Anda revoloteando por mis manos, como cada mes de julio, como cada día. Y viene a estar conmigo, ahora los dos huérfanos de abrazos. Tal día como hoy, 23 de julio, hace ya quince años, se fue porque “había alguien que lo estaba esperando”. Y él no faltó a la cita. Emprendió la huida, dobló la esquina empujado por el viento de todos sus asombros y nos dejó pasmados, boquiabiertos con una despedida, “Huir”, en forma de libro póstumo.
Lo había conocido veintitantos años antes y desde entonces siempre ha estado aquí, en mi corazón. Era mayor que yo siendo yo más viejo que él. Niño irredento, iluminaba la vida con sus ojos, mientras sus manos, en el gesto, amagaban un vuelo que tan sólo emprendía con las palabras. Y era un cachondo que, como el aromo de Yupanqui, transformaba en flores sus penas. Pasear con él por las calles de Badajoz era un placer distinto cada día, un descubrimiento detrás de cada esquina, en cada rostro, un sabor recién estrenado en cada sorbo de vino tinto. Él me enseñó lo que de poesía sé y hago. Una veces a base de pescozones, otras por ósmosis, algunas con silencios. Puso título a mi tarde de siempre y limó, con paciencia, mis vanidades de poeta primerizo y sabidillo.
Se fue sin que pudiera despedirme. Él si lo hizo: “Al terminar este poemario, esta huida, quiero recordar a…..Jaime Álvarez Buiza a quien, ni él sabe que lo quiero como a un hijo…” Sí lo sé, sí lo sabía, mi amigo, mi Jesús Delgado Valhondo, mi ausente ruiseñor perdido en el lenguaje.
1 comentario:
¡Ay tu amigo del alma¡
Qué bonito y sentido lo que le has escrito.
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