sábado, 27 de julio de 2013

¡CÓMO CANSA MORIRSE!

Cuando este pasado lunes 22 iba camino del trabajo, la luna era como una bola enorme que apabullaba en el cielo, redonda y mágica, llena, poderosa. Me sobrecogió porque de tan perfecta se antojaba artificial, una luna de atrezzo puesta ahí como fondo de escenario para el gran teatro de la vida y de la muerte de la noche de cada día. Y se me vino a la garganta la angustia de un presagio que, a los que andamos inmersos en el sentido trágico de la vida, nos resulta dolorosamente familiar. Mientras conducía trataba de espantar al miedo, quitarme de la cabeza a voz en grito histérico y taquicárdico una certeza que sólo quedara en quimera, perdiéndome desaforado con el Cigala por la romántica niebla del riachuelo cuajada de amores y barcos desahuciados que inundaba el coche. Me regodeaba así, adrede, en esa ignorancia amable que tantas veces alimenta a la esperanza. Torpe e inútil intento de huida porque ya no había escapatoria. Cuando apenas una par de horas después recibí la llamada de mi amigo Angelito, generoso soporte de mi egoísmo cobarde de avestruz, que me mantenía al tanto de cómo evolucionaban las cosas ya supe, antes de descolgar, que nuestro amigo Javier Leoni había muerto. Vino la luna entonces de nuevo hasta mi mesa como una luz callada de helado de vainilla de otros tiempos, de infancia arrebatada, como un fantasma absurdo y cómplice. Luz de una luna antigua de ese día, nueva y añosa, distorsionado el tiempo en la zozobra, el paso de la horas desquiciado en la vorágine triste de tanta ausencia inquieta y del dolor espeso, insoslayable, que envolvió esa maldita mañana de lunes en la que, trabajando como estaba, apenas pude compartir mi pena ni tan siquiera, casi, conmigo mismo. Por no armar alboroto, por no llenar pasillos de unas lágrimas que no quería explicar, por un pudor absurdo que después padecí como una traición a mi amigo muerto, espontáneo y vital él como un niño.

Por la tarde deambulé algo sonámbulo por el tanatorio donde nos esperaba. Me hubiera gustado haber podido besar su frente por última vez, como hacía cuando nos veíamos en el Bar Deportivo. Pero no pudo ser. Y traté de consolar, si es que esto era posible, a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y me temo que entre mi despiste, las lágrimas y la tristeza, también a algún deudo de un muerto que no era el mío. Porque tengo el recuerdo borroso de una cara de alguien que no identifico que, con gesto de extrañeza, agradecía mis condolencias. A saber. Una buena anécdota para habernos reído los dos. Porque Leoni se reía, se reía mucho. Y cantaba mucho también con una voz potente de barítono que le salía desde el fondo de las tripas. Y era un hombre generoso del que era muy fácil ser amigo, porque él se entregaba como nadie, y al que se quería apenas conocerlo porque él lo hacía con todo el peso de su humanidad. Y un cómico de la legua y de la lengua de los que ya quedan pocos, ocurrente, culto, maestro de las palabras con las que hacía juegos inverosímiles y desternillantes. Andaba por la vida interpretándose a sí mismo y siempre lo hacía bien porque siempre era él, sincero y auténtico, mi gordo entrañable y bueno. Recuerdo una tarde de filosofía modorra y cervecera en la que le dije que cuando los amigos a los que añoras empiezan a ser más de los que puedes saludar, la vida va cogiendo un mal camino. Y  él me contestó como un resorte, palmeando con fuerza su barriga a dos manos: “Pues mi añoranza valdrá lo menos por tres saludos”. Y ahí se acabó la murria.

En su libro póstumo “Huir”, nuestro Jesús Delgado Valhondo, que nos dejó el 23 de julio de hace 20 años, se preguntaba a dónde se iban los muertos. Yo quiero sospechar que a ningún sitio porque están en todos. Ahora mismo están aquí los dos y, un poco más arriba, Leoni filosofaba conmigo entre cervezas.  Digo que están allí donde los pensamos. Y con nosotros cada vez que los echamos de menos. Y ellos nos hablan a través de nuestros recuerdos. Puestos a fantasear y a consolarnos, yo veo a Javier encaramado en el carro de la Osa, Mayor por supuesto, llevando el teatro “más allá de Orión”;  o corriéndose una buena juerga con las Perseidas; o, quizás, en el país de Nunca Jamás encarnado en Smee, el ayudante oportunista y rechoncho de Garfio o, incluso, en un Peter Pan satisfecho y orondo, ajeno ya a la inquietud del paso del tiempo porque tiene todo el del mundo y anda disfrutando de la eternidad .

Los médicos, forzosamente anclados a la tierra y por eso, a veces, tan faltos de ideas como de imaginación, consultan sus gruesos glosarios para etiquetar la muerte cuando no pueden librarnos de ella. Así, nos han dicho que nuestro amigo ha muerto de una pancreatitis con ascitis. Diagnóstico erróneo y acompañado, además, de una rima infame. Ellos no entienden de paradojas, ni de dualidades teatrales, ni de metáforas, ni de razones poéticas y son incapaces de salirse del guión. Han de saber, y no hace falta ser médico para eso, que Leoni ha muerto por ansioso, porque se atiborró de vida. Leoni ha muerto de un atracón de vivir. Pancreatitis con ascitis, dicen… “Cursiladas y mamarrachadas”, panda de ignorantes.


4 comentarios:

Muli dijo...

Muy bonito comentario,sobre tu amigo.Me ha gustado mucho.
Un abrazo.

ramon machon dijo...

Sí... Esos médicos... Ya se sabe... Y a veces la gente alrededor... también caen en el mismo pozo de ignorancia que "esos" médicos.

Emocionado con estas líneas.

Gracias.

Emilia Martín dijo...

Me ha gustado mucho tus palabras sobre el bueno de Leoni.

cele dijo...

Muy bonito todo.el estara escribiendo su diagnóstico. Un abrazo