La palabra «nefelibata» procede de los vocablos
griegos «nephélē» (nube) y, enlazado con él, «bátēs»
(que anda). De modo que de la unión de ambos deducimos que un nefelibata es, «sensu stricto»
etimológico, «el que anda en/por las nubes». Según el DRAE, es un adjetivo,
usado también como sustantivo, que designa a una «persona soñadora, que no se apercibe de la realidad». Y digo yo de paso, y con eso arrimo el ascua a mi
sardina, no necesariamente el soñador a que se refiere tal definición haya de
serlo en el
sentido más benévolo del término, que podríamos parangonar con quijote, iluso,
idealista o, incluso, ingenuo. Porque el nefelibata al que me refiero en el título
de este artículo es el que el DRAE define en la segunda acepción de «soñador» como
aquel menda «que cuenta patrañas y ensueños o les da crédito fácilmente».
En el poema Epístola,
dedicado a la esposa de Leopoldo Lugones
e incluido en su libro El canto errante (1907), Rubén Darío la utiliza y, posiblemente, la acuña: «Que ando, nefelibata, por las nubes…
Entiendo. / Que no soy hombre práctico en la vida… ¡Estupendo! / Sí, lo
confieso: soy inútil. No trabajo / por arrancar a otro su pitanza; no bajo / a
hacer la vida sórdida de ciertos previsores». El poeta nicaragüense reincide y vuelve a emplearla en el poema ¡Eheu!
del mismo libro: «Nefelibata contento, / creo interpretar / las confidencias
del viento, / la tierra y el mar...».
No sé si, debido a su contumacia, a raíz
de esta doble utilización la palabreja es documentada en español por primera
vez, me imagino que por duplicado. El cultismo hubo de esperar, no obstante, hasta
mediados de los años 80 de ese siglo, concretamente hasta el año 1984, para que la RAE lo incluyera en su Diccionario
de la Lengua Española, aunque en Portugal, desde finales del siglo XIX, ya
figuraba en diccionarios con el mismo significado y la misma grafía. De modo que, para centrar el asunto, y
sin abominar de la utilización que de esta palabra hace Rubén Darío, me quedo
con la sorna elocuente y retroactiva de don Antonio Machado («este cielo
azul y este sol de mi infancia...»), cuando en su Cancionero apócrifo,
dejó dicho: «Sube y sube, pero ten / cuidado, nefelibata, / que entre las
nubes, también / se puede meter la pata». En fin si, como todo apunta, el
destinatario de esta socarronería fue Rubén Darío y su verso melifluo, la pata
ya habría dejado de meterla, más que nada porque la estiró años antes de la
publicación de los apócrifos machadianos.
Quién me iba a decir a mí, ni a
nadie, que esta palabra iba a adquirir rotundo protagonismo en estos días
amargos que vivimos. Porque mientras los ciudadanos que no están confinados,
digo, personal sanitario, farmacéuticos, miembros de las FFAA y FFCCSS,
bomberos, camioneros, basureros, barrenderos, empleados de supermercado, conductores
de autobús y de ambulancias, y otros ‘muchos bastantes’ (Arturito dixit) que sin duda
olvido, están dejándose la piel y la vida por nosotros, Pedro Sánchez, el presidente entronizado del Gobierno de España, está
cada día más cerca de convertirse en el paradigma del nefelibata por
antonomasia, autosugestionado con haber sido seleccionado por el pueblo para
alcanzar las nubes más altas, más distantes, más etéreas, más esponjosas. Y en
estos días de encierro, atiborrado de periódicos en línea y de programas
televisivos en la cocina, me he asombrado siguiendo en unos y otros el ascenso
alienado del susodicho hacia la verborrea más vacua y la mentira más descarada.
Y he comprobado, en sus gestos despreciativos de malevo y en sus palabras
cargadas de suficiencia, el desprecio a los que, vivos o muertos, incomodan su
ascenso hacia la cúspide de un Olimpo soñado a la medida de su desparpajo ególatra. La frase
puesta en boca del ministro del Interior, con semblante cada día más zombi y
más entelerido, resume perfectamente el pensamiento de nuestro nefelibata
embelesado: «Este Gobierno no tiene ningún motivo para arrepentirse de nada», dijo
el tal, calculo que por boca de ganso. Sin duda un insulto arrogante y zafio a
los miles de muertos y a sus allegados (en el caso de los ancianos, una
auténtica masacre), a los miles de enfermos y a los millones de confinados. Y
un escarnio gratuito a sus sufrimientos.
En fin, la escalada hacia el
egocentrismo más irredento de este Churchill
de guardarropía creo que tiene mucho (todo) que ver con la labor del camarlengo
‘monclovita’, un personaje oscuro donde los haya, mercenario apátrida y calvo
arrepentido desideologizado aunque, por otra parte, sí, especialista sólido en
encumbrar a políticos por muy mediocres y faltos de cacumen que éstos sean. (O,
a lo peor, la solidez de su trabajo se deba precisamente a eso, a la medianía
de sus pupilos a los que puede manejar como a muñecos del pimpampum). Si al buen
hacer de este engendro añadimos la vaselina que, con sus encuestas bufas, le
proporciona el sacristán chabacano del CIS, por el momento no atisbo
escapatoria.
«¿Y mi nieta, eh...? ¿Y mi
nieta creciendo a lo lejos... ?». Pues eso, que nos queda más mili que a
Cascorro. Y yo con estos pelos, primo.
1 comentario:
Jajajá
Este doctor nefelibata anda siempre con sus ocurrencias. Su antecesor confesaba que pasaba el tiempo "contando las nubes", ¡toma nísperos!
En fin, menos mal que los nietos son una bendición
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