El sábado pasado escribí la
delirante historia del recluta alucinado, compañero de fatiguitas en el
campamento de Viator, que andaba de la mañana a la noche en un estado de embeleso
inducido. Quise en ese momento parangonar su situación de ausencia constante
con la que viven, cada vez de manera más vesánica, los conspicuos catalanistas
en busca de justificaciones históricas que avalen y den fuste científico a sus
teorías de mártires expoliados en busca de independencia y de libertad. Pero, a
veces, sin saber por qué, lo que escribes, apenas comienza a andar, se te va de
las manos y escapa por derroteros que no habías imaginado. Y eso pasó con el citado
artículo en el que el guripa iba a ser sólo excusa, figurante para dar entrada
y pie al galán y, cuando quise darme cuenta, había ocupado espacios que no le
correspondían hasta hacerse protagonista de lo escrito. Me enmendaré la plana
con este otro en la esperanza de que me sirva de severa advertencia para evitar
en lo sucesivo improvisaciones semejantes. O quizás no, que la escritura no
quiere ataduras.
Digo que, así como el protagonista
intruso conseguía su nirvana escapista con la ingesta de sustancias ad hoc,
cada vez estoy más convencido de que el presidente Artur Mas consigue mantener
ese permanente estado de desvarío retroalimentado del que hace pública
ostentación, gracias a algún tipo de enzima alucinógena que debe producir su
propio organismo. Quizás sea una mutación de sus glándulas suprarrenales,
imprevisibles ellas exudando porquerías, o vaya usted a saber qué otras las
que, ante el estímulo lanzado por el cerebro cuando de hablar de independencia
se trata, segreguen algún tipo de cóctel químico que le haga llegar al éxtasis
de su idiocia. Cuando lo veo en televisión yendo o viniendo de largar una sus
deshilachadas monsergas victimistas, con paso pretendidamente marcial, el tupé
aflequillado fijo en su caída, el mentón erguido en pose mussoliniana y esa
media sonrisa castigadora de chulapo verbenero, me da la sensación de que en
cualquier momento, saturado de egolatría y patriotismo ramplón, empezará a
levitar, como hacía aquel perro pulgoso y babeante de dibujo televisivo, al
creerse, en su quimera, predestinado a engrosar la lista esculpida a sangre y
gloria de los heroicos luchadores por la libertad de sus pueblos.
Lo malo del asunto, porque suma
idiotez transcendental a la idiotez programada, es que los fluidos excretados
por el líder carismático deben de actuar como las feromonas con que la sabia
naturaleza provee a sus criaturas para atraer a congéneres del sexo contrario,
excitar su libido, facilitar la coyunda y preservar las especies. El problema
es que en este caso a quien ha concitado el olor de su dislate es a un grupo de
pseudoinvestigadores atolondrados, mezcla de doctor Patt y profesor Franz de
Copenhague, que andan compitiendo para ver cuál de ellos larga, con más
solemnidad académica, la sandez más contundente. De modo que en aquellos
andurriales catalanistas la especie de eruditos tontainas parece que está, por
el momento, fuera de peligro y en un inmejorable proceso de crecimiento
vegetativo (nunca mejor dicho): Jordi Bilbeny, Pep Mayola, Víctor Cucurull, Pau
Tobar, José Luis Espejo, el Instituto Nueva Historia, la Asamblea Nacional de
Cataluña... En fin, un conglomerado de personas e instituciones dispuestas a
llevar a buen término, previo pago de su importe, “la restitución de nuestra
historia”. O sea, de la suya tan particular y descacharrante. Leer las deducciones de sus estudios no da
tregua a la estupefacción y al carcajeo irreprimible: Hernán Cortés era Ferrán
Cortés; Miguel de Cervantes, Joan Miquel Servent; Cristóbal Colón, que no salió
de Palos de Moguer sino del puerto de Pals, en la Costa Brava, era en realidad
Joan Colom i Bertran, antepasado, mira tú por dónde, de Artur Mas; Santa Teresa
era una catalana de Barcelona, abadesa del monasterio de Pedralbes durante 41
años, llamada Teresa Enríquez de Cardona; Erasmo de Rotterdam, segundo hijo de
Colón de nombre Ferran; Francisco Pizarro, Francesc de Pinós de So i Carròs;
Diego de Almagro, Jaume d’Aragó-Dalmau; El Quijote, El Lazarillo de Tormes y La
Celestina, obras catalanas arrebatadas por Castilla... Para qué seguir
escribiendo sinsorgas como que Leonardo da Vinci provenía de una familia
catalana de la villa de Vinçà, cuyo topónimo dio pie a su apellido; que los
orígenes de la nación catalana se remontan al siglo VII antes de Cristo; que
Cataluña constituyó la primera Sociedad de Naciones en el siglo XI o que la
bandera de los Estados Unidos es una evolución evidente de la senyera catalana.
Yo es que ya me mareo con tanta gilipollez. Y hay para llenar un silo.
En fin, mi obnubilado recluta el
único daño que provocó fue el de descalabrar a un alférez que se recuperó sin
problemas. Me enteré pocos años después de que, quizá harto de estar ausente de
sí mismo, acabó suicidándose. Pero este honorable presidente, presuntuoso y
majadero, acorralado como está en su suicidio político y ayudado por la
pasividad pusilánime de los unos y el aplauso resentido o interesado de los
otros, está descalabrando a toda una sociedad. Este es un peligro del que
algunos parecen no ser conscientes. Aunque tengamos sobrada y dolorosa experiencia
de cómo acaba la cosa cuando los políticos se dedican a sembrar los vientos de
sus delirios.
1 comentario:
Muy bueno el comentario.
A este paso se apropian de Jesucristo,La Virgen y San José.
Un abrazo.
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