(Fuente: El Diario de Ibiza) |
Cada fin de año suelo hacer en el
blog, más que nada para evitar que mi casa se enroñe, un borrado de todos los
comentarios no publicados. No me preocupa comprobar que desde que comencé a
compartir mis artículos en las redes el número de aquellos, publicados o no, haya
ido decreciendo hasta dejar reducido este apartado, con alguna más que
honrosísima excepción, a refugio de un pequeño grupo de cavernícolas coléricos.
Lo que sí me inquieta es que, al compás, sus vituperios hayan ido degenerando
en ¿fondo? y forma tal que han logrado hacerme añorar aquellos tiempos en que la
mayoría de mis detractores ladraban, alguno incluso con un cierto estilo literario.
Y es que de unos años acá apenas si recibo más que roznidos desafinados. Ignoro
si ante este periódico estos chinches con plumero habrán dado alguna vez
señales de vida, pero a mi blog sí que han acudido a ampararse, no diré que con
profusión y no sé si atendiendo a algún toque de trompeta o ‘motu proprio’.
Habrá de todo, me figuro. En cualquier caso casi siempre de forma anónima, como
es costumbre en esta tropa mugrienta. En el fondo, es verdad que me divierte
muchísimo su patetismo. Y sus esfuerzos denodados por romper la coraza del que
suscribe. Y su cutre catálogo de tópicos. Y el hecho de que no argumenten, coceen,
con lo que resultaría imposible mantener con esta jarca un hipotético diálogo
que no pasara de un intercambio de insultos. Yo no pretendo en absoluto, antes
al contrario, que todo el mundo esté de acuerdo con mis artículos y con mis
opiniones, no soy de piñón fijo como ellos. Pero digo que una cosa es discrepar
y otra abalanzarse como fieras corrupias contra el que opina de forma distinta.
En fin, la patología del sectarismo es lo que tiene. Y dónde irá el buey que no
are.
(Fuente: Enrique Dans) |
No sé si por enigmas de la genética
asnal, además de compartir una penuria gramatical digna de lástima, esta
caterva de zopencos también se enrabieta al unísono cuando utilizas términos
que tienen prohijados. Trincan una palabra, la arrojan contra el enemigo, o
sea, contra el orejano que corretea fuera del redil, y cuando la palabra les
viene de vuelta y les es aplicada, montan en cólera sacra, sacan el mandoble de
deslomar insurgentes y se dedican a zurrar al aire mientras se retuercen entre
ronchones porque, digo que pensarán, esa palabra es de su exclusiva propiedad.
Caverna, es una de ellas. La cosa tiene su gracia porque, ¿quién más cavernoso,
o cavernícola, o cavernario que aquel que, entre las tinieblas del pensamiento
único y unificado de la cuadra, arremete contra el que gusta de la luz, de la
independencia de criterio, de la libertad de opinión? ¿Quién más retrógrado que
aquel que, uncido feliz al carro del dogma, trata de embestir contra el
heterodoxo? ¿Quiénes más carcamales que
estos alumnos iletrados del Maestro Ciruela que pretenden ser dueños de según
qué palabras y se empeñan, tozudos, en querer poner puertas al campo entre
rebuznos?
Como fieles seguidores de mi blog y mis artículos
yo los tengo en la más alta estima. Agradezco sobremanera la diligencia con que
saltan encorajinados cuando, según su leal saber y entender, la ocasión lo
merece. Impagable es la generosidad con la que vienen a reconfortarme y a
cimentar mis convicciones cuando mi ánimo flaquea o languidece, cómo me
socorren cuando el desánimo me invade.
Lo que ocurre, (casi todo en esta vida tiene su cara y su cruz), es que
el limitadísimo vocabulario del que hacen gala
puede llegar a resultar un tanto cansino: poetastro de mierda, facha,
resentido, envidioso, cuatro ojos, cultureta cutre y algunas lindezas más son
todo su bagaje. Y pare usted de contar. No es que quiera yo pedir peras al olmo,
pero mi gratitud llegaría a los límites de lo infinito, valga el oxímoron, si
se esforzaran un poquito más. No pretendo que hilvanen dos frases seguidas, ni
que su sintaxis sea menos penosa, ni siquiera que su ortografía sea pasable,
pero sí les imploro, por la gloria de Cotón y por los clavos de Cristo, algo de
variedad en el léxico. Si no, estoy viendo que van a conseguir aburrirme. Y
sólo imaginarlo me causa un pavor descomunal, enorme, casi tan gigantesco y
tremebundo como su idiocia.
1 comentario:
Soy asiduo fiel a sus escritos sabatinos en el Hoy, me complace darle la enhorabuena de todos ellos para su satisfacción.Un saludo
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