sábado, 17 de octubre de 2015

PAPARRUCHAS

Hay situaciones en las que parece que la ignorancia de algunos de nuestros políticos se exacerba, haciéndoles salir a la palestra al mogollón como si compitieran por ver cuál de ellos dice la memez mayor. Entran en una especie de furor diarreico irreprimible y, orondos, con caras de estar descubriendo la penicilina, dan en largar paridas, a cual más zopenca, sobre lo divino, lo humano y lo mediopensionista con una soltura solo equiparable a su indigencia educativa. Si al elenco protagonista añadimos la actuación de figurantes espontáneos que, como por ensalmo, parecen salir de su letargo con renovados bríos en su afán de emular chorradas y disparates, la escena, si no conllevara la tragedia que supone dejar en una evidencia palmaria la miseria intelectual de unos y de otros, sería tan hilarante como la famosa escena del camarote de los hermanos Marx.

Hablo de la sarta de idioteces que hemos podido oír, y sufrir, a costa de la Fiesta Nacional de España. No sé si seré muy torpe o, con la edad, me estaré volviendo un carcamal recalcitrante y emboscado, pero en la exposición de motivos para elegir la fecha no  encuentro nada execrable, ni atisbos fascistas o franquistas, ni visos de una añoranza imperialista. Antes al contrario, me parece de una evidencia contundente: La fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos, se dice en la exposición de motivos de la Ley 18/1987 de 7 de octubre. La historia es lo que tiene y eso es una verdad irrefutable, lo diga Agamenón o su porquero. Andar tergiversando la realidad de la Alta Edad Moderna con la visión del siglo XXI, mayormente si esta es torticera y dogmática, es de una torpeza que entierra, a quien lo hace, en el más espantoso de los ridículos. No sé quién empezó, pero detrás del primero vinieron legión: el Kichi o Quichi o comoquiera que se escriba, Ada Colau, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, y un sinnúmero de correligionarios agrupados en las redes sociales bajo la etiqueta “resistencia indígena”, que les debe de sonar muy bien pero resulta ser una puñetera idiotez, (a no ser que quieran resucitar a Moctezuma y a Túpac Amaru para enrolarse en sus huestes aborígenes y reescribir la historia), atropellándose por decir sinsorgas y paparruchas a cuál más alucinante: Expolio, genocidio, masacres, sometimiento de culturas, comparaciones entre el 12 de octubre y el 18 de julio, plebiscitos para elegir una “fecha cívica y patriótica”… en fin, un gazpacho intragable y estomagante. Para completar el reparto no podía faltar en el sarao Guillermo Toledo, ese trasunto del Actor Secundario “Bob” en Los Simpson,
que ha salido de su caverna atiborrado hasta las trancas de Laxen Busto, para ciscarse sin mesura en todo lo que su ideología paranoica le dictaba, y haciendo alarde, a base de caguetilla, de una  profundidad de pensamiento y de una lógica dialéctica abrumadoras. Un portento el individuo.
                                                                                                                                         
Pero, sin duda, la actuación estelar más trompetera en este tinglado artificioso montado a costa de la Fiesta Nacional de España, ha sido la de Pablo Iglesias, que ha interpretado a las mil maravillas el papel principal de un vodevil en dos actos, intitulado “No voy porque no me invitan y si me invitan no voy”. Una vez desmontado el infundio de su discriminación por parte de la Casa Real, el susodicho declinó la invitación, dizque traspapelada, con el contundente argumento de que, según le habían dicho, el acto “era un  poquito tostón” y, además, y aquí viene lo sublime, porque “consideramos que nuestra presencia es más útil en la defensa de los derechos y la justicia social en este país, que en este tipo de actos”. O sea, "como sé que te gusta el arroz con leche, por debajo de la puerta te aviento un leño”, pero con ínfulas redentoras.  Este muchacho, al que encuentro cada vez más poquita cosa y más desvaído, no deja de sorprenderme en su tozudez por ser un cursi redomado. Lo vi en la entrevista que le hizo Risto Mejide, y pasaba del melindre a la ordinariez con una facilidad pasmosa, pero siempre tratando de envolver todo su discurso simplón, incluso el palabrotero, con una pátina de trascendencia verdaderamente empachosa. Su prédica maniquea de “corta y pega”, de tópicos y de eslóganes manidos, suena cada vez más hueca y más impostada. Y así le va en las encuestas.

1 comentario:

Muli dijo...

Muy buen comentario,Sr.Buiza.
Tiene mucha razón en lo que dice.
Un saludo.