(Fuente: El Confidencial) |
Leo esta semana en más de un
periódico digital y en más de un comentario en las redes que en el ejemplar de la
revista TE, del gremio de enseñanza de CC. OO., el pasado 15 de febrero se publicó
un monográfico titulado “Breve decálogo de ideas para una escuela feminista”.
Dado que, en general, los comentarios que se hacían sobre el mismo y las
reproducciones de algunas de sus propuestas destartalaban ‘un poco bastante’, (que
diría mi llorado Arturito), mi capacidad de asombro, opté por ir a la fuente para
evitar la posibilidad de que, quizá, la forma de pensar de los intermediarios o
su prisma ideológico hiciera que el mensaje me hubiera llegado con un énfasis
que lo desvirtuara. El breve decálogo de diecinueve propuestas, precedido de
una introducción en donde se da cuenta de los fundamentos ideológicos que las
sustentan, (no me atrevo a llamarlos filosóficos y, aún menos, epistemológicos),
viene firmado por 2 autoras: Yera Moreno
(Sainz-Ezquerra), que, ignoro si en un acto de autoafirmación, se define ‘artista,
investigadora y educadora’; y Melani
Penna (Tosso), profesora en el Departamento de Didáctica y Organización
Escolar de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid.
(Fuente: EcuRed) |
De entrada me repele el título. Por
excluyente, por categórico, por maximalista. Y creo que este repelús inicial no
ha supuesto prejuicio alguno para mi opinión al respecto. Por explicarlo con simpleza diré que no me
considero machista, pero eso no me convierte en feminista y, mucho menos,
partidario del feminismo dogmático, por momentos atrabiliario e impuesto a
machamartillo, que profesan estas señoras. Para darnos a conocer en la onda que
ellas se mueven han elegido la definición que de él hace Gloria Jean Watkins, que en honor de su bisabuela materna se hace llamar Bell Hooks, como ella. Aunque, según
nos revelan, siempre “se nombra en
minúsculas porque una de las cuestiones que ella considera que el profesorado
debe trabajarse es su egocentrismo. Por eso resta importancia a su nombre
poniéndolo en minúsculas”. No seré yo el que diga que el asunto no pueda ser sublime y transcendente, pero así,
a bote pronto, a mí, además de un grave error ortográfico me parece una sandez
categórica. Pues bien, según confiesan, a las autoras les gusta la definición de
feminismo de esta señora Hooks ‘minusculizada’ “porque al hablar de sexismo y de opresión señala, radicalmente, a esas
estructuras sociales patriarcales que nos atraviesan a todas, a todos, a todes
(sic), con las que hemos aprendido y en las que hemos sido socializadas”.
La escuela, por tanto, al estar dentro de esta estructura social perversa y “atravesada por el sexismo, el racismo y el
clasismo”, al enseñarnos “cómo
entender el mundo y nuestra posición en él, lo hace bajo esos mismos parámetros
sociales que legitima y reproduce y que, por tanto, son sexistas, racistas,
clasistas, colonialistas, capacitistas (sic)”. ¡Agárrame esa mosca por el
rabo y no dejes que se escape, Filomena! Mi santa, maestra durante 40 años, anda
la pobre mía sin consuelo, llorosa, mohína y desangelada, al descubrir, gracias
a Yera y Natali, que durante toda su vida laboral, cuando ella creía enseñar a
sus alumnos francés o lengua española lo que hacía, en realidad, era formar
parte de un entramado diabólico alienante y degenerado, insuflando en las
mentes vírgenes y receptivas de criaturas inocentes y desprevenidas todo el inventario
de ideologías repugnantes, retrógradas y abyectas que puedan ocurrírsenos acabadas
en –ismo. Excepto feminismo, claro, que se sale de esta ominosa clasificación
para liderarse a sí misma y acabar con el entramado cochambroso que domina esta
sociedad putrefacta en la que nos ha tocado vivir.
(Fuente: Abc) |
El último párrafo de este arrogante
exordio está dedicado a quienes no puedan entender o no aceptemos alguna de las
propuestas del decálogo. A esa patulea de torpes o de machistas irredentos no
se les aconseja, más bien se les conmina a leer, “entre otras”, a 11 autoras
feministas que relacionan y de las que, asumiendo mis carencias, admito que solo
he leído a Virginia Woolf. Para
finalizar con un anatema inquietante a los recalcitrantes: “Si después de leerlas sigues sin entenderlas, te animamos a que te
centres en los propios prejuicios sexistas que te atraviesan, échalos fuera y
empieza a pensar de otra manera”. En resumen: O te conviertes, o exorcismo
al canto, primo.
(Continuará...)
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