Una caja de resistencia, en el
ámbito laboral, son los fondos recaudados y administrados por las
organizaciones sindicales o los comités obreros con los cuales compensar a
aquellos trabajadores que están en huelga o que han sido sancionados por el
ejercicio de su libertad. Una forma solidaria de garantizar la subsistencia de
los huelguistas y defender la continuación de la protesta. En el universo
poético de Juan Leyva, esta Caja de resistencia, premio Ciudad de Badajoz
2014, viene a ofrecernos, en una sucesión de imágenes mezcla de realidad y de
quimera, los mecanismos de defensa poéticos, imaginarios o reales que, a veces
con ironía, otras con desgarro, él le arranca a la vida para escapar de ella y
de todo lo que supone, en tantas ocasiones, de rutina, de alienación, de
extrañamiento, de rueda de noria, de agujero negro que todo lo engulle: el
amor, los sueños, los proyectos, las ilusiones... El libro es casi la
declaración de un hombre que camina por el mundo con esas tres heridas
hernandianas y universales que son la de la vida, la del amor y la de la
muerte. Y trata de curarlas, o al menos de asumirlas, desde dentro de ellas
mismas para, en cualquier caso, evitar la rendición ante lo inexorable de su
presencia, ayudado, a menudo, por esa extraña melancolía que nos proporciona el
escepticismo.
Dividido en tres partes, 50 años
sin éxitos, Gastos de mantenimiento y Derramas, está formado por 61 poemas,
muchos de ellos en prosa, que a veces son un dardo, un fogonazo: Tengo un
perro invisible / que salta sobre mí cuando abro la puerta. / Algún día la
soledad / me va a morder de verdad. Y otras son un largo travelling en el que,
a la manera del Tim Burton más inspirado, las imágenes, pasadas por el filtro
introspectivo del autor, adquieren un matiz mágico, ficticio pero posible en un
mundo donde la metáfora vive a sus anchas. Muestra de lo que digo podría ser el
poema Domingo primavera en ZGZ, en
donde el protagonista, el poeta, sentado en la terraza de un bar tomando agua
mineral y aceitunas rellenas de algo misterioso, observa la llegada de otros
clientes mientras le habla a su bicicleta. Y nos dice: Había una gran jaula
que contenía pájaros indescifrables. Hablaban de sus cosas y de repente se
organizaba un gran alboroto, una discusión violenta. / Estaban presos, pagando alguna causa con la
justicia,
mientras las familias tomaban cañas y patatas fritas. / De vez en
cuando planeaba algún pájaro del exterior para tener un vis a vis. / Hacía de
enlace entre los presos alados y sus familiares. / Preguntaban por cómo iban
sus procesos, si habían admitido el recurso a trámite. / El pájaro del exterior les pasaba una miga de
pan con una lima dentro.
El libro, compacto y abierto,
unitario y diverso, a veces discurre con la violencia de un torrente y otras es
un río plácido y sosegado, y en él lo cotidiano se hace absoluto y la rutina es
descubrimiento, pasando lo anecdótico a convertirse en fundamental por obra y
gracia de una mirada poética profunda que maneja el bisturí con la pericia de
un cirujano de emociones, hasta hacer que un simple corte de pelo se transforme
en toda una declaración de inquietudes, de desasosiego, de hallazgos: La joven
peluquera apoyaba su vientre en el reposabrazos, muy cerca de mi codo. Sus
manos olían a humedad y a alga marina. Me hablaba de lo que se le habla a un
cliente enfermo de normalidad. Yo intentaba evitar mirarme en el espejo, no me
gustan los espejos, ni lo que ocultan. Le pregunté cuántas cabezas tocaba al
día; si puede leerlas a través de las yemas de los dedos; qué hacen con todos
esos pelos que barren ¿es cierto que los venden a las fábricas de muñecas?... /
... Estuve a punto de llamarte, pero... / ... No te llamé, en su lugar me corté
el pelo.
No debo sino dar las gracias al
Ayuntamiento de Badajoz por convocar año tras año estos premios, excelentemente
valorados en el panorama literario castellano-escribiente, que en su modalidad
de poesía cumplirán 34 ediciones este 2015, y que nos dan la oportunidad de
disfrutar de libros como el que nos ocupa. Y, si se me permite, recomendar a
quienes lo lean que paseen por él con calma, sin dejarse apabullar por su
fuerza a veces descontrolada; que no quieran engullirlo como si de un plato de
comida rápida se tratara, que se pierdan sin prisas por sus vericuetos y
recodos para paladearlo como se merece y, así, escuchar las quejas de un
cenicero inútil, arder de amor en la hoguera de San Juan, abrasarse en Las
Fallas, sentir la elocuencia silenciosa de las miradas, comprender la tristeza
de un decimal, aplaudir a una Ruth Beitia paradigmática, pasarle chuletas a los
estudiantes de la universidad del amor, saber que las revoluciones no son para
el verano, y terminar sobrecogidos con el soliloquio dirigido a un hermano
muerto que, de ser suyo, es nuestro también. Al fin, amar, vivir, sufrir, morir
al ritmo del corazón que late entre sus páginas, que palpita en sus versos. Y,
ya saben, si quieren descargar soledades, vayan a la peluquería. O, mejor,
aprendan a jugar con un perro invisible nacido del recuerdo o del silencio. Es
remedio infalible contra el abatimiento y la cordura.
1 comentario:
Muchas gracias Jaime. Fue un honor y un halago constante tu presentación. Celebro nuestro encuentro como el de la amistad sin formalismos.
Un abrazo y mi gratitud.
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