Veo, con asombro, que en la nómina de colaboradores también figura Justo Vila. Me chirría su presencia. Durante los muchos años de mi profunda relación con Jesús, jamás le oí hablar de Justo para bien o para mal, ni coincidimos con él nunca. No lo tengo, por tanto, por conocedor de la persona. Mucho menos por experto en poesía o crítica literaria. Lo cual que no creo que esté incluido en esta lista ni como amigo ni como perito. ¿En calidad de qué, entonces? Intuyo que el tal se coló, de perfil, como cuota de ganado oficial y oficialista, cuota que habrá que satisfacer por motivos que se me escapan. Si esto es así (y me malicio que sí) y puestos a elegir cabestros, se me ocurren dos o tres nombres de congéneres que, si bien igual de uncidos que el susodicho, tienen más empaque, más caché que él en el tema que nos ocupa. Si ha de cumplirse con el arancel pesebrero, hágase con ejemplares menos mostrencos, de modo que el expediente tarifario resulte lo más aseadito posible, que aún en la oscuridad puede haber matices.
En fin, miserias aparte, yo he mandado lo que sigue:
ÚLTIMO SUEÑO CON JESÚS
Hace unas noches soñé con Jesús. Me ocurre con frecuencia. Suelen ser sueños plácidos, en los que estamos juntos, vuelvo a sentir su olor, su cercanía, se cuelga de mi brazo, nos reímos. Sin embargo éste último ha sido distinto, lleno de desasosiego, de angustia. Aún me tiene confuso, con la extraña sensación, que me inquieta y me oprime el corazón, de que es la continuación de uno ya olvidado. O, peor, el comienzo de otro que vendrá. Así lo recuerdo:
“Yo estaba en lo que parecía ser un patio andaluz, bordeado de macetones con aspidistras que estallaban en verde. En el centro, un pozo forrado de azulejos blancos y azules, rematado en el brocal con ladrillos de un ocre oscuro. Del arco, metálico, negro, colgaba un cubo de metal resplandeciente. No se veía el cielo y, no obstante, el patio estaba iluminado por una luz cenital blanquísima, que reverberaba en las paredes, encaladas, impolutas. No había ventanas en ellas. De uno de sus costados salía una escalera que, encajonada, ascendía muy empinada hacia algún sitio, hacia un lugar indefinido. Oía la voz de Jesús que venía de allí y me urgía:
- ¡Jaime, Jaime, ven que tenemos que despedirnos! ¡Jaime, que me voy, ven…!
Empecé a subir mientras le preguntaba, le imploraba que me dijera dónde estaba. No lo veía y él seguía llamándome. Y yo subía y la escalera no acababa nunca. Y él seguía llamándome.
- ¡Jaime, ven, que tenemos que despedirnos, que tenemos que despedirnos, Jaime, Jaime..!
Notaba que, conforme subía, él se alejaba más de mí. Su voz me llegaba ya muy débil, casi un suspiro, apenas un susurro.
- Jaime, que no voy a volver, que me voy y quiero darte un abrazo, que ya no voy a volver.
Y yo, presa entonces del pánico, lloraba y seguía subiendo aquella interminable y maldita escalera que cada vez nos separaba más, sabiendo que no podría dar con él. Con la etérea, imprecisa consciencia de su muerte.”
Desperté desconsolado, diciendo su nombre. Me levanté y, a trompicones, llegué al despacho para mirar la foto desde la que él me mira sonriente, en
2 comentarios:
¡Hijo,qué pesadilla!
Algunas de las últimas cosas que se han escrito aquí,son mu tristes.
Las leo,me gustan,pero me quedo mu mal.
Jaime,muy interesante lo que dices de Justo Vila.Fuimos compañeros de curso en Magisterio 1978/81.Época en que explosionó el progresismo aparente...Este hombre vinculado y subido al carro de izquierda y sindical y etc.. se "labró" la plaza directa de maestro por nota...Y a partir de ahí a vivir de dádivas y cargos...y hasta hoy...
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