sábado, 21 de octubre de 2017

ADAGIO DE LAS HOJAS DE OTOÑO

Como un adagio llorando al viento de la tarde. Caen las hojas del árbol que, frente a mi ventana, derrama lágrimas mustias de un cielo que no se atreve a ser azul. Derroche inútil de luz que se pierde al compás de este otoño, indeciso entre una primavera que no es nada y un invierno que no llega a ser.

Como un adagio que suena sin querer, con miedo a romper el silencio inmenso de esta tarde, sobrecogida y solidaria, que acompaña mis manos mientras escribo. Suenan las palmas tristes de las ramas desnudas, los secos palmetazos que esparcen el dolor, mansamente, como aviones sin rumbo, color ocre, que llegan a no ser livianamente con lentitud de muerte prematura.  Una hoja, un niño… Viento ligero que juega a ser dios y no respeta nada, ni siquiera el espacio diminuto donde elegir reposo; viento travieso, cobarde dios de hojaldre de otros días que desparrama absurdo la injusticia, que impide caminar. Me da miedo pisar las hojas secas y me acurruco detrás de los cristales de mis gafas, sin salir, no sea que el aire de algún pequeño corazón de hoja se pose, dulcemente, en mis pestañas. No vaya a ser que el sufrimiento, prendido al arcoíris de su vuelo, se transforme en miseria.

(Fuente: Bonsais gigantes)
Anda el otoño recorriendo silencios. Y viene la vida a plantear desgarros, fiel a un calendario que anda  perdido atrás, demasiado atrás como para saber desde dónde empieza a pestañear este desasosiego de las horas. Un leve parpadeo que martillea en ausencias de no sé qué. Vacío de vivir cuando la tarde, acomplejada, se hace noche de pronto y el desconsuelo abruma como el pecado de un creyente. ¿El valor de la vida? A quién se lo pregunto para que la respuesta sirva de  algo. ¿Es que el aire es el mismo para todos, y el sol, y el firmamento que reproduce estrellas como en un sarpullido intermitente, y la melancolía de unos ojos que has visto y ya no sabes, el sueño, la alegría de la risa, la sensación de estar? No sé a quién preguntar que pueda darme una respuesta en la que la verdad se sacrifique y sea sólo el consuelo lo que sirva. Aceptaré el engaño. En esta sinrazón prefiero la piedad, el egoísmo de dormir, el dulce dolor de un no llorar indefinido.

(Fuente: Syzygy.org.uk)
Tal vez tan sólo busque una coartada que dé sentido a esta tristeza de inacabada lágrima, una forma burda de justificar la carencia del nombre, el olor de las risas que se pierden, la ilusión de una mirada que ya es súplica, el tacto de una piel desconocida que tan sólo será otra página más de un libro interminable de injusticias. Crueldad del sinsentido bajo un sol insolente y desquiciado. Huele a tierra mojada en el desasosiego de este atardecer roto. El perfil de los árboles juega en el contraluz de mi amargura. Y en el atlas de tanta sincronía, dímelo tú, tristeza:  ¿a quién pregunto?

Como un adagio ausente, pura sordina que dulcifica apenas la impotencia, mansamente el dolor, mansamente la tarde, mansamente las hojas jugando a ser metáfora, imagen de lo incierto conocido. Y mansa la distancia de los hijos que son todos los hijos. Van cubriendo el jardín sus almas cándidas en un último juego con la brisa, quizá su primer juego, su primera alegría en un zigzag inútil, remolino de risas apagadas. Se me llena el jardín, en un suspiro, de pequeños cadáveres perplejos. Hojas que caen… “El hambre mata al día a 8.500 niños en el mundo” .
(Fuente: La stampa)

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