El pasado 27 de mayo, el Instituto Nacional de Estadística dio a conocer los resultados del estudio sobre Violencia Doméstica y Violencia de Género en España correspondiente al año 2011, hecho al amparo del convenio de colaboración suscrito en el año 2007 con el Ministerio de Justicia, y con la información que éste acumula en el Registro central, instituido al efecto, de los asuntos que se encuentran en fase de instrucción del proceso penal (procedimientos incoados) y con medidas cautelares dictadas. No me iré por las ramas del disparate lingüístico y conceptual que pueda suponer, o no, adjudicar género a la violencia porque no es éste el momento de andar con distracciones académicas, y me limitaré a decir que me parece adecuada la terminología empleada que, además de venir impuesta por analogía con la legislación vigente, sirve perfectamente como metodología, ya que a la violencia de género se la define como “todo acto de violencia física o psicológica (incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad) que se ejerza contra una mujer por parte del hombre que sea o haya sido cónyuge o esté o haya estado ligado a ella por una relación similar de afectividad (¿?) aún sin convivencia.”; mientras que la doméstica sería “todo acto de violencia física o psicológica ejercido tanto por un hombre como por una mujer, sobre cualquiera de las personas enumeradas en el artículo 173.2 del Código Penal (descendientes, ascendientes, cónyuges, hermanos, etc.) a excepción de los casos de violencia de género”.
Adentrarte en este estudio estadístico, por fríos y distantes que puedan parecer números y gráficos, a poca sensibilidad que tengas y aunque andes corto de imaginación, es navegar por un mundo sórdido y espeluznante. Sin añadir los casos de violencia doméstica, mucho más difusos por lo diverso que los posibles agresores pueden ser, leer que las mujeres que han denunciado ser víctimas de violencia de género, o sea, la más genuinamente machista y chulesca, la que se ejerce con más sensación de poderío y de desprecio, la que anula y cosifica más a quien la sufre, han sido 32.242 en el año 2011 en España, es un latigazo que remueve el interior y que transforma los dígitos, por arte de una magia dolorosa y vergonzante, en otros tantos nombres repetidos de rostros imaginados, de silencios y de lágrimas. Y estos treinta y dos mil casos, al fin y al cabo, son aquéllos en los que se atisba un mínimo de esperanza porque la mujer denunció y el criminal está encausado, aunque eso sirva en muchas ocasiones para poco más que para imponer al agresor una orden de alejamiento que vale menos que el papel en que se escribe, ya que éste la incumple cuando quiere y, en muchos casos, suele desbaratarla de una manera trágicamente irreversible. Y hablo de mínimos porque en lo que llevamos de año, hasta este momento en que escribo, son 23 las mujeres asesinadas por sus parejas. De ellas, 18 no habían denunciado. Si extrapolamos este porcentaje a la estadística anterior, la cifra pavorosa de mujeres que pudieron ser víctimas de esta sinrazón machista en la España del año 2011 sería 149.144, casi la población femenina de Badajoz, Cáceres y Mérida juntos. Sin contar las que habría que añadir por violencia doméstica y las que se difuminan dentro del saco impreciso de “malos tratos”, infligidos por hombres ajenos al círculo sentimental o familiar de la mujer agredida, incluso no conocidos, pero que tienen un fuerte componente machista y sexual.
Todo lo anterior no son números fríos ni estadísticas maquinales, son las cifras de una pandemia selectiva que, de forma inexplicable, cada vez se presenta a edades más tempranas y, lo que es más grave, cada vez es más aceptada como normal en las jóvenes adolescentes, que asumen una visión romántica del amor, protegidas bajo la égida de la figura dominante del macho. Estoy seguro de que algo está fallando en nuestra sociedad y en nuestra educación cuando no somos capaces no ya de eliminar de raíz estas conductas aberrantes, sino de combatir la ideología que las alimentan. Como convencido estoy también de que en escuelas e institutos se intenta pero resulta difícil, por no decir imposible, contrarrestar parámetros y actitudes aprehendidas en la familia desde la niñez, que forman la costra más dura de pulir. Si a esto añadimos programas de televisión que siendo engendros de muladar son mayoritariamente seguidos por unos y otras, lo desigual de la lucha viene a ser evidente. Y si la prevención resulta descorazonadora, la represión de los criminales es aún más decepcionante. No conozco gobierno que haya logrado pasar de la parafernalia demagógica y del palabrerío feminista para arremeter con coraje suficiente contra esta vergüenza. Y ahora con Gallardón -ese “falangista de derechas” según lo definió su padre de manera acertada y generosa- al frente del Ministerio de Justicia, me temo que habrá que abandonar toda esperanza. Anda estos días este franquista emboscado mostrando su verdadera cara, muy diligente en el intento de avasallar libertades haciendo callar a periodistas y periódicos a su antojo. Como para pedirle que se ocupe de perseguir alimañas. ¡Ay!, qué buen papel hubiera hecho como ministro de Arias Navarro, contando además con el apoyo mediático del que era en esos turbios días jefe de los servicios informativos de TVE, su amigo y mentor Juan Luis Cebrián. Vaya par de advenedizos. Estoy seguro de que ninguno de los dos ha leído esta estadística.
No hay comentarios:
Publicar un comentario