Pues aquí seguimos confinados, que no confiados, mi santa, mi hija Andrea y servidor, sin que hasta el momento esta reclusión nos haya
supuesto ningún encontronazo desmesurado a pesar de nuestros caracteres,
dispares, sí, pero con un denominador común en cuanto a su fuerza se refiere. He
de reconocer que el más cascarrabias soy yo y, a veces, me voy por los cerros
de Úbeda, pero el encocoramiento dura
apenas un suspiro. Si es con mi hija, porque se va a su refugio a seguir con el
‘máster no presencial’ y me ignora. Y hace bien. Y si es con mi santa, porque
soy yo el que suele hocicar, aunque no se lo diga, y me ignoro. Y hago bien. Sobre
todo porque ellas dos han guardado el confinamiento a rajatabla y el jardín da
para lo que da, que si en circunstancias normales no es para mucho, ahora es
para menos porque, a día de hoy, está bastante descuidado. Tanto que, como dure
mucho este recogimiento, el día que vengan a desbrozarlo va a ser como revivir una
película de Tarzán, con mona Chita incluida.
En más de un artículo y en más de dos he dejado
constancia, aquí, de mi adoración por la música como un apoyo emocional,
generoso y desinteresado, que me ha ayudado a sobrellevar momentos de mi vida
de otra forma insoportables, o me ha acompañado cuando no sabía qué decir o
cómo decir lo que sentía prestándome su voz para hacerlo y, así, salir del
trance. Porque la música no sólo me ha hablado a lo largo de mi vida y ha
conseguido, según los casos, hacerla más
amable, o más intensa, o más feliz, o más llevadera, sino que me ha prestado su
voz para que yo pudiera comunicar lo que sentía, fuera sufrimiento, o dicha, o
esperanza, o ansias de perdón. Pero nunca pensé que, gracias a ella, pudiera conseguir
que ir a tirar la basura se transformara en una fiesta relajada de emociones y
de recuerdos.
Cuando despachurro estas líneas me ha sorprendido
abril en el silencio y la luz compungida de esta mañana atardecida y nubla. La
mezcla de estos tres ingredientes, -confinamiento, música y abril-, destartala
un bastante mis defensas, a la vez que las dota de coraje. Y mientras intento
sobrevivir anímicamente en este caos que mezcla risas y lágrimas, optimismo y
desespero, esperanza y fatalidad, hablo por teléfono con los amigos, porque aunque
las conversaciones sean monotemáticas (es lo que hay) siempre encontramos sitio
para la chanza, los recuerdos cachondos y el «deseo de ajuntarnos un día en un
rancho con sol alegre y nuevo». O, en su defecto, en la cafetería del Rectorado
de la UEx, que no es moco de pavo. Y también lo hago con mi suegra (96 años), que
se lee el HOY dos veces cada día y está convencida de que el tal coronavirus es
una plaga que han traído los que han vuelto de la isla esa de Supervivientes,
por comer bichos a los que nosotros no estamos acostumbrados. Y, sin solución
de continuidad, abomina a base de bien de los que dejan morir a los viejitos
para que no estorben, ni ocupen camas en los hospitales. Bueno está. Pero, a
fuer de egoísta, yo ya estoy ilusionado porque mañana tendré que ir a tirar la
basura. Y, después, a la compra. En fin,
como decía un compañero, y sin embargo amigo, de la UEx: «Que me tenga yo que
reír con la que tengo encima...»
¿Y mi nieta, eh...? ¿Y mi nieta creciendo a lo
lejos...? Pues es lo que hay, repito. Hasta que mi corazón apabullado y mis
risas de presidiario, no aguanten más sin estar con ella. Y bien es verdad que,
cuando eso ocurra, no sé lo que pasará.
1 comentario:
Hola, Jaime. Me llamo Arantxa Martín Santos y nunca nos hemos conocido. Llevo días recordando ese poema de Tarde de siempre que empieza diciendo Está lloviendo Abril en mi ventana. Hoy he buscado el libro, que tengo desde 1979, dedicado por ti (gracias a tu primo Fernando, del que era amiga en esa época, y muchos años después también, entre medias nos perdimos de vista), he hecho una foto del poema y se lo he enviado a mi familia y amigos, porque hoy en Madrid llueve y hace la tarde exacta para ese poema. Y te he buscado en Google y descubro que tienes este blog, al que ya he echado un vistazo y que leeré y seguiré a partir de ahora. Cada vez abunda menos el pensamiento independiente, así que tendré que aprovecharte. He descubierto también que hay libros tuyos que no tengo. Bueno, de hecho sólo tengo tres. Tarde siempre; Huída de las horas e Insistente reencuentro. Todos ellos dedicados, siempre gracias a Fernando. Supongo que era él el que me los conseguía. Luego te perdí la pista. Probablemente fue cuando Fernando se fue de España y yo ya no me enteré de tus nuevas publicaciones. He buscado en Amazon para ver si siguen estando disponibles y, como sabrás, no lo están. ¿Hay alguna forma de conseguirlos?. Me gustaría tener todos. Gracias en cualquier caso por todo, por los poemas de entonces, por el blog de ahora y por el recuerdo siempre. No sé cómo funciona un blog, nunca he participado en ninguno, pero no hace falta que publiques este comentario. Bueno, haz lo que quieras. No sé por qué aquí sale mi dirección de la universidad, pero si contestas preferiría que lo hicieras a mi dirección privada arantxams@telefonica.net.
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