonar sin descanso los que ahora
ahuecan el ala en estampida tumultuosa, es un neoliberal aliado de la troika y
del capitalismo salvaje, culpable de la austeridad y de los recortes que nos
laceran, cómplice de los desahucios, liberticida, franquista, indecente,
corrupto, embustero, enemigo del pueblo y de la clase trabajadora, monigote de
Merkel, inútil y tonto de baba. Pues, evidentemente, me inclino por la segunda
hipótesis. Y si a lo largo de estos cuatro años se ha ido alimentando la
crispación y el todo vale, sobre todo desde algunas cadenas de televisión que
ahora andan en el juego del fariseísmo, es fácil deducir que la chispa que ha
saltado en un cerebro débil haya incendiado la gasolina derramada, que era
mucha. De modo que por supuesto que hay que extraer consecuencias políticas,
porque el culpable no es solo el detenido, sino todos aquellos que, día a día,
han contribuido a este dislate. Aunque ahora traten de esconderse detrás de
unas lágrimas de cocodrilo que dan asco.
1 comentario:
Clarísima tu reflexión sobre los hechos gravados por las cámaras. Clarísimo que no faltaran cenutrios que digan que millones de españoles estaban deseando hacer lo que por bien España, tal como don Pedro Sánchez, hizo el patriota en cuestión. Clarísimo que también dirán que fue un montage para rentabilizarlo políticamente. Clarisimo que en este mundo tie que haber de tó.
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