Tengo un amigo que cambia de
opinión con una facilidad pasmosa. Enfrascados en una conversación en la que él
se empeña en defender, con una vehemencia y una rotundidad encomiables, una
opinión con frecuencia disparatada, si le contradices, acto seguido y sin
solución de continuidad, pasa a defender la contraria con el mismo énfasis y el
mismo ardor. Y se queda tan fresco, valga el oxímoron. Cuando le haces ver la ligereza de su postura,
o se limita a sonreír, encogerse de hombros, y salirte por las peteneras de que
lo has convencido y de que él no es nada rígido o, si el volumen de la ingesta
ha sobrepasado ciertos límites, te asegura sin ningún atisbo de duda que él
estaba diciendo lo mismo desde el principio y lo que ocurre es que tú no te has
enterado. En realidad, a poco que lo trates, te das cuenta de que la falta de
rigidez por su parte o de entendederas por la de su interlocutor que aduce para
justificar sus hocicadas no son tal, sino fruto de una ausencia absoluta de
criterio y de una penuria argumental apabullante por la suya. Es un tipo feliz,
todo hay que decirlo. Y además, estamos hablando de chácharas de barra
cervecera sin mayor transcendencia.
(Fuente: eldiario.es) |
Actitudes incoherentes como las de
mi amigo pierden, sin embargo, su marchamo de inocuidad cuando su protagonista no
es un ciudadano corriente, como él o como yo, sino un político con mando en
plaza, o sea, presidente, consejero de Cultura, secretario general y barón
rampante del partido gobernante en su Comunidad Autónoma. Y es que oír lo que
decía Guillermo Fernández Vara de Pedro Sánchez ayer mismo, y ver lo que
dice y donde está ahora, no solo produce vergüenza ajena y sonrojo propio, sino
que me ha hecho pasar de la estupefacción al espeluzne sin darme respiro. Pasen
y vean: “Los cambios de criterio están en
el ADN y la trayectoria de Sánchez”. “Difícilmente puede estar al frente de una
organización alguien que no sabe muy bien el partido que necesitamos ni el
modelo de país”. “Nunca apoyaré la propuesta de Pedro Sánchez”. “El modelo
económico que propone Pedro Sánchez y sus colaboradores va en dirección
contraria a la necesidad de España”. “No reconoceré nunca el Estado
plurinacional”. “Con las propuestas de Sánchez el PSOE se convertirá en
irrelevante en España, porque se alejará del lugar donde están los ciudadanos”.
“No tiene un criterio propio para ofrecer a la ciudadanía. Sin el líder del PP,
él no es nadie”. “Desde que está Pedro Sánchez, el PSOE es menos referencia”.
“Sánchez ha dejado el PSOE destrozado”. “El único objetivo de Sánchez es
reescribir la historia para no decir la verdad”. Viéndolo ahora presidir,
sustituyendo a Susana Díaz, el
consejo de política federal del partido y formando parte del comité federal del
mismo, cualquiera diría
que aquel Vara y este Vara son el mismo Vara. Y lo malo es que es así.
(Fuente: 20minutos) |
No habían pasado 24 horas desde que
Sánchez fue reelegido secretario general del PSOE, cuando Vara ya empezó a
correr la linde con el siguiente tuit: “Felicidades, Pedro. Y mañana todos a
ayudarte. Ha sido una expresión democrática extraordinaria de nuestro querido
PSOE”. Tratar de emboscar su regate ideológico envolviéndose en la bandera de
su “partido querido”, ya da muestras de su falta de escrúpulos. Porque, ¿a qué
pretende ayudar? ¿A hacer un PSOE cada vez más irrelevante, más alejado de la
ciudadanía y de las necesidades de España, a reescribir la historia, a
conformar un Estado plurinacional?...
Cuando le preguntan sobre su cambio de actitud y el porqué de su adhesión al
proyecto político del elegido, contesta sin inmutarse y con esa pose beatífica
y frailona a la que nos tiene acostumbrados: “No he tenido nada en lo personal
contra Sánchez”. La excusa no puede ser más torpe ni más endeble. Porque
Sánchez no lo ha llamado para hacer pandilla y salir de cena y copichuelas con
él. Lo ha llamado para que apoye y le ayude a llevar a cabo en España lo que,
apenas ayer, él despreciaba categóricamente. Es evidente que la consistencia de
su fuste, no ya como político sino como persona a la que, por su estatus, se le
debe demandar una fidelidad insobornable a sus principios y sus convicciones, se
ha demostrado inexistente. Y es que el oportunismo en política, debería
saberlo, es un arma de doble filo que puede resultar beneficiosa para las
aspiraciones personales e inmediatas de
quien lo ejerce; pero deja un poso indeleble de resquemor y de desprecio para
los que asistimos atónitos a la desfachatez y a la falta de honestidad
intelectual y personal del que lo practica.
(Y siguiendo la estela de mi
maestro Tomás Martín Tamayo, aquí me
despido, incluso de mí mismo. Si todo va como tiene que ir, por estas páginas
nos encontraremos de nuevo el próximo 2 de setiembre. Ya a un paso de mi
jubilación, primo).
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