sábado, 5 de septiembre de 2015

AL PRIMER TAPÓN, ZURRAPA

Nunca me interesaron los premios Ceres. Desde el principio me parecieron una excrecencia impúdica añadida al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, que no aportaban nada a la cultura ni a un prestigio consolidado (con todos los altibajos que se quiera) a lo largo de su historia, y sólo habían nacido y servían para alimentar el ego cada vez más enfermizo de Monago. Por eso pensé, después de oír cómo Fernández Vara se refería a ellos y a otros montajes de autoafirmación presidencial similares como un derroche inexplicable e incoherente en una región, la nuestra, crujida a recortes y lacerada por el paro, que este año iban a emprender un viaje sin retorno hacia la nada. Y porque pensé eso, ¡oh, incauto!, me ha sorprendido, decepcionándome, que no haya sido así. Cuando se dio a conocer el primer premiado de la lista me resultó evidente que de lo esperado, nada de nada, y que el nuevo presidente-consejero de Cultura empezaba su camino donde lo dejó el anterior presidente-consejero de Deportes. La cuarta entrega de los premio Ceres era algo irremediable. Al primer tapón, zurrapa, pensé. Pero, para no pecar de derrotista, la noche del 27 de agosto me aposté frente al televisor con la débil esperanza de que, a pesar de todo y de mi pesimismo, quizá este año se atisbara algún asomo de cambio. A mayor abundamiento cuando se nos decía que la gala iba a desarrollarse sobre la base de un ‘concepto futurista’. No obstante, ante la contradicción flagrante que suponía esta premisa conceptual con que, de nuevo, fuera Carlos Sobera su conductor, temiéndome lo peor y por aquello de que “los duelos con pan, son menos”, me pertreché de suficientes reservas de cerveza Estrella de Galicia y de un plato más que generoso de crujientes torreznos de Soria que había comprado a la vuelta de mi viaje a Barcelona. Y lo que hubiere de ser, que fuera. ¡Y vaya si fue!

La cosa empezó con una dosis de ‘mapping’ que, mientras un grupo de acomodadores hiperactivos, linterna en ristre, deambulaba convulso por el escenario,  recreó la estructura del teatro emeritense en todo su primigenio esplendor, incluidas de matute unas máscaras que gesticulaban al estilo de Oliver y Benji, y una enorme cabeza tras las columnas de la cual solo podían verse sus ojos parpadeantes que, la verdad sea dicha, no sé qué diablos significaba. Si es que significaba algo. Acto seguido, maravillas de la informática, todo se redujo a escombros para, sin solución de continuidad, volver a ser reconstruido desde sus ruinas hasta adquirir su actual estado. Gran alarde de software y tecnología al servicio de una metáfora que nos sugería la inmortalidad del arte escénico como, por otra parte, la voz en off del presentador se encargó de confirmar. A ambos lado del escenario aparecieron entonces dos pantallas que nos llevaban hasta el año 15 del siglo XLI. Y ahí es donde vino mi primer gran chasco de la noche. Porque en esas  pantallas que nos transportaban 2000 años adelante no se apareció, como indefectiblemente tenía que ser para dar un algo de credibilidad a la pirueta futurista, quien tenía que haberlo hecho, sino un Sobera disfrazado de miembro del Consejo kriptoniano, con su cara sembrada de pústulas repulsivas y ojeras de onanista empedernido, para decirnos, entre otras lindezas, que el tiempo es solo una ilusión, un invento humano. Y eso, la única persona en el mundo que puede decirlo con absoluto conocimiento de causa no es otro que Jordi Hurtado. Y sin necesidad de pantallas virtuales ni de maquillaje, no te digo más. A partir de ahí, lo previsto: el consabido obituario con lucecitas de móviles incluidas, o sea, horterada 3.0 para ponerse a tono con el futuro; una mortificante sesión de láser estilo discoteca guarripela, en la que solo faltaba Kiko Rivera “Paquirrín” pinchando a Los Amaya; Sobera en su papel de presentador dicharachero y chistoso de concursos televisivos, y una mecánica cansina y repetitiva, pergeñaron un tostón insoportable y, para más inri, grandilocuente, que solo me aliviaron José Mercé y Luz Casal con sus actuaciones. Y la cervecita y los torreznos, claro.


Una de las razones dadas por el presidente-consejero, y su secretaria general como consejero, para no suspender este año el sarao endogámico de marras, es que el hacerlo iba a costar un dinero ya comprometido que se perdería. No han dicho cuánto, ni para qué o para quiénes. ¿Están aquí incluidos los gastos que suponen dietas, viaje y alojamiento de los compadres y amigos de Cimarro a los que el tal invita con las 1400 entradas que se reserva? Otrosí digo: Siendo estos premios propiedad de su empresa, Pentación, con lo que si no se celebran en Mérida se los puede llevar adonde le dé la real gana, (600.000 del ala de por medio, supongo) no entiendo por qué la Junta tiene que afanarse en buscar financiación para futuras ediciones de los susodichos. Que la busque él puesto que suyos son. Si no, las posibles contrapartidas de cualquier tipo que esa posible subvención privada es de esperar que pidan las empresas o fundaciones financiadoras, ¿las tendría que asumir la Junta como intercesora? La Junta, si tiene que pedir, que pida para ella, que es decir para nosotros, los extremeños, no para un señor que hace negocios con su producto. Porque, por encima de cualquier otra consideración, Extremadura no está para estas mandangas chufleteras y onerosas, ni la Junta para ser correveidile de nadie. A ver si me quieres comprender.

3 comentarios:

FELIX GUTIERREZ GARCIA dijo...

Me parece impropio de un Extremeño escribir sobre EXTREMADURA con tinta de ENVIDIA, RENCOR, VENGANZA y todas las versiones posibles de PERSONA INGRATA. Que lástima de tiempo y dinero invertido en su formación, de todo menos ACADEMICA. Saludos desde EMERITA AUGUSTA, CIUDAD BIMILENARIA.
Félix Gutierrez Garcia.

imasdymasymas dijo...

A mí no me parece impropio sino absolutamente ajustado a lo que muchos muchísimos pensamos y lo que creemos que es una auténtica realidad

Unknown dijo...

A mi me parece muy acertado, "dónde digo digo, digo diego", aburrió a los gatos y sus gastos deberían haberse destinado a otros fines de urgencia social..