sábado, 25 de enero de 2014

RAJOY TIENE UN PLAN

El pasado lunes vi la entrevista que le hicieron en A3 a Mariano Rajoy. Motu proprio, no piensen ustedes, que uno a veces es así de irresponsable. Pero es que llevaba tanto tiempo viéndolo monologar, a veces a través de un doble plasma, el suyo y el mío, que tenía interés en comprobar si no había perdido la capacidad de diálogo. Si es que alguna vez la tuvo. Estuve atento a todo lo que dijo tratando de captar la elocuencia de sus silencios, de desentrañar sus posibles hipérboles e, incluso, de intuir el destino final de sus perífrasis. Aquello acabó y tardé unos minutos en recuperarme del pasmo. Me quedé patidifuso, casi ausente, en un estado cercano a la catalepsia e invadido por la lacerante sensación de tener extraviado el entendimiento. Me sobrevino la aprensión de haber sido abducido en algún momento de la emisión o, quizás, sufrido un ataque de modorra patológica que me impidiera comprender su mensaje. Porque no cabía en mi desconcertada cabeza que, tras más de un año desde la primera y última vez que lo vi en igual tesitura, con la que nos ha caído desde entonces y nos sigue cayendo, el presidente del Gobierno de España hubiera andado tan errático y simplón, saltando de  una respuesta evasiva a otra previsible y de la vacuidad al tópico de manera tan burda. Mi santa, que andaba en sus lecturas, me sacó de mi ensimismamiento con la pregunta clave: “¿Qué ha dicho?”. “Pues no lo sé. Mayormente que no adelantemos acontecimientos. Y que tiene un plan”, balbuceé. Y me volví al pasmo mientras ella, consciente de la confusión de mi estado, acarició mi espalda en un gesto caritativo que recibí con infinito agradecimiento.

A la mañana siguiente, y decidido como estaba a que mi artículo semanal (¡qué lucha, Masito!) estuviera dedicado a la puñetera entrevista, la busqué en Internet y, a pesar del menoscabo que pudiera suponer para mi equilibrio síquico y emocional, la he oído varias veces. La sensación de vacío apenas se ha ocupado, pero las escuchas repetidas me han servido, al menos, para esquematizar opiniones. Y para instalarme en mi decepción primigenia, en absoluto producto del derrumbe de ninguna expectativa halagüeña que albergara sobre el personaje, sino en la confirmación de que debo abandonar toda esperanza en la posibilidad de empatizar con políticos como él, que hablan sin decir casi nada y la mayoría de lo poco que dicen es una sarta de medias verdades, cuando no de mentiras palmarias, en la creencia de la ingenuidad o la estupidez supina de sus oyentes.

Porque echar la culpa a la crisis, como él hizo, de “haberse visto en la obligación de tomar decisiones complicadas y dolorosas” contra los ciudadanos, es falso de toda falsedad. Pretender hacernos creer que las medidas ejecutadas eran las únicas posibles para intentar salir del pozo, es añadir escarnio al atraco. Había otras antes de pasar por el aumento del IRPF y del IVA, la congelación de salarios y supresión de la paga extra a los empleados públicos, el asalto a los jubilados, la liquidación de las ayudas a los dependientes, el desmantelamiento de la sanidad y la enseñanza públicas, el copago farmacéutico y el rescate ominoso de entidades financieras quebradas por la incapacidad y la mangancia de sus dirigentes. Hacer esto mientras, como indica el último y demoledor informe de Oxfam-Intermón,  se permite que las rentas del capital y los beneficios de actividades empresariales y profesionales solo aporten el 8 % y el 7 % respectivamente a la recaudación del IRPF, frente al 85 % de los rendimientos del trabajo; se mantiene la canallada de las SICAV, cooperativas de inversión en manos de las grandes fortunas españolas, que solo pagan el 1 % sobre sus beneficios anuales; se admite que los residentes en paraísos fiscales puedan comprar deuda pública sin retención fiscal; se toleran las sociedades de capital variable y de tenencia de valores extranjeros como instrumentos de elusión de impuestos; se acepta que el tipo efectivo sobre beneficios contables de los grupos de sociedades sea del 3,5 %; se transige con que los capitales extranjeros en España no paguen aquí impuestos por los beneficios de sus empresas participadas en el extranjero, y se impide la dación en pago a aquellos desamparados que no pueden pagar su hipoteca, hacer todo esto, digo, es “Gobernar para las élites”, que es como se titula el informe citado. A mayor abundamiento cuando todos los privilegios de los que goza la casta política dirigente de este país, siguen prácticamente intactos en cuanto a tributación reducida, pensiones vitalicias, dietas, complementos, prebendas y mamandurrias varias se refiere. El propio Rajoy, tan comprensivo él con nuestras desgracias mientras vive en el Palacio de la Moncloa, cobra cada mes casi 900 euros en concepto de dieta de alojamiento.

En la malhadada entrevista pasó de puntillas por la corrupción, evidenció su falta de
iniciativa con el problema catalán, mintió al decir que no pudo hacer más por evitar la
derogación de la doctrina Parot, elucubró con freno y marcha atrás sobre la disminución del paro, y trató de esconder su falta de respuestas y su inseguridad repitiendo hasta la saciedad su coletilla estrella: “No conviene adelantar acontecimientos”. Solo se mostró categórico cuando afirmó estar convencido de la inocencia de la infanta Cristina. La misma rotundidad y clarividencia que exhibió en su momento con Luis Bárcenas, y ya ven en qué jaula duerme ahora el pájaro. O sea que yo, de ser la infanta, ya estaría preparando el pijama.



domingo, 19 de enero de 2014

DEL ABORTO Y SUS LEYES

Hice la mili desde enero de 1977 hasta  marzo de 1978. Mi santa, en aquellos tiempos de noviazgo aún sin canonizar, tenía bastantes irregularidades con la regla, de manera que ya habíamos tenido algún sobresalto con los retrasos, que luego quedaron en nada. Y ocurrió que en el mes de vacaciones reglamentarias, con dos faltas teóricas en su menstruación, venía hacia Badajoz convencido de que esta vez sí que era la vez. En el autobús memoricé, a fuerza de repetirlas mentalmente, las palabras con las que debía comunicar la noticia a mis suegros. Traía en el petate, junto con el ropaje militar de faena, un par de patucos que resumían una ilusión no exenta de angustia, y ya me veía de vuelta a Granada habiendo dejado atrás mi soltería. Ella con la carrera de Magisterio recién terminada, dispuesta a preparar oposiciones  y yo, de entrada, sin otro beneficio que la poesía que, aunque no se pueda vivir sin ella, no sirve para vivir. Cuando, asustados y nerviosos, íbamos camino de saber el resultado de “la prueba del rano”, que era la que se estilaba en aquellos años, a mi santa le vino el mes.
Y los patucos, que aún conservamos, quedaron como testigos mudos de lo que pudo haber sido. Pero a ninguno de los dos nos pasó por la cabeza, por el corazón menos, la posibilidad de abortar, a pesar del futuro inmediato tenguerengue que se nos presentaba. Sirva lo que cuento para ilustrar mi postura sobre este delicado asunto. Una postura de la que estoy convencido. A nivel de mi vida, como una actitud personal que se circunscribe al círculo cerrado que me rodea. ¿Si ella hubiera querido abortar? Lo pensé antes de saber que no quería hacerlo, algo que intuía. Y estaba decidido a acompañarla y a hacer que sintiera mi apoyo sin fisuras. Qué clase de amor miserable hubiera sido el mío abandonándola en mitad de la tragedia.

Este posicionamiento íntimo contrario al aborto, sobre todo cuando se utiliza como último recurso ante la falta de previsión o la desidia, en el que tanto influyen el sentimiento y la educación recibida, no me impide estar convencido de la necesidad de su regulación por ley. La situación anterior, que castigaba con penas de prisión y multa a las mujeres que abortaran, resultaba anacrónica, injusta y cargada de hipocresía: Sólo las que disponían de medios para viajar fuera de España podían asegurar la impunidad y un mínimo de garantía y de higiene. En España, la clandestinidad conllevaba, en muchos casos, una falta de asepsia y de profesionalidad que acarreaban graves perjuicios para la mujer. Cuando no la muerte.

Este estado calamitoso de las cosas trató de enmendarlo un primer proyecto de ley, que modificaba el Código Penal, aprobado el 30 de noviembre de 1983. En contra de lo que han dicho recientemente algunos dirigentes del PP, no hubo consenso sobre la nueva ley porque el Grupo Popular, a través del papá del actual ministro de Justicia, presentó un recurso previo de inconstitucionalidad que llevó a suspender su vigencia ipso facto. Declarada inconstitucional en abril de 1985, fue definitivamente promulgada, con las rectificaciones pertinentes, el 5 de julio de ese año. Contemplaba tres supuestos: Grave peligro para la vida o la salud física o síquica de la embarazada, sin límite en las semanas de gestación; que el embarazo fuera consecuencia de un hecho constitutivo de delito de violación, previamente denunciado, hasta las primeras 12 semanas; y que se presumiera que el feto fuera a nacer con graves taras físicas o síquicas, hasta las primeras 22 semanas. Esta ley, a pesar de no estar consensuada, fue aceptada de forma implícita por el Partido Popular. Tan es así que en las dos legislaturas de Aznar, de 1996 a 2004, no fue modificada ni derogada ni sustituida por otra. Cuando el asunto parecía zanjado, en la segunda legislatura zapatera, empeñado como estaba el suricato esdrújulo en su política de pasarela y fanfarria, encarga a la ministra Bibiana, paradigma de estolidez y déficit neuronal, una nueva ley del aborto que fuera imagen de su feminismo militante non plus ultra.
El resultado de la conjunción de ambas carencias andantes fue una aberración, disparatada por excesiva e irresponsable, vigente a partir del segundo semestre de 2010, que legalizaba el aborto libre, incluso en niñas de 16 y 17 años sin autorización ni conocimiento paternos. Una ley, además de disparatada,  innecesaria, porque si se ven las estadísticas de 2009 a 2011 se comprueba que el primer supuesto de la anterior funcionaba, en la práctica, como un supuesto de plazos.

Pero como en este país de políticos principiantes y cerriles pasamos de calvos a siete pelucas, el trompeteo de aquellos espoleó a la carcunda soterrada de estos, y una tercera ley del aborto nos amenaza. Más restrictiva que la primera, al eliminar , por “convicción personal” del ministro, el supuesto de malformación del feto, y dejando los otros dos  como una carrera de obstáculos llena de dificultades. Un paripé repleto de trampas legales para cubrir el expediente. Lo cual, salimos de la sartén para caer en las brasas, y de los polvos de Bibiana Aído nos llegan estos lodos de Alberto Ruiz Gallardón. Mucho me temo que con este asunto del aborto va ocurrir lo mismo que con la educación, que acabará habiendo tantas leyes como alternancias en el poder se produzcan. Y en medio, la ciudadanía zarandeada y víctima de unos gobernantes burriciegos y sectarios, que legislan con las tripas y desprecian los anhelos y las opiniones de aquellos a quienes dicen representar.




domingo, 12 de enero de 2014

DE "VERSO SUELTO" A RIPIO

Tendría que empezar diciendo, y así lo hago, que Alberto Ruiz Gallardón es el ministro de este gobierno detestable al que más detesto. Me parece un ser presuntuoso, prepotente, antipático, ególatra, reaccionario y, barrunto, embotado de los complejos del que cree estar llamado a las más altas realizaciones históricas y se ha quedado, de forma injusta, en un segundo plano cicatero y desmerecido. Seguro de estar investido de las convicciones y la capacidad necesarias para ser el portador de los valores que vuelvan a hacer de España una unidad de destino en lo universal, hasta ahora debió conformarse, por la visión cegata de los dirigentes de su partido, con puestos que él valora de rango menor, en los que le ha resultado imposible desarrollar todo el potencial visionario que lleva dentro. (Al menos, de entrada, pasará a los anales de la Comunidad de Madrid por haberla dejado arruinada para dos generaciones). Cuando Rajoy lo catapultó a ministro, se supo con la oportunidad de dejar su impronta en la historia de la política española, y decidió aprovechar la ocasión. Y a fe mía que en estos dos años lo menos que ha conseguido es pasar inadvertido: con el rejonazo de las tasas judiciales y las reformas del Código Penal y del Poder Judicial ha logrado que, casi de forma unánime, el sector judicial se ponga en su contra con huelgas de jueces y fiscales, discrepancias con el fiscal general, críticas del Consejo General del Poder Judicial y enfrentamientos con magistrados del Tribunal Supremo y con miembros del Consejo Fiscal. Sin contar las protestas de abogados y ciudadanos porque, con el tasazo,  a unos los arruina un poco más, y a los otros o los arruina o les impide el acceso a una justicia gratuita.

Para culminar sus dos primeros años de virreinato, presenta su reforma de la ley del aborto bajo un título historiado y propio de su pedantería, como “Ley Orgánica de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada”. Sobre, lo que a nivel personal, le ha supuesto la misma a este personaje megalómano, no me resisto a transcribirles la respuesta que da sobre el particular en una entrevista aparecida en ABC a finales del año pasado. Dice el ministro: “Después de ocho años gobernando la Comunidad y nueve el Ayuntamiento, le puedo decir que no he hecho nada nunca más importante en política que la presentación de este proyecto. Tengo muy serias dudas de que vaya a tener la oportunidad de poner en marcha una transformación tan extraordinaria como esta: ni túneles, ni Metro ni el resto de las reformas legislativas, que serán transcendentes, pero nada tiene la importancia de este proyecto. Nunca imaginé que yo iba a tener la ocasión de culminar un trabajo que había iniciado hace muchos años gente del partido, entre ellos mi padre. Cuando el presidente del Gobierno me regaló su confianza nombrándome ministro de Justicia y vimos que la reforma de la ley del aborto tenía que ser elaborada por este Ministerio, supe que tenía una tarea imposible de ser superada por ninguna otra... Mi ley es la más progresista del Gobierno”. El párrafo es de una elocuencia contundente. ¿Para qué, entonces, consenso ni discusión si la verdad es suya? ¿A qué consultar opiniones si la discrepancia sólo es fruto de la ignorancia de los discrepantes? Él mismo lo remacha en la entrevista cuando dice que “no se va a renunciar a ninguna de las conquistas en defensa de los derechos que esta ley recoge”. Un notorio ejemplo de democracia orgánica.

No me estoy refiriendo a esta nueva ley, de la que hablaré al tiempo que diré lo que pienso sobre el aborto, sino a la actitud despótica de este personaje que, ayer apenas, era venerado, para mi asombro, como la esperanza progresista de su partido por socialistas, cebrianes, prisáicos y adláteres. El propio Ibarra, en sede parlamentaria, llegó a decir: “Yo el PP que quiero es el de un centro derecha como el que representa Gallardón”. ¡Menudo papelón el del prócer y sus correligionarios! Si era torpeza, malo. Si era producto de una turbia maniobra política en un intento de buscar una alternativa al liderazgo de Aznar, peor, porque demuestran su absoluta falta de escrúpulos y de honradez política. El embeleso de Juan Luis Cebrián y de El País a sus órdenes lo entiendo un poco más. Seguro que al académico de carambola y mediocre novelista aún le quedaban costras (y por su actitud dictatorial y egoísta en la crisis a la que ha llevado a su empresa, pienso que aún le quedan) de su paso por los Servicios Informativos de RTVE, de los que fue jefe en esos tiempos oscuros, que quizás añore, en los que Franco y Arias Navarro tiranizaban a España. En cualquier caso, el que antes era elogiado por los santones del progresismo patrio como la gran esperanza de una derecha abierta y dialogante, otorgándole el título de “verso suelto”, es ahora anatematizado, por los mismos que lo promocionaron a pedestal tan ilusorio, por haberse convertido, a sus ojos, en  la más viva imagen de todas las esencias que adornan a la derechona más cerril y reaccionaria. La solidez de criterio de todos ellos está , pues,  a la altura de  su perspicacia.

Porque la verdad es que este señorito chupacirios, presa de una ambición política enfermiza, siempre ha estado en el mismo sitio, monolítico e intransigente. Educado y de modales exquisitos, sí, pero implacable en su afán manipulador. Y mucho más listo que todos los panolis que lo encumbraron y ahora, sabiéndose burlados, andan por ahí escupiendo rabiosos lamentos de cornudo. Para mí, antes y ahora, de “verso suelto”, nada de nada. Si acaso y siempre, apenas un ripio execrable perdido entre los versos de un mal poema.