sábado, 21 de noviembre de 2020

LA VERDAD, SEGÚN DE QUIÉN.

          «Hay un brote de coronavirus con decenas de infectados en una residencia. ¿Lo subimos ya a la web? –¿Lo tenemos confirmado con el SES? –No. –Pues espera a confirmarlo. Conversaciones similares a esta se han repetido en la Redacción de HOY desde que hace casi diez meses llegó la pandemia a nuestras vidas. Son solo tres frases rápidas intercambiadas entre un periodista y su jefe, pero sirven para poner de manifiesto cómo se trabaja en HOY para ofrecer a los lectores noticias rigurosas», escribía en el HOY del pasado domingo, Manuela Martín, su directora.

          Y ahora, imaginemos una conversación similar entre el director de The Washington Post en junio de 1972, Ben Bradlee, y los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein: «Cinco hombres, uno de los cuales afirma ser un antiguo empleado de la CIA, han sido detenidos cuando intentaban llevar a cabo un plan elaborado para espiar las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata en Washington. ¿Lo publicamos? –¿Lo tenemos confirmado con la CIA? –No. –Pues espera a confirmarlo». Son sólo cuatro frases rápidas (no tres) intercambiadas entre dos periodistas y su jefe, que hubieran mandado a la papelera y a la inexistencia pública el caso Watergate y la posterior dimisión de Richard Nixon.

          Es la diferencia entre rigor informativo y noticias oficiales; entre dirigir un periódico o el Boletín Oficial del Estado o, en este caso nuestro, el Diario Oficial de Extremadura. O, lo que es muchísimo peor, confundir lo que es ser director/a de un periódico con lo que es dirigir un Gabinete de Prensa del Gobierno, cualquiera que sea éste. Porque rigor no es sinónimo de oficialidad. Antes al contrario, con demasiada frecuencia es, sin ninguna duda, acérrimamente antónimo. Si la verdad periodística en el HOY de hoy día tienen que autentificarla, como en este caso, Vergeles o un fraile zigzagueante con náuseas, mal vamos. Debería bastar con el crédito que aportan la profesionalidad y la honradez de los periodistas que integran su plantilla, de las que, leído lo leído, duda hasta su propia directora. Yo no dudo de ellos. Yo solo dudo de ella y de los adláteres lánguidos que asienten a su férula y sus ocurrencias con media sonrisa entregada y sumisa. Una pena, primo.