Continuando con la enumeración
iniciada en mi artículo anterior, otro de los motivos que me impidieron el
sosiego necesario en mi paréntesis vacacional además del caso Pujol, al que me
refería en él, ha sido el seguimiento de las atrocidades cometidas por el
llamado Estado Islámico, cada vez más rutinarias en su salvajismo, y a la
expansión de sus dominios en Irak y Siria donde ya abarca, según algunas
estimaciones, casi 90.000 quilómetros cuadrados. Con unos efectivos,
convencidos o forzosos, de más de 30.000 hombres, que manejan artillería
pesada, lanzadores de cohetes, ametralladoras, baterías antiaéreas, tanques y
vehículos blindados, y con una financiación producto fundamentalmente de la
venta de petróleo y gas de los campos que controla que le permite disponer de
unos 2.000 millones de dólares en efectivo. En los territorios invadidos
extermina, de todas las formas imaginables e inimaginables, en metódica y
brutal limpieza étnica y religiosa, a todo aquél, musulmán o no, que disienta
de su doctrina fanática, mientras que las mujeres no musulmanas son tomadas,
regaladas o vendidas como esclavas sexuales, cuando no asesinadas directamente.
La ablación vuelve a ser práctica común por obligatoria. En fin, un horror
creciente que los gobiernos occidentales veían por televisión con una pasividad
preocupante hasta que los EE.UU. reaccionaron, empezando en solitario una serie
de bombardeos más o menos selectivos contras los monstruos, quizás conscientes
del fiasco final que ha supuesto su invasión de Irak, a la que han dejado
dividida, militarmente enclenque y a merced de los yihadistas que ahora tratan
de comérsela.
Tras este primer paso dado por los americanos
se ha formado, afortunadamente, una coalición internacional de 40 países para
luchar contra el EI. Diez árabes, entre ellos Irán, además de Francia,
Alemania, Reino Unido e Italia entre otros. ¿España? Pues no, España no. Porque
a pesar de que nuestro pasmado y pasmoso presidente ha reconocido que en Irak y
Siria existe “una gravísima amenaza... que también afecta a nuestra seguridad”,
a pesar de que no va a haber despliegue de tropas y de que el grado de
colaboración depende de lo que quiera el país colaborador según su mejor saber
y entender, (apoyo logístico, espacio aéreo, entrenamientos, servicios de
inteligencia, armas o ayuda humanitaria), Rajoy ha dicho que no, que por el
momento que les vaya bien, que España si acaso, mañana, ya veremos a ver... Las
palabras de Alejandro Alvargonzález, secretario general de política de defensa
explicitan nítidamente, a pesar del circunloquio, la verdadera razón de la
espantada: “No está España en una situación todavía como para pensar en
acciones militares en Irak. En el imaginario colectivo español el tema de Irak
es complicado”. Quiere esto decir, o al menos yo así lo veo, que la causa de la
deserción de España de la defensa común y, por ende, de la suya, no ha sido más
que un ataque agudo de cagalera electoral de su presidente, que piensa en Irak
y en el 11M, con la elecciones municipales a la vuelta de la esquina, y se nos
va por la pata abajo. En cualquier caso, y hay que hacerlo notar, una decisión
encomiable de gran estadista, sereno y ponderado, no superada por ninguna de
las tantas a que nos tenía acostumbrado su insigne predecesor en el cargo.
Gracias a ella seguro que la confianza en nuestro país ganada a pulso en los
círculos internacionales por el suricato antecesor, a partir de ahora seguirá
brillando, más refulgente si cabe, como la de un aliado fiable en el seno de la
OTAN y del mundo occidental.
Ironías aparte, lo que estos
mastuerzos parece que no comprenden o no quieren comprender, o sí, es que este asunto no tiene nada que ver ni
con Irak, ni con el imaginario colectivo ni con otras falacias que nos quieran
hacer tragar creyéndonos tontos. Es mucho más, tanto más como que viene a ser
una cuestión de supervivencia. De supervivencia no sólo de nosotros, ni
siquiera de ellos, que mira tú, sino de la cultura occidental como la hemos
conocido y disfrutado hasta ahora. Sirva como dato que casi el 10% de los
integrantes de esas mesnadas de asesinos son occidentales, han crecido en
nuestras calles y en nuestras ciudades, y se han fanatizado en el odio al
amparo de una permisividad tan bobalicona como suicida. Y habrá que saber qué
tanto por ciento se ha quedado entre nosotros esperando su oportunidad. Y
escuchar sus intenciones: “No disfrutaremos de la vida, no descansaremos hasta
que todos los prisioneros musulmanes sean liberados, hasta que conquistemos
Al-Andalus por la fuerza y no con las palabras. Estableceremos el estado
islámico, que se expande día a día, con bombas y explosiones. El califato ha
regresado. Los corazones de los infieles están llenos de terror. Los bombardeos
no pararán hasta que la cruz sea destruida, los cerdos asesinados y la ley
islámica restablecida. Volveremos al islam a través de la coerción, moliendo a
palos vuestras narices y cortando vuestros cuellos”.
Este es el panorama y este es el
enemigo. La contundencia de sus intenciones no deja ningún resquicio para los
paños calientes. Repito, esto es una cuestión de supervivencia de ellos o de nosotros,
de vivir en el siglo XXI o volver a la Edad Oscura. Pero aquí parece que estamos
a otra cosa: el registrador cachazudo con su tancredismo cobarde a verlas
venir, y la progresía de casino sacando pecho con su laicidad militante de una
sola dirección, eliminando crucifijos de escuelas y hospitales mientras asustan
a monjas por las esquinas y se meriendan a curas con sotana y todo. Dicho esto
desde mi más que pertinaz agnosticismo. Pero es que una cosa es ser agnóstico y
otra muy diferente ser idiota.
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