martes, 29 de diciembre de 2020

ABUELEANDO IV

 

Mi nieta me está enseñando

a vivir, una vez más,

en una vida imposible

que no pude imaginar:

A regresar siendo el mismo;

a aprender de sus silencios

porque no todo es hablar.

Ella sabe que hay momentos

en que mejor es callar,

y entonces, coge mi mano

y se la acerca a su cara

para que yo la acaricie.

Mientras, me mira a los ojos,

sonriendo,

y acurruca su silencio

y su cabeza

en mirar cómo la miro

y en callar como es callar.

Y los ojos se le achinan

y se juntan con los míos

que, a veces, siente vibrar,

porque solo están pendientes

de no romper a llorar.

Y me cuesta convencerla

de que los abuelos lloran,

cuando menos te lo esperas,

de pura felicidad.

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