Ya he comentado por aquí en más de una ocasión mi condición de despistado crónico, con un currículo envidiable: Saludo a quien no tengo que saludar; dejo de hacerlo a quien debería; llamo Juan a Pedro y Pedro a Felipe; hablo con gente a la que no conozco o no tengo conciencia de conocer, gente que me para por la calle llamándome por mi nombre y que, cuando se van, siguen siendo igual de desconocidos porque sigo ignorando de ellos nombre y circunstancias, y a los que despacho con monosílabos ausentes con el desconcierto de no saber de qué coño he estado hablando con ellos porque, mientras duraba la conversación, mi cabeza bullía tratando de captar una señal con la que pudiera identificarlos. Ahí no acaba mi retahíla, porque también repito lo que ya dije y no dije lo que creí haber dicho, intento calentar el café mañanero encendiendo el televisor o metiendo la taza en el frigorífico en vez de en el microondas e incluso, a veces, superadas las distracciones anteriores, lo dejo calentito encima de la mesa y ahí se queda muerto de risa... En fin, para empezar y no parar. La verdad es que, hasta ahora, esta condición de ensueño hueco no dificulta mi vida diaria de manera grave. A lo más, pequeñas angustias si el olvido es una plancha o una cocina de las que dudo de su apagado, o fugaces cabreos cuando no compro o se quedan a saber dónde las chucherías con las que disimulo el mono de nicotina. Lo dicho, veniales o medianos lapsus de memoria en muchos casos baladíes y del todo ocasionales, que mi santa resuelve con paciencia y vigilancia cuando puede. O sea, si no aparece su versión perversa y se le pone cara de Charles Boyer en “Luz de gas”, se me viene diciendo que me ha dicho algo de lo que yo no tengo conciencia, y ella lo achaca al desinterés que pongo cuando me habla y, en el colmo del paroxismo, llega a decirme hasta distraído mientras me manda al purrio, valga el doble eufemismo de horario infantil. En cualquier caso nada dramático. Antes al contrario, motivos para el posterior carcajeo y la tenue ternura cómplice.
El drama sí que viene cuando, en tierra extraña o en la mía pero al pronto desconocida, y con motivo de vacación, boda, bautizo, cumpleaños, jolgorio o trabajo, debo salir fuera de los límites trillados, que es decir algunas pocas zonas de Badajoz relacionadas con casa, trabajo y ocio moderado. En Badajoz ya me pierdo más veces de lo que puede considerarse excesivo, pero si debo traspasar sus fronteras el asunto alcanza tintes verdaderamente trágicos. Ahí sí encuentro una grave e insuperable dificultad para el normal desenvolvimiento de mi actividad vital, porque mi cretinez topográfica es tan supina que, fuera de mis parámetros, puedo perderme en un baldosín. Si para muestra vale una pérdida diré que cuando mi mujer fue destinada como maestra a Belvís de Monroy, pueblo que añoro y donde estuvimos cuatro años irrepetibles conviviendo con gente cariñosa y hospitalaria, digo que en aquel pueblo entrañable de unos 400 habitantes que mis hijos se recorrían de pe a pa incluso de espaldas, yo me perdí un día viniendo de la compra a escasos 100 metros de donde vivíamos. Y cuando conduzco ocurre lo que nunca creí que podría ocurrir. Porque entonces mi incapacidad de orientación se multiplica hasta el infinito y más allá. Se me nubla el entendimiento, la razón y cualquier capacidad de retentiva, lo que me impide intuir y mucho más conocer mi posible ubicación, de manera que puedo pasar varias veces por lo misma esquina sin percatarme de que lo hago, o meterme en la calle “sal si puedes” una y otra vez o, como me pasó en Salamanca, llegar a un punto en que tengo que salvar varios escalones castigando bajos y amortiguadores del coche para poder salir del embrollo. El desiderátum, vamos.
De modo que harto ya de penurias, de cabreos y de vagabundeos callejeros sin sentido, decidí comprarme un GPS, aparato en apariencia inofensivo y benéfico cuya función sería llevarme de la mano y del volante al destino elegido, evitándome vueltas inútiles y recovecos innecesarios. Un avance tecnológico que actuaría como una unidad de paliativos para combatir mi acusada dislexia orientativa. Al principio la cosa fue bien. En los primeros viajes me llevó sin demasiados sobresaltos a donde quería ir y andaba yo convencido de haber encontrado el suplemento ideal para mis periplos. Comentaba con amigos y conocidos los beneficios que me aportaba la tranquilidad de desplazarme llevando a ese compañero de voz monótona e impersonal como copiloto virtual. Y me confié hasta el punto de no consultar ya guías y mapas, como antes hacía, para acatar sumiso sus órdenes. Y ahí es donde la puerca torció el rabo porque, viéndome entregado, este engendro diabólico se ha dedicado últimamente a mortificarme con una crueldad y un sadismo inimaginables. Tengo para mí que el pequeño monstruo ha sido poseído por el maligno. La última faena de muchas me la hizo esta misma semana que he ido a Barcelona a ver a mis hijos. El muy cabronazo me perdió al entrar y salir de Zaragoza y de Barcelona, haciendo que circulara por callejuelas y vericuetos durante más de una hora cada vez. Como si hubiera adquirido vida propia, habla cuando menos lo espero diciéndome que haga barbaridades en mitad de la autopista, o que tome la segunda salida de una rotonda inexistente, o que gire 180 grados sin venir a cuento. Lo encendí en el salón de casa para ver cómo estaba de batería y se descolgó diciéndome que al final de la carretera girara a la derecha. Yo ando ya cagadito de miedo. Lo cual que estoy tratando de contactar con el padre Fortea a ver si me lo exorciza y lo endereza a base de hisopazos. Si no da resultado, le arreo un martillazo en lo alto de los circuitos y lo mando a los infiernos, que es donde debe estar. Y aquí paz y después gloria, que preguntando se llega a Roma.
5 comentarios:
jajajaajajaj...Jaime eres genial...como siempre...
Un abrazo.
Me he mondado de risa con tus despistes y el GPS.
Un abrazo.
Lo he disfrutado, como de costumbre.
eres unico, jejeje....
COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
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