En el año 1964,
enmarcado en la campaña urdida por Manuel
Fraga Iribarne, a la sazón ministro de Información y Turismo, para celebrar
los “XXV años de paz” dizque habidos tras finalizar la guerra civil, se estrenó
en los cines de España el documental Franco,
ese hombre. Dirigido por José Luis
Sáenz de Heredia, con guión firmado por él mismo y por José María Sánchez Silva y en el que, acompañadas por la música de Antón García Abril y el Himno Nacional,
las voces en off de Ángel Picazo, Francisco Valladares y otros, nos iban
narrando las escenas de este (en palabras de Méndez Leite) «apasionado documental revelador de muchas cosas
desconocidas para las jóvenes generaciones y muy emotivo para los que vivieron los acontecimientos
evocados en la pantalla con singular maestría». En él, se describe al dictador
como «un hombre entero, de vida rectilínea, soldada a una razón de ser que siempre acaba teniendo la razón. Un
hombre sinceramente humano que nunca ha jugado a ser un semi dios (sic) que no conoce la palabra
cansancio y que es inasequible al desaliento. Un hombre anclado en su
firmeza de servicio, que recibe las mejores compensaciones de su trabajo
en los minutos que le exprime a su tiempo para dedicarlos a los suyos y a sus
aficiones más entrañables».
Al poco de
empezar a leer el pestiño editado de Pedro
Sánchez, me vino a la memoria este otro pestiño cinematográfico. Y conforme
avanzaba en su lectura, más y más me iba convenciendo de las similitudes entre
ambos: La misma manipulación de los hechos y de la historia, el mismo lenguaje relamido
y prosopopéyico, el mismo énfasis hagiográfico, la misma desfachatez, la misma
exaltación personal... ¡55 años después! Hay diferencias, por supuesto, porque
si en el documental, Franco era,
aparentemente, mero receptor pasivo de las loas, en el libro Sánchez es,
palmariamente, emisor y receptor de las suyas; si (por hacer un guiño al
programa televisivo Sálvame que él tan
efusivamente encomia en su libro) Franco era como Naranjito con uniforme de Capitán General, él es un buen mozo
elegante y atractivo estilo Roberto
Alcázar; si allá se dice que Franco nunca jugó a ser un semidios, acá Sánchez
tampoco juega a eso porque se nos presenta como un mismísimo dios o, siendo
benévolo, como su reencarnación mortal o, aplicando aún más benevolencia, como
un enviado omnisciente de él.
En cualquier
caso, si todo lo dicho en el anterior párrafo es opinable, (que para eso
escribo artículos de opinión, digo) como opinable es lo que afirma en su libro
Méndez Leite sobre la singular maestría
del documental de marras, lo que es incuestionable es que, entre otras cagadas,
el puñetero libro confunde a Fray Luis
de León con San Juan de la Cruz y a Hemingway
con Einstein; adolece de una redacción
chata, empalagosa y manifiestamente mejorable; en el primer capítulo ya nos
avienta el primer embuste de muchos a costa del colchón ‘monclovita’ y (lo que
es peor de todo en una obra escrita) es un compendio insufrible y variopinto de
aberraciones sintácticas y ortográficas (concordancias, puntuación, espacios,
tiempos verbales...), algunas de ellas garrafales y dolorosísimas. Soy incapaz
de comprender cómo la escribiente turiferaria, Irene Lozano, licenciada en Lingüística por la UCM y diplomada en Filosofía
por la Universidad de Londres, ha podido revolcarse en este lodazal de errores
a la hora de enjaretar literariamente las grabaciones de sus encuentros. A no
ser que quedara obnubilada por la personalidad arrolladora del susodicho, que
todo puede ser. Aunque de una persona que declara sin ruborizarse, «Yo hice el
libro, pero el autor es el presidente», se puede esperar cualquier cosa. O
tiene un grave problema de comprensión del idioma español o, quizá, quiera
escurrir el bulto al emboscar el verbo escribir
tras el verbo hacer para librarse del
posible marrón que pudiera caerle encima. Y del que, a pesar de la boutade, no se ha librado.
A medida que lo
leía, he ido siendo presa de una desazón y una congoja cada vez más acres,
porque la soberbia, el endiosamiento y la infalibilidad de la que hace alarde
el personaje me ha traído a la memoria el perfil de otros que, con esas mismas
particularidades caracterológicas, han dejado en la historia una huella
infausta y aborrecible. Hay en el libro un frenesí delirante de megalomanía y
narcisismo, que lo invade de principio a fin, en el que se expone todo un
inventario de ofensas y desprecios que no hacen sino destilar un rencor viscoso
y un mórbido afán de desquite entre sus líneas. Más que un manual de
resiliencia épica impulsada por el altruismo, he visto un ansia de revancha
camuflado tras una bonhomía tan falsa como pomposa. Por no hablar de las
guindas de pedantería paleta que salpican sus páginas, como cuando el susodicho
asegura seguir las cadenas de televisión BBC y CNN. Una chulería políglota que
cuadra mal con el error que cometió en su tesis doctoral cum laude, al traducir el billions
inglés (mil millones) como billón. Un
disparate que destartaló el cuadro económico que lo contenía y que no comete un
alumno medianamente aplicado de 1º de Primaria. Ahora, eso sí, los beneficios
del libro los donará a los sin techo, sin duda una indeseada lacra heredada de
Rajoy y una buena excusa para el trompeteo demagógico. En fin, visto el pelaje
del individuo, si el 28 de abril le salen bien las cosas, vae victis!, primo.
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