Llueve abril. Gotas de soledad para
sentir conmigo a los ausentes que viven en mis sueños. En su repiqueteo tras
los cristales, monótonas, menudas, con una voz mixtura de las que ya callaron, los
llaman a recuento con palabras calmadas que tan solo yo escucho. Y tras comprobar
que nadie falta, que el cómputo es correcto, que todos acudieron, los llevan
con tesón y picardía hasta mis ojos trémulos, como un embaucador que ofreciera milagros
y esperanzas. Cada gota insolente de esta lluvia de abril, lágrimas de los
muertos de mi vida, alberga en su interior un corazón perdido. Saben, después
de tantos años de trato y soledades compartidas, que soy víctima fácil de sus manejos.
Porque mi afán ha sido, por trechos que la vida y los pasos agrandan, un inútil,
un absurdo deseo de volver. Recordar y volver. Descubrir un camino a través del
anhelo para encontrar de nuevo lo que ya no será. Y poder elegir los apeaderos
de un viaje imposible para parar en ellos a revivir momentos, situaciones,
perderme en la ilusión; renovar los abrazos; volver a oler olores suspendidos
en el aire de antes; reencontrarme con ellos; ser, siendo ahora, un incordio
imposible del pasado, un torpe advenedizo, calvo, viejo, que, aun fuera de
lugar, conecte con el tiempo que se ha ido. Echo en falta la vida de otras
vidas.
Sigue lloviendo abril mientras
escribo. Sigue esta lluvia conocida y mía llamándome al regreso, absurda muerte
efímera que intento compartir con quienes ya se fueron. Pero ellos no lo saben
y yo jamás podré decirles cuánto sufro el dolor imposible de su huida, ni
preguntarles si duermen bien o penan el eterno desvelo de no saberse cerca, de
no poder volver adonde fueron. Me quedo sin saber si acaso en un instante en el
que al fin la nada les deje ser presencia, consiguen recordarme como yo los
recuerdo cada día. Esta lluvia, impertinente y necia, me obliga a seguir vivo,
a no morir siquiera unos instantes para salir de dudas y volver a quererlos
cara a cara.
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(Fuente:Cincocentros) |
Sigue lloviendo abril y sigue aquí
en mis manos, con la crueldad que Eliot sintió mejor que yo. Supo decir lo
justo para que yo supiera lo que dijo, y la vida y la muerte hicieron su
trabajo para dejarme huérfano. Así fue que a pesar de mí mismo y de los días,
del amor y las luces, de la felicidad y de los besos, aquí se quedó abril como
un estigma junto a mi corazón, junto a mis manos, engendrando ‘lilas de la
tierra muerta’, mezclando ‘recuerdos y anhelos’. ‘Tierra baldía’ que apenas da
más frutos que unos versos inútiles empapados de agua que no remedian nada, tan
solo son testigos que dan fe y testimonio del peso lacerante que soportan mis
hombros. Camino de silencios que he recorrido a ciegas, sin quererlo, estando
quieto, empujado a la fuerza por la vida.
Sigue lloviendo abril. Se alía la
tarde con la quietud que late en el aire angustiado de
corazones lentos que se fueron. Y el mío, forzado
espectador de la nostalgia, rodeado de añoranzas se acomoda a ese ritmo
pausado, cadencioso, que acunan sus silencios en mi pecho. Absorto en el
ensueño de mi retorno a ellos, distingo sus sonidos, sus risas, sus lamentos,
identifico voces y, si me empeño un poco y aporto algunos gramos de locura, soy
capaz de sentir en mis mejillas las tímidas caricias de sus manos. Pero ellos
no lo saben. No, no lo saben...
Sigue lloviendo abril y se repite
la perpetua función de mi impotencia. Cuando menos lo espere, con lluvia o sol,
en mayo o en noviembre, abril se me vendrá de nuevo hasta el ‘almario’, lo
empapará de lágrimas y ausencias, y volverá a enredarme en la quimera de mi
retorno inmóvil. Porque abril es mucho más que un mes que espera a ser nombrado
sujeto a un calendario. Él alberga en su alma un espíritu indócil, un duende
imprevisible, un suspiro ambulante y caprichoso que, con la crueldad inocente
de los niños, en la mitad de él mismo, hace ya tantos años que fue ayer, inundó
para siempre las horas de mis días de soledad, de una tristeza ausente que
administra a su antojo y me obliga a sentir según sus órdenes, esperando
sonrisas que se han muerto, andando hacia el encuentro del olor de una luz que ya
no existe.
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