En mi artículo del último sábado de
julio me despedía de ustedes y de estas páginas convencido de que el mes de
agosto, vacacional y alejado de obligaciones, iba a dedicarlo mayormente a disfrutar
haraganeando, con la alegría añadida de saber, gracias al libro de Andrew J.
Smart, que mi ociosidad no iba a ser baldía sino, antes al contrario, de lo más
creativa y fructífera. Tengo que decir que mi proyecto de engrandecimiento
interior al tiempo de contar musarañas no ha podido completarse de modo
satisfactorio. Y la culpa es sólo mía y de mi obsesión viciosa que,
compulsivamente, me lleva a atiborrarme
de periódicos a primera hora de la mañana como si, de no hacerlo, estuviera
traicionando mis principios o siendo desleal conmigo mismo. Y si, a mayor
abundamiento, este mes de agosto ha venido más cargado que otros de noticias de
las que no he podido escapar, habré de cerrar el balance de mi dolce far
niente agosteño con un saldo positivo, sí, aunque exiguo para lo que prometía.
Uno de los asuntos que ha contribuido
al ajustado final de mis cuentas holgazanas no ha sido otro que el de Jordi
Pujol y sus fechorías. Que ha servido, además de para encabronarme e impedirme el
disfrute de mi ensimismamiento, para comprobar lo increíble que puede llegar a
ser la memoria, ese almacén de recuerdos que creemos dormidos pero que están
ahí y solo hace falta que un estímulo exterior los despierte para que aparezcan
nítidos como si acabaran de ocurrir. Después de que el personaje, acabando el
mes de julio y quizás con la intención de extender una cortina de humo que
enmascare otras mayores, nos
¿sorprendiera? con una confesión estrambótica y tramposa de su mangancia
testamentaria, y tras días de vivir escondido en una de las masías de las que
disfruta, pude ver en un telediario las primeras imágenes de su exposición a la
luz pública, paseando con su esposa por el pueblecito gerundense donde veranea.
No sé si fue por la actitud displicente y soberbia con la que caminaban
saludando a los lugareños, por el tinte sepia que interioricé en mis pupilas
mientras los miraba, por la sensación de impunidad que me transmitieron, por
las palabras de Marta Ferrusola a su marido convencida de que el asunto se
olvidaría, por el parecido físico de ésta con la mujer de Ceaucescu o, quizás,
por todo a la vez, pero el caso es que el recuerdo dormido de las imágenes del
dictador rumano y su mujer mientras eran juzgados despertó en mi cerebro con
una claridad pasmosa. Las dos secuencias se superpusieron en mi interior, y las dos rezumaban el mismo olor acre y
añejo, fuera de tiempo, casi irreal. Y en las dos la encorvada altanería de
quienes se creen intocables y protegidos por la bandera de un patriotismo tan
falso como ellos. Las imágenes y actuaciones posteriores del matrimonio Pujol,
juntos o por separado, no han hecho sino reafirmarme en la analogía que intuí
en el primer fogonazo. Las egolatrías de un dictador y de un cacique son almas
gemelas que beben del mismo manantial, aunque tengan matices diferentes. Uno
decía ser el padre de la República Popular de Rumania y de sus habitantes para
no reconocer al tribunal que lo juzgaba, y el otro asume la paternidad de
Cataluña y de los catalanes, (pero también de sus hijos, dignos de tal padre
trapicheando caudales) y quiere comparecer en el Parlament el día que él fije
para no interferir en la vida política catalana. Elena Ceaucescu, con el
pañuelo anudado a lo Doña Urraca, le gritaba al soldado que la maniataba para
conducirla al paredón que ella era su madre, mientras Marta Ferrusola, pelo
estilo El Puma, manda a la mierda a un periodista que la aborda mientras se
monta en un taxi. Hay diferencias, claro, como las hay entre la corneja común y
la corneja cenicienta. Apenas matices que se van incorporando a la desvergüenza
al ritmo que marcan los años, la historia y la evolución de especies y
especímenes.
Los Ceaucescu acabaron como
acabaron, de la peor manera posible. Camino del paredón, abandonados por todos,
condenados a muerte en un simulacro de juicio por quienes pocos días antes
colaboraban con ellos en la represión y sin asimilar aún que eso les estuviera
pasando a ellos siendo quienes eran, aún albergaban la esperanza de que la
Securitas, la terrible policía política rumana, acudiera a rescatarlos a última hora. Eso no sucedió y fueron ametrallados sin piedad. Afortunadamente en
España esto no puede pasar, al menos mientras no gobierne Podemos o no nos
invadan los islamistas de EI, que todo es posible. Lo que veo imprescindible
para que el Estado de Derecho no la cague por enésima vez es que Pujol sea juzgado,
y no sólo por la felonía ya reconocida en esa confesión esperpéntica con más
agujeros que un saco de rosquillas, sino por las que se barruntan y puedan
demostrarse. Y que con él se sienten en el banquillo todos los delincuentes y
cómplices que por acción u omisión hayan participado en esta chorizada
institucional que presumo de dimensiones ciclópeas por continuada en el tiempo
hasta la rutina, que al parecer todo el mundo conocía, sobre la que todo el
mundo callaba y de la que, estoy más que seguro, algunos muchos se beneficiaban. Ahora toda la clase política catalana
ha salido de estampida y andan sacando pecho con comisiones de investigación y denuncias
al por mayor. Excepto Mas y CDC que, bien es verdad que cada vez con menos
contundencia, siguen acompañándolo, ignoro si por agradecimiento o por temor a
quedar con el culo al aire y tener que sentarse junto al pare de la pàtria ante el tribunal. Como tampoco sé si este frenesí de denuncias es por civismo o
por disimulo, si tenemos en cuenta que por el gobierno catalán han desfilado todos, desde CIU a Ezquerra, pasando por el PSC e IC.
“El que esté libre de pecado que
tire la primera piedra”, frase que según los Evangelios salvó a Jesús de una
encerrona de los fariseos, en este país hubiera fracasado con estrépito. Porque
aquí si de lapidar adúlteros, corruptos y blasfemos se trata, habría una jauría
dando peñascazos al interfecto. Y, tras el deber cívico cumplido, los
ejecutores se irían a celebrarlo a una casa de putas, ciscándose en la Corte
Celestial y pagando la juerga con los flecos de tesorería de la Caja B. Todo
metafóricamente hablando, claro.
1 comentario:
Muy bueno el comentario.Se echaban de menos,pero ya estás aquí otra vez,de lo cual me alegro.
Un abrazo.
Publicar un comentario