Ayer viernes se inauguró la 38 Feria del Libro de
Badajoz, que durará hasta el domingo 19 de los corrientes. Y, a su amparo,
mañana domingo, a partir de la 13:15 horas, se entregarán los premios del 23
Concurso de Poesía y Narración Infantil y Juvenil, del que soy jurado desde
hace muchos años, quizá durante sus 23 de existencia. Refiriéndome a él, publiqué
el año pasado en estas mismas páginas el artículo Feria del Libro y escritores novicios. Entre otras cosas, decía yo,
más o menos: «Vivir la posibilidad anual que se me
ofrece de poder acercarme a las emociones
desbordantes, ingenuas, desinhibidas, de escritores que, salvo algunas
excepciones, están entre los 8 y los 13 años de edad, es un lujo con el que
disfruto como si fuera uno de ellos. Y lograr lo que logran, digo, que un tipo
como yo, cercano a ser ya un carcamal, recupere el olor cercano de una
inocencia enterrada por las arrugas de los años, es un milagro que solo los que
son abuelos tienen la posibilidad de llegar a disfrutar. Dado que, ‘consanguíneamente’
hablando, yo no lo soy, cuando me enfrento a los cientos de poemas y
narraciones que mandan cada año estos autores, me siento un poco el abuelo de
todos y cada uno. Y, sin conocerlos, me los imagino escribiendo, volcando su
imaginación y sus sentimientos en historias y poemas que recibo como un “agua
límpida milagrosa” y rejuvenecedora. Ya sé que, a primera vista, puede resultar
contradictorio que esta experiencia anual me haga sentir, al mismo tiempo,
nieto y abuelo, niño/joven y adulto, pero esa es la magia que tiene esta
literatura, este concurso, que te contagia de fantasía hasta hacer que lo
absurdo resulte normal y lo normal, aburrido e ilógico. Y así, en una pirueta
existencial que solo en ese mundo de fábula que construyen se puede realizar,
me siento abuelo de mí mismo al tiempo que de ellos».
Pues este año, todavía como jurado y
un paso y varias peplas más cerca de ser el carcamal que entonces anunciaba, me
he acordado de aquel artículo por la confluencia de dos circunstancias gozosas
y emocionantes. La primera es que, si las cuentas y la luna no fallan, el
próximo mes de junio seré, ‘consanguíneamente’ hablando, abuelo. Aún no sé si
de
Carla,
Carlota o
Masita pero,
en cualquier caso, ya podré sentirme y serlo con todas las prerrogativas y
obligaciones reales inherentes al cargo, y no solo con las virtuales del mundo
quimérico. Y la segunda, que la ganadora del Concurso de Poesía Infantil 2019 ha
sido
Claudia Smith Delgado-Valhondo,
nieta de
Jesús Delgado Valhondo.
Cuando, tras la votación del jurado, supe que ella era quien había ganado,
pensé en Jesús y le sentí al instante, tierna presencia ausente, sentado junto
a mí riendo como un niño, como él reía siempre, como era. Volví entonces mis
ojos, ocupados de asombros, «como cuando por sobre el hombro nos llama una
palmada». Pero no conseguí verlo porque, ya se sabe, «lo esencial es invisible
para los ojos». Mañana, como digo, se entregarán los premios. Y allí acudiré
como jurado. Estoy seguro de que Jesús estará feliz con que yo ejerza de abuelo
putativo de su nieta. Y Claudia, quizá, cuando me vea sienta un latido de
emoción que le recuerde, aún sin saberlo, al abuelo que la muerte le impidió
conocer.
El
año que viene, si sigo siendo jurado, volveré pues a renacer en la emoción de sentir
historias, decepciones, aventuras y alegrías mientras leo cuentos y poemas
escritos por un tropel de nietos que lo son sin serlo, sin saberlo y, sin duda,
sin quererlo. Y seguiré sintiéndome privilegiado y agradecido por poder vivir la
Feria del Libro de Badajoz desde una posición en la que disfruto doblemente.
Desde dentro, ejerciendo de gastrónomo al olor de los pucheros donde se cuecen
los sueños, y desde fuera, paseando por ella (colgado de la sombra de mi amigo
Angelito) soñando con los sueños que
los libros encierran. Y si sigo aquí, escribiendo estos artículos, quizá se
encuentren con uno parecido a éste que ojalá hable de una Feria del Libro que
siga siendo, sobre todo, un escenario donde la niñez y la juventud tengan un
espacio en el que divertirse con la literatura y con los libros. Porque la lectura
les hará ser mejores ya que serán «más iconoclastas con los líderes, más
comprensivos con los distintos, más empáticos con los sufrientes, más sensibles
con los indefensos, más críticos con los poderosos y más escépticos con los
vendedores de humo». En definitiva, es la mejor inversión que se puede hacer
para que sean ideológicamente autónomos. Y visto el panorama, pues eso: Ya veremos a ver cómo pare la burra, primo.
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