Como un adagio llorando al viento
de la tarde. Caen las hojas del árbol que, frente a mi ventana, derrama
lágrimas mustias de un cielo que no se atreve a ser azul. Derroche inútil de
luz que se pierde al compás de este otoño, indeciso entre una primavera que no
es nada y un invierno que no llega a ser.
Como un adagio
que suena sin querer, con miedo a romper el silencio inmenso de esta tarde,
sobrecogida y solidaria, que acompaña mis manos mientras escribo. Suenan las
palmas tristes de las ramas desnudas, los secos palmetazos que esparcen el
dolor, mansamente, como aviones sin rumbo, color ocre, que llegan a no ser
livianamente con lentitud de muerte prematura.
Una hoja, un niño… Viento ligero que juega a ser dios y no respeta nada,
ni siquiera el espacio diminuto donde elegir reposo; viento travieso, cobarde dios
de hojaldre de otros días que desparrama absurdo la injusticia, que impide
caminar. Me da miedo pisar las hojas secas y me acurruco detrás de los
cristales de mis gafas, sin salir, no sea que el aire de algún pequeño corazón
de hoja se pose, dulcemente, en mis pestañas. No vaya a ser que el sufrimiento,
prendido al arcoíris de su vuelo, se transforme en miseria.
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(Fuente: Bonsais gigantes) |
Anda el otoño recorriendo
silencios. Y viene la vida a plantear desgarros, fiel a un calendario que
anda perdido atrás, demasiado atrás como
para saber desde dónde empieza a pestañear este desasosiego de las horas. Un
leve parpadeo que martillea en ausencias de no sé qué. Vacío de vivir cuando la
tarde, acomplejada, se hace noche de pronto y el desconsuelo abruma como el
pecado de un creyente. ¿El valor de la vida? A quién se lo pregunto para que la
respuesta sirva de algo. ¿Es que el aire
es el mismo para todos, y el sol, y el firmamento que reproduce estrellas como
en un sarpullido intermitente, y la melancolía de unos ojos que has visto y ya
no sabes, el sueño, la alegría de la risa, la sensación de estar? No sé a quién
preguntar que pueda darme una respuesta en la que la verdad se sacrifique y sea
sólo el consuelo lo que sirva. Aceptaré el engaño. En esta sinrazón prefiero la
piedad, el egoísmo de dormir, el dulce dolor de un no llorar indefinido.
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(Fuente: Syzygy.org.uk) |
Tal vez tan sólo
busque una coartada que dé sentido a esta tristeza de inacabada lágrima, una
forma burda de justificar la carencia del nombre, el olor de las risas que se
pierden, la ilusión de una mirada que ya es súplica, el tacto de una piel
desconocida que tan sólo será otra página más de un libro interminable de
injusticias. Crueldad del sinsentido bajo un sol insolente y desquiciado. Huele
a tierra mojada en el desasosiego de este atardecer roto. El perfil de los
árboles juega en el contraluz de mi amargura. Y en el atlas de tanta sincronía,
dímelo tú, tristeza: ¿a quién pregunto?
Como un adagio
ausente, pura sordina que dulcifica apenas la impotencia, mansamente el dolor,
mansamente la tarde, mansamente las hojas jugando a ser metáfora, imagen de lo
incierto conocido. Y mansa la distancia de los hijos que son todos los hijos.
Van cubriendo el jardín sus almas cándidas en un último juego con la brisa,
quizá su primer juego, su primera alegría en un zigzag inútil, remolino de
risas apagadas. Se me llena el jardín, en un suspiro, de pequeños cadáveres
perplejos. Hojas que caen… “El hambre mata al día a 8.500 niños en el mundo” .
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(Fuente: La stampa) |
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