En mi artículo La España sepia de Vox, decía yo ayer (que en mis circunstancias y
‘articulísticamente’ hablando quiere decir ‘el sábado pasado’) que, en
política, las maneras son parte del mensaje. Y en campaña electoral, o sea,
casi siempre en esta España nuestra, aún más. Con lo que al votante, al
ciudadano, a usted, a mí y a nuestros allegados o lejanos, nos someten a un
bombardeo publicitario inmisericorde en el que somos, apenas, las víctimas de ambiciones
de vendedores a los que les importamos
un pimiento y que te endosan un cacharro inservible que, a mayor
escarnio, ni siquiera tú querías, pero al que tienes que aguantar y alimentar
durante 4 años. Y, una vez pasados éstos, vuelta la burra al trigo. Esas son
las reglas básicas de la democracia occidental en la que andamos, primo. Y, a
pesar de todo, de berrinches y decepciones, de espantos y de asombros, benditas
sean y muchos años duren.
Pues eso decía, más o menos. Y
también que entre los elementos que conforman el mensaje es básico el cómo se
expresa éste, el lenguaje que se utiliza para hacérnoslo llegar. Y bueno está
que cada cual, a la hora de expresar sus anhelos patrióticos o sus ansias de
poder o de cualquier otro tipo, quiera hacer énfasis en lo que mejor le
parezca, apelando a las asaduras, el cacumen o el corazón del destinatario.
Pero, al hacerlo, tendrá que aguantar las opiniones de quienes leemos sus
inflamaciones líricas que en el caso que nos ocupa, además, decidirán la
contingencia de nuestro voto y, con él, el acomodo o no de este o aquel
candidato en la bicoca cuatrienal. Porque esa posibilidad de expresar nuestras
opiniones, sean éstas críticas o elogiosas, es consustancial, también y por
ahora, al tinglado democrático.
Después de tratar de digerir las 100 Medidas para la España Viva, algunas
de las cuales (en los epígrafes de Inmigración; Defensa, Seguridad y Fronteras;
Salud; Educación y Cultura; Libertades y Justicia, y Europa e Internacional)
continúan atascadas en mi “esófago de Barret” y ahí siguen atormentándome, me
he dedicado estos días a navegar por la página que este partido político tiene
en Internet. En
su mensaje de bienvenida, se dice: «Somos como tú, profesionales, autónomos,
amas de casa, jubilados, emprendedores, empleados, trabajadores, funcionarios,
estudiantes, etc., que nunca hemos vivido de la política.» Me alegra saber, o
no, que entre ellos no hay extraterrestres ni androides, según parece. Pero
bien podrían haber hecho la salvedad de que este axioma no vale para su
presidente, Santiago Abascal Conde, que desde 1996 a 2013 ha sido: Miembro
del Comité Provincial y Ejecutivo del PP en Álava;
presidente de Nuevas Generaciones del Partido Popular del País Vasco;
miembro de la Junta Directiva Nacional del PP, de la ejecutiva del País Vasco y
secretario de Educación del PP de dicha Comunidad; concejal en el Ayuntamiento
de Llodio; juntero en las Juntas Generales de Álava; diputado en el Parlamento
vasco; director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid
y (Wikipedia ‘dixit’) «de la Fundación para el Mecenazgo y Patrocinio Social,
fundación con un único trabajador (además del propio Abascal) y sin actividad
conocida, que en 2013 recibió de la Comunidad de Madrid una subvención de
183.600 euros de los cuales destinó 82.491 al sueldo de Santiago Abascal.» Pues
mal empezamos, porque si el abad toca a maitines, qué no harán los demás
monjines. Y si eso no es vivir de la política, que dios y Franco lo vean.
Hubo momentos, leyendo lo que en
ella se dice y, sobre todo, cómo se dice, en los que me acordé de Richard Collier (Christopher Reeve) en la película Somewhere in Time, titulada
en España En algún lugar del tiempo. Y de la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rajmáninov, que suena en ella de manera insistente.
Pero mientras el protagonista de la cinta viajaba hacia atrás en el tiempo para
descubrir un amor desconocido, al leer las entradas de Vox yo lo he hecho para
revivir el horror de años oscuros de nuestra historia. La soflama firmada por
su Secretario General, Javier Ortega Smith, llamando a una manifestación
el 3 de mayo, es buena muestra de lo que digo. Encabezada por la frase
¿apócrifa? que aparecía en el bando proclamado el 2 de mayo de 1808 por el
entonces alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón, «¡¡Españoles, la Patria
está en peligro, acudid a salvarla!!», se insta al «valiente pueblo español de
los “Daoiz, Ruiz, Velarde, Malasaña, Merino, Empecinado, Agustina,…» a llenar
las calles «frente a los traidores “Godoys”, la pasividad cobarde de los
“Carlos y Fernandos” del Gobierno, la connivencia de los “fernandinos” mal
llamados constitucionalistas, la Europa “napoleónica” arrogante y suicida
(y) el ataque de las oligarquías europeas que en sus “Bayonas y
Fontainebleaus” de la UE, dirigidos por sus “Soros, sus Merkels y sus
Holsteings” ansían desde hace décadas la definitiva invasión económica,
migratoria y legislativa de España, que usurpe lo que aún nos quede de
soberanía nacional para terminar de doblegarnos a su servicio e interés.» Y
todo esta exacerbación de patriotismo intemporal y, por ende, anacrónico y
rancio, «bajo la irreductible acusación popular de VOX, que es la acusación del
incansable pueblo español contra los enemigos seculares de España.» Pues eso,
sólo faltan, para completar este lote distópico, ‘el contubernio de Munich, la
pérfida Albión y la conspiración judeo-masónica’... (Y entonces, la momia, gracias
al conjuro retroactivo de este birlibirloque ideológico, se autoexhumó en el espectáculo virtual de
levitación extática más sorprendente y terrorífico que vieron los siglos).
(Fuente: Eljueves) |