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MORIR SOLO
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(Fuente: elpais.com) |
Esta semana Internet me ha
destartalado el corazón con la historia de
José Antonio Arrabal López.
Enfermo de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) diagnosticada en agosto de
2015 y ahora en
fase terminal, decidió suicidarse ingiriendo pentobarbital, un barbitúrico que
adquirió en la red y generalmente utilizado en la actualidad para la eutanasia
veterinaria. Su testimonio, -lo que me
queda es un deterioro hasta acabar siendo un vegetal. No quiero que mi mujer y
mis dos hijos hipotequen lo que me queda de vida para nada-, resulta
estremecedor. Por sí mismo, pero también por la entereza y el convencimiento
que transmite y que los minuciosos preparativos llevados a cabo para el momento
de su muerte no hacen más que corroborar. Eligió para hacerlo la mañana del
domingo 2 de abril, día en que su mujer y sus dos hijos no estarían y él se
encontraría, así, solo en la casa. Les he
dicho que tarden en volver, para que ya haya pasado todo, dice. En la mesa
colocó ordenadamente su DNI, su testamento, su historia clínica, una carta al
juez, un documento donando su cerebro, una hoja en la que está escrito “No
reanimación” y una taza de plástico, con pajita, donde habría de vaciar la
dosis letal del barbitúrico que primero lo durmió y después le produjo la
parada cardiorrespiratoria que acabó con su vida. Para evitar que su familia
pudiera ser acusada de colaboración en su suicidio, se decidió a grabar un
video del mismo. En él decía: Ya no puedo levantarme de la cama ni acostarme. No puedo ni darme la
vuelta. No puedo vestirme, desnudarme, limpiarme. No puedo comer ya solo.
Cuando te diagnostican la ELA te dan la sentencia de muerte tal cual. Pero por
dentro me estoy muriendo cada vez más rápido. Solo puedo beber con una pajita
en una taza de plástico, porque no puedo con un vaso de cristal… Me parece
indignante que en este país no esté legalizado el suicidio asistido y la
eutanasia, que una persona tenga que morir sola y en la clandestinidad, que tu
familia se tenga que marchar de casa para no verse comprometida y acabar en la
cárcel. No quiero seguir viviendo así. Moralmente no puedo hacerlo.
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(Fuente: el pais.com) |
Legislar la eutanasia y el
suicidio asistido es peliagudo. Quizá porque, desgraciadamente, a la hora de
hacerlo influyan en los que tienen que hacerlo sus convicciones morales o sus
creencias religiosas. Y, sobre todo, las de sus votantes, que son los que mandan
en esta visión estrecha de la política que gastamos por aquí. Y eso lo enturbia todo. De modo que ahí
sigue este asunto en vía muerta a pesar de algunos recientes intentos de
resurrección baldíos y posiblemente oportunistas. Y yo me pregunto, ¿a qué
moralidad, a qué creencias, a qué religión puede invocarse para justificar,
prolongándolo, el sufrimiento de un moribundo? ¿Qué escala de valores éticos
justifica que aquel que sabe que va a morir irremisiblemente, tenga que añadir
a la angustia de su muerte inminente el castigo de un dolor imposible? ¿Qué
justificación tiene que, en circunstancias similares a las que nos ocupa, no se
permita al condenado a muerte elegir cuándo quiere hacerlo, cuándo quiere acabar
con su padecimiento y el de los suyos? ¿Qué sentido tiene prolongar la agonía,
el dolor, el deterioro, el camino a la nada? ¿Qué puede legitimar una actitud
que bordea, y a veces desborda, los límites de la crueldad?
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(Fuente: WordPress.com) |
Por estos andurriales, tan
acostumbrados a que nuestros legisladores parcheen la realidad a su
conveniencia, están legislados los cuidados paliativos. Y hasta ahí han
llegado, no vaya a ser que los votos se disparaten. Y a pesar de que me parezca
encomiable, necesaria e imprescindible la labor que hacen los que se dedican a
ellos, ya que además demuestra una capacidad de sacrificio, de entrega y de
bondad poco comunes, eso no me impide preguntarme, de nuevo, cuántos de los
enfermos a los que atienden preferirían estar muertos en vez de estar muriendo
un día tras otro Porque quizá no entiendan, ni acepten, por qué les tiene que costar tanto
morirse. José Antonio Arrabal, después de ingerir el combinado que le produjo
la muerte, continuó leyendo el tercer tomo de la Trilogía del Baztán de Dolores
Redondo. No tuvo tiempo de terminarlo. Pero me imagino que para él, muriendo solo, a escondidas, eso ya era lo de menos.
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