Parece que el gallinero se va
animando. Hemos pasado 100 días en una especie de parada técnica en la que unos
y otros han medido distancias valorando con pequeños picotazos la capacidad de
reacción de los contrincantes, pero sin que llegara la sangre al río. Apenas
resaltar un par de salidas de pata de banco de Monago que tan solo han servido
para desnudarle y dejarnos descubrir su interior más tortuoso y mezquino.
Porque sus lamentables declaraciones tras la dimisión, más que justificada por
sus problemas de salud, de Santos Jorna como consejero de Medio Ambiente, y la equiparación
ciertamente miserable y torpe de la caída de un falso techo en el Hospital
Infanta Cristina, un incidente menor, con el incendio de la Sierra de Gata, una
catástrofe mayúscula, han demostrado de forma palmaria hasta donde puede llegar
su falta de escrúpulos y su exceso de bilis.
Esta calma chicha postelectoral se
ha roto esta semana, como si el otoño, con el comienzo del curso y el fresquito
mañanero, hubiera despertado a nuestros políticos de la modorra estival. Un
primer síntoma que ha abierto las expectativas de un nuevo periodo de actividad
ha sido el asunto Ropero, que en plan La Parrala con su Senado sí-Senado no, ha
demostrado que la intención más que conjeturable del PSOE extremeño de romper,
en lo posible, con la vieja guardia ibarrista, no va a ser tan fácil. Desde mi
punto de vista, aquí pincharon en hueso y los toreros resultaron toreados por
un cinqueño que, a pesar de una rendición final aparentemente ortodoxa con el
canon de ‘una persona, un cargo’, los ha tenido en su terreno y ha soltado el
mango de la sartén cuando le ha parecido bien. El desequilibrio de fuerzas y de
astucia ha dejado en evidencia a más de uno, que esperaba encontrar a un manso
manejable y ha tenido que lidiar con un morlaco más resabiado que el mismísimo
Ratón. A mayor abundamiento, convendría no olvidar que Vara fue presidente de
la Junta de Extremadura, (y por eso lo es ahora), gracias a que fue adoptado
como delfín por el gran preboste omnisciente. De modo que, en ocasiones, romper
con el pasado ajeno no es tarea sencilla cuando resulta imposible romper con el
propio. A no ser, claro está, que se repita aquello del camino de Damasco de
Saulo y, tras el derribo del caballo y la revelación cegadora, haya quien se
tenga que cambiar hasta de nombre y no le baste, para marcar autonomía, con un
discurso bonachón y bienintencionado. Y en este caso, para más inri, la empresa
puede ser aún más que dificultosa, porque el dios que lo ilumine derribándolo
podría ser el mismo que lo encaramó en lo alto del corcel.
Otro dato que durante la semana ha
marcado el reinicio de la actividad política ha sido la presentación, por parte
de la consejera de Hacienda, Pilar Blanco-Morales Limones, del plan económico
financiero 2016-2018. La vi unos instantes en el telediario regional, en la
rueda de prensa que convocó al efecto, y la primera impresión no pudo ser más negativa.
La última imagen que tenía de ella fue al poco de ser nombrada, y me pareció
una mujer elegante, como vestida de domingo, pulcra, repeinada, segura de sí
misma, con aspecto saludable y, sí, con alguna dificultad para expresarse con
fluidez pero con cierta capacidad dialéctica para salir del atascamiento. Por
lo poco que vi anteayer en televisión, la encontré demacrada, titubeante, insegura
y con su incapacidad expresiva aumentada. Por no hacer juicios apresurados, he
buscado en Internet la rueda de prensa y la he visionado entera. Y me ha
confirmado que mi primera impresión no iba desencaminada. Seguía vestida de
domingo, eso sí, pero despeinada, ojerosa, insegura, con la mirada huidiza y,
lo que es peor, con un discurso de catecúmeno reiterativo y recurrente, lleno
de tópicos y eslóganes generalistas, con pocas cifras, menos explicaciones y
una capacidad de decir una cosa y su contraria que me apabulló y me produjo una
sensación de fragilidad en sus convicciones y en la solidez de su línea
argumental del todo desasosegante.
Pero bueno, en lo que a mi actividad
articulística se refiere y haciendo de la necesidad virtud, me acojo al viejo
dicho de que “cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana”. Ahora que la
puerta siempre abierta del inefable Fernando Manzano, otrora presidente de la
Asamblea y, por tal, primo de su chófer, solo se me ofrece entornada de manera
esporádica, es posible que las urnas me hayan abierto la ventana luminosa de
esta consejera de intermitente y pálida facundia. No sé si tendrá chófer pero,
a estas alturas, eso ya me da igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario