Leí el pasado domingo la
entrevista, extensa y clarificante, que Manuela Martín le hizo a Guillermo
Fernández Vara en estas páginas. Hay aspectos de la misma en los que no me
atrevo a entrar, más que nada porque no tengo datos ni conocimientos suficientes
como para poder opinar sobre ellos: la herencia recibida, el desfase
presupuestario, el déficit, la deuda, histórica o actual, los entresijos de las
relaciones políticas... Ahí siempre hay declaraciones encontradas de los que se
van y de los que vienen, con lo cual mejor callar que pasarme de listo. Sobre
todo cuando la legislatura está en pañales y, como decía el otro, lo que sea
sonará. Me imagino que a lo largo de estos cuatro años se irá viendo quién
tiene razón y, sobre todo, quién es más veraz o, si se prefiere, quién nos
miente menos. Dicho sea de paso, eso de los 100 días de tregua siempre me ha
parecido una estupidez fuera del contexto en el que tuvo su origen, pero hay
tópicos que se enquistan en el imaginario colectivo y a ver quién es el guapo que
los avienta.
O al menos no hablo yo, vaya a ser
que mi vida vuelva a sumergirse en la vorágine de dudas que me supuso leer el
artículo que, páginas más adelante, firmaba Beatriz Muñoz González y en el que
descubrí que, por dos líneas anecdóticas de un artículo anterior, me incluye en
la infame nómina de los machistas de la Universidad de Extremadura. Y acoto
hasta la territorialidad y el enclave profesional porque ella, además de
profesora de Sociología en la UEx como añade a su firma, es la directora de su
Oficina para la Igualdad. Y me imagino que hasta ahí es hasta donde abarca su
jurisdicción y su posibilidad de estigmatizar pontificando. La verdad es que la
alarma me duró poco porque, leído el texto con detenimiento y después de un
primer titubeo, vi sus argumentos tan pueriles, tan manidos, tan propios de un
razonamiento inductivo (gracias, Pilar),
tan inconsistentes, que al momento recuperé la presencia de ánimo. Y es
que escribir un artículo catalogando de manera dogmática opiniones ajenas a
base de hacer categoría de la anécdota es, además de una osadía, una torpeza
impropia de una mente con un mínimo de racionalidad. Si en realidad de lo que
se trata es de justificar el puesto y el rol, añadido al mismo, de ojeador de
todo aquél que se salga de los límites de la corrección político-feminista al
uso, al menos debería documentarse antes de incluir a alguien en el catálogo de
los impresentables y no hacerlo de manera tan frívola e injusta.
1 comentario:
Que razón tiene tu santa con la recomendación que te hace, lo que de otra parte, es normal porque te conoce muchísimo mejor que los demás.
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