Conocí a José María Fernández Gutiérrez, y él me
conoció a mí, en el mes de marzo del año 2004, cuando tuvo el atrevimiento y la
generosidad de invitarme a dar una conferencia en la Universidad Rovira i
Virgili de Tarragona, enmarcada en unas jornadas organizadas por el
Departamento de Filología Hispánica al que pertenecía. Él
prologó mi POESÍA 1973-2003 y hasta el día de hoy nos mantenemos en
contacto, artículo va, comentario viene. Y a la viceversa. El año pasado recibí
su obra El libro de olor a queso y a
tierra mojada, y éste, En Cataluña se
apagaron las farolas, se encendieron los grillos del odio.
La crítica a la política de inmersión lingüística llevada a
cabo por la Generalidad que impregna ambos no es, ni mucho menos, consecuencia
de una calentura repentina, no es un sarpullido ocasional y pasajero, sino la
expresión escrita y razonada de un convencimiento consolidado desde que en
enero de 1981 José María fuera, junto a Amando de Miguel, Jiménez Losantos, Carlos
Sahagún y Santiago Trancón,
entre otros, uno de los primeros veinte en firmar el llamado Manifiesto de los dos mil trescientos, que denunciaba la discriminación de
la lengua española en Cataluña. En mayo de ese mismo año esa firma le costó al
citado Jiménez Losantos, entonces profesor de Lengua y Literatura Españolas en un instituto de Santa Coloma, un
atentado de Terra Lliure, organización aún desconocida, en el que estos
parientes ideológicos de políticos, partidos y organizaciones separatistas de
entonces y de ahora, le dispararon en una pierna como recuerdo y advertencia.
Hace casi 40 años que sus autores, con una clarividencia premonitoria, ya le
vieron las orejas a un lobo que durante este tiempo, efectivamente, no ha hecho
más que crecer con el beneplácito, la ayuda o la pasividad de los distintos
gobiernos de España. La reacción contra ellos de la entonces incipiente satrapía pujolista fue inmisericorde, y contó
con la colaboración lacayuna de buena parte de la prensa catalana o asimilada.
Tan es así, que la mayoría de los 2.300, en pocos años, abandonó Cataluña. José
María Fernández Gutiérrez, nacido en Miñera de Luna (León), doctor en Filología
Románica por la Universidad de Oviedo con una tesis sobre Díez-Canedo, que
desde el Instituto de Bachillerato de La Bañeza (León) había llegado a Tarragona
en el año 1972 para
incorporarse a su Universidad Laboral como
profesor de su especialidad, aguantó amenazas,
ninguneos, acosos, desplantes, insultos y mentiras. Pero allí se quedó y allí
sigue viviendo, con su dignidad intacta y el coraje suficiente para seguir
diciendo lo que piensa.
Buena muestra de ello son estos libros en los que,
exhibiendo una extensísima cultura literaria y buenas dosis de un didactismo
producto de su vocación profesional, hace uso de multitud de recursos para
dirigir sus reflexiones al argumento que domina el meollo de ambos y que no es
otro, ya saben, que la defensa de la lengua española frente a los que en
Cataluña, con una ceguera producto del sectarismo más cerril e ignorante,
pretenden hacer de ella una lengua muerta. Muerta por inútil, por desconocida,
por enemiga. Todo le sirve para dirigir sus mandobles contra la cochambre de
esta pretensión liberticida y contra sus urdidores, de las gallinas de su
pueblo leonés hasta la puerta rota del garaje de su casa, de los carneros
modorros a los parches para arreglar los neumáticos pinchados, de La Celestina al Libro de los proverbios, de Valle
Inclán a León Felipe, de Esopo a Miguel Ángel Asturias... Porque aunque el núcleo de ambos libros es
común, como común lo es el de sus diferentes capítulos, cual es la crítica (a
veces irónica, a veces despiadada, en ocasiones elíptica) de la panda de
mamelucos que conforman la pléyade de políticos nacional-separatistas
catalanes, de su odio a España y a su lengua, y de las consecuencias aberrantes
de exilio, acoso o marginación que ese odio tiene para los ciudadanos libres,
los caminos para llegar a él, con las cabriolas dialécticas pertinentes, son
variados e imaginativos, y estés más o menos de acuerdo con sus posiciones
ideológicas o con algunas de sus tesis, nunca te dejan indiferente. A mayor
abundamiento, siendo su autor como es, por encima de todo, maestro, te invitan
(conmigo ha ocurrido) a leer este libro en el que no habías reparado o a releer
aquel otro al que su recuerdo te ha hecho volver. Qué más se puede pedir de
unos libros si además de darte satisfacción intelectual por sí mismos, te
recuerdan satisfacciones olvidadas o te posibilitan otras nuevas.
En fin, leídas las reflexiones de José María siento cómo
sus desilusiones y sus cabreos le han servido de acicate para seguir
sintiéndose libre, e intuyo que estos dos libros son una forma de desahogo
catártico, una manera de no ceder ante la tiranía del silencio ni ante las
amenazas del miedo, de ejercer su derecho a una libertad de opinión que las
escuadras nacional-separatistas pretenden arrebatarle y, claro, de dejar
constancia escrita de todo lo anterior. En resumen, dan cumplida cuenta de la
pulcritud ética y la honestidad que
sostienen su lucha. Y su convencimiento de que
hace lo que tiene que hacer siguiendo cabalmente los dictados de su
conciencia.
1 comentario:
Fantástico el artículo, y fantástico D.José María
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